Su espacio, al igual que él, deja escapar un olor dulzón y cítrico. Se pone el saco de su traje para la sesión de retratos. Posa descomplicado, le pregunta al fotógrafo que si ese es el perfil más adecuado. Se acomoda el reloj, que podría ser un Patek Philippe o un Tag Heuer, pero no, es un Casio que compró por 200 mil pesos en el aeropuerto de Bogotá, luego de que se le partiera el cristal que cubría la esfera del anterior. Después de las fotos, Gaviria nos deja entender que tiene un hemisferio del cerebro lleno de poemas, metáforas, símiles, sonetos, frases memorables que suele citar y encajar con los números, porcentajes, teoremas, ecuaciones trigonométricas, raíces elevadas junto con fórmulas matemáticas y de econometría que guarda en la otra mitad de su cerebro (un lado lúdico, y un lado Excel).
Gaviria, el mayor de cuatro hermanos (Ana María, Matías y Pascual), nació y pasó sus dos primeros años de vida en la capital chilena porque su padre, Juan Felipe, cursaba allí una maestría en estadística matemática en el Centro Interamericano de Estadística que tuvo la Organización de Estados Americanos adjunto a la Universidad de Chile. Más que chileno, es un paisa muy cachaco y un gran hincha del Atlético Nacional. Uno de sus mejores amigos, colegas y contertulios de vallenato y aguardientes es el exministro Mauricio Santamaría.
Tiene buena memoria. Recuerda muy bien cómo le llegó el encargo del Ministerio de Salud durante el gobierno del presidente Juan Manuel Santos. El lunes 27 de agosto de 2012 el exmandatario César Gaviria Trujillo le dijo: “tengo la misión de comunicarle que usted es el nuevo ministro de Salud del presidente Juan Manuel Santos”. Durante ese periodo no había vuelto a acariciar su colección de libros antiguos, muchos de ellos primeras ediciones de clásicos de la literatura, en los que invierte parte de su salario y varios de los cuales cuentan con firmas de sus autores, como la primera edición de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, que tiene con dedicatoria y firma.
Tampoco olvida las llamadas de María Lorena Gutiérrez, quien en ese momento era la alta consejera para el Buen Gobierno, y le dijo: “no le estoy haciendo un ofrecimiento. ¿A usted le interesa ser ministro de Salud de este país?”. Al otro día, domingo, antes de que él la llamara como habían pactado, María Lorena había hecho repicar algunos de sus teléfonos celulares para saber si su respuesta era afirmativa. Todo esto le significó tratar de sacar adelante una reforma a la salud y buscar una solución equilibrada a los más de 14,4 billones de pesos que, según la Superintendencia de Salud, les adeudaban a los hospitales y a las clínicas del país las EPS (entidades prestadoras de salud) por parte del régimen contributivo, el subsidiado, los entes territoriales y el Fosyga (Fondo de Solidaridad y Garantía).
Gaviria Uribe podría ser el exitoso presidente de un banco, o consultor del Fondo Monetario Internacional, pero se metió en esto. Era junio del 2017 y tenía que darle una charla a los secretarios de salud municipales. Pero terminó en el clínica del Country con un fuerte dolor abdominal. Siguieron los exámenes y el angustioso diagnóstico: cáncer linfático del tipo No Hodkings. Sin titubeos Gaviria hizo pública su situación de salud y comunicó que se sometería al tratamiento y seguiría al frente de la cartera de salud. De sopetón, a sus 51 años, le veía los dientes a la muerte.
En su agitada vida nunca había pensado en la enfermedad. Es que el tiempo siempre le hizo falta. Por eso aprovechó cada recoveco que le dio la vida para estudiar ingeniería civil en la Escuela de Ingenieros de Antioquia, una maestria y un doctorado en Economía en Los Andes, pertenecer al consejo editorial de El Espectador y además devorar, con la fruición de un hambriento, bibliotecas enteras. Recurrió a las lectura del escritor norteamericano Christopher Hitchens y textos como Mortalidad en los que desnudad la realidad del combate contra la enfermedad, en su caso un cáncer de esófago. Y a la pregunta que todo ser humano se hacer frente a una situación de dificultad ¿Por qué a mi?, se repitió la respuesta de Hitchens ¿Y por qué yo no?, tal como lo relató en un un artículo que publicó en la revista Semana.
Cuando terminó como Minsalud retornó a la academia y fue nombrado director del Centro de Desarrollo Sostenible para América Latina, con sede en la Universidad de Los Andes. Luego, en mayo del 2019 fue elegido Rector de esa universidad, en reemplazo de Pablo Navas, cargo que dejó para lanzarse como candidato presidencial para el 2022.
Su formación ha sido exhaustiva (es doctor en economía por la Universidad de California) y su trayectoria, amplia: estuvo en Suramericana, la Federación Nacional de Cafeteros y el Banco Interamericano de Desarrollo –donde llevó a cabo investigaciones sobre movilidad social, igualdad y desarrollo humano–, fue subdirector de Fedesarrollo y de Planeación Nacional, profesor de economía en la universidad de Los Andes y hasta recibió el premio de periodismo Simón Bolívar a la mejor columna de opinión (se titulaba Matar a un elefante). Las aulas las dejaría atrás al aceptar su actual cargo.
Los intelectuales y académicos del país celebran con aplauso cerrado su candidatura pero al igual que con su nombramiento de Ministro en aquel entonces, algunos sectores lo ven con preocupación por su poco contacto con los temas sociales del país. Desconfiaban en la designación de quien alguna vez fue llamado “el niño malo de la economía”. Muchos se preguntaban: “¿Un ingeniero civil y economista en el ministerio de Salud?”.
Gaviria se molesta cuando le recuerdan con mala intención su pasado vínculo con Bancolombia y el de su esposa con Fasecolda; dice que durante su gestión ahí jamás se tocaron los temas de salud. Pero las críticas siguen y ante esos señalamientos –que él no considera justos– ha estado a punto de tirar la toalla. Pero, dice, es normal que al ministro de Salud se le ataque y haya objeciones sobre su idoneidad; siempre las habrá, así fuera un monje. Quizás algo que sí extraña pero que le resulta imposible, por su cargo actual, es no poder decir lo que le da la gana.
El exrector recarga sus energías cuando se toma un tinto acompañado de una chocolatina Jet. Quienes lo conocen bien saben de su afición por los dulces, por eso en su casa le decían “abeja Conavi”. Le gusta el vallenato y evoca de manera placentera los vinilos que compraba en el Éxito del barrio El Poblado, en Medellín, con su hermano menor, Pascual Gaviria (periodista de La Luciérnaga, columnista de El Espectador y editor del periódico Universo Centro), con quien iba a las competencias de ciclismo del Caracol de Pista y a las carreras de Renault 4. Se sabe las letras de canciones como El mocoso, Relicario de versos, Amarte más no pude o Simulación, interpretadas por Diomedes Díaz.
Cuando se le preguntaba por el poder que tiene un ministro en Colombia, él no titubea en afirmar que es mucho menor del que se cree. Es un cargo que tampoco deja mucha plata, decía. “Lo único material que tengo de activos es un carro, un apartamento y ya. No tengo ninguna acción en ninguna empresa”. Años después llegó a ocupar el primer cargo de la academia en la universidad más importante en Colombia y aunque había prometido durante su cargo de rector que no renunciaría y menos por aspiraciones políticas, hoy decide que quiere ser presidente.
*Este texto fue publicado originalmente el 08 de Agosto de 2015 por Diego Olivares Jiménez y actualizado el día de hoy por Las2orillas.
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