Qué refrescante que Alejandro Gaviria se haya lanzado a la carrera por la presidencia de Colombia. Más allá de sus propuestas programáticas, que él ha llamado su ideario personal, contenidas en los 60 puntos, hay que celebrar la forma en que está dispuesto a hacer política: con respeto. En política, la forma es también el contenido.
Las reglas del juego electoral son ciertas, los resultados de la contienda inciertos: Gaviria no competirá para ganar a toda costa. No pretende movilizar a sus seguidores para convertirlos en sus encarnizados defensores, a la vez que atacantes sin piedad de sus adversarios. El debate político en Colombia ha llegado a tales niveles de bajeza que la destrucción moral del contrincante es parte obligada y celebrada de la forma de ganar elecciones. Gaviria entiende que el opositor no es el enemigo al que hay que aniquilar.
Es un liberal político en el sentido filosófico de la palabra. Quedan pocos. Respetuoso de la diversidad de la opiniones de los demás, de la libertad como valor supremo, del derecho a morir dignamente, del respeto a la interrupción voluntaria del embarazo en los casos prescritos por la ley, habla de dar espacio a la compasión. Somos ricos en dar rienda suelta a los sentimientos, particularmente la venganza, la ira, el odio, el miedo, impulsadores de tantas formas de violencia. ¿Qué tal sustituirlos por la compasión, que no es otra cosa que el dolor con, por otros?
Gaviria se ha manifestado muchas veces en contra de la política antidrogas, del prohibicionismo, otro ingrediente del coctel de violencia que ha cobrado la vida de decenas de miles. Política fallida que siempre ha redundado en precios que otorgan rentabilidad inaudita para que el crimen y los valores de la cultura del narcotráfico sigan influyendo en la sociedad colombiana, incluyendo las prácticas políticas.
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Los ataques, virulentos, están a la orden del día. No lo bajan de comunista, de amigo del narcotráfico, de neoliberal. Las fábricas de calumnias están trabajando 7 por 24
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Es obvio: los ataques, virulentos, están a la orden del día. No lo bajan de comunista, de amigo del narcotráfico, de neoliberal. Las fábricas de calumnias están trabajando 7 por 24 en la tónica de reducirlo. Ya es un plagiador académico y también un representante de los ricos del país, con familiares delincuentes, incluidos su padre, ya fallecido, su hermana y su esposa. Extraño que Gaviria haya sido invitado a representar en el 2019 a una amplia coalición liderada por Gustavo Petro como candidato a la alcaldía de Bogotá y también, recientemente, como fórmula vicepresidencial. De uno y otro lado los ataques fortalecen la candidatura de Gaviria y, de paso, al amplio centro.
Gaviria reflexiona antes de actuar y hablar. Tiene experiencia administrativa, convoca. No es polarizante, es humanista.
Al lado de otras alternativas, la de Gaviria da la esperanza de un pluralismo democrático en un país necesitado de pensarse a futuro a partir de su gran diversidad. Gane o no, bienvenido Alejandro Gaviria.