En la mañana del 27 de agosto, cuando se hizo oficial la renuncia de Alejandro Gaviria a la rectoría de la Universidad de Los Andes y anunciaba su candidatura a la presidencia, la República Federal de Twitter lo nombraba presidente de Colombia. Ya no había ninguna duda. Gaviria sería el verdadero presidente profesor. Si uno fuera un marciano, o un chino, y viera los trinos encendidos de esta mañana, creería que Alejandro Gaviria es una mezcla de Lula, Gandhi y Mitterrand. Un intelectual pacificista que se había forjado a pulso desde abajo, desafiando a los poderosos. De un plumazo quedaba atrás la carrera de un tecnócrata consumado, que siempre ha sabido estar en el lugar correcto para obtener el nombramiento de-la-vida: economista en la Federación Nacional de Cafeteros, ingeniero en Suramericana, investigador del Banco Interamericano de Desarrollo, consultor del Banco Mundial, ministro de Santos. Por eso los gremios lo aman, por eso es considerado un intelectual por los grandes medios. Que no nos engañen sus seguidores, Gaviria es un capitalista consumado.
Y está bien. Él ni siquiera ha intentado desmentirlo. Lo más trangresor que ha hecho es aceptarle una invitación al programa de Carolina Sanín (¿se acuerdan de ella?) y hablar de la obra de Stanislaw Lem en un libro que a nadie le importó, que nadie leyó. Porque, la verdad sea dicha, nadie conoce al profesor. El problema es que los niños bien de Los Andes, que creen que el universo es su puto Twitter, su wasap y cuatro calles de Bogotá, no saben que en la Colombia real nadie sabe –ni quiere saber- quien es Alejandro Gaviria. Solo un mago como Uribe, capaz de convertir a la nulidad de Duque en presidente en cuatro meses, usando el tan colombiano odio a Gustavo Petro como arma demoledora, podría ser capaz de dar a conocer a Gaviria entre la gente que vota masivamente en los departamentos que, por su disciplina, están poniendo a los presidentes en los últimos años: Atlántico, Córdoba, Antioquia. Ya quisiera Twitter tener la audiencia que ostenta Radio Guatapurí. En esa emisora es donde Uribe más habla. La estrategia es simple: mostrar a su candidato en la plaza pública, bajo el ardiente sol de Sahagún, en la humedad de Chigorodó. Ahí es donde se ganan las elecciones, conociéndose el nombre de la gente que visita, saludar, preguntar por la mamá. Hay que hacer presencia real, física, en el territorio, no en la plazoleta de comida de Los Andes, bebiendo pola en un bar socialbacano frente al Park Way o trinando como un poseído.
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Ya quisiera Twitter tener la audiencia que ostenta Radio Guatapurí
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En Alejandro Gaviria todos esos niños bien que repiten que Uribe es un paraco sin conocer ni siquiera los detalles de la masacre del Aro o de la Operación Orión, sólo porque está de moda cascarlo, encontraron a su candidato ideal. Blanco, bonito, y del centro del país, no tienen que ensuciarse las manos votando por un costeño de agua dulce como Petro. Gaviria es más joven –y tibio- que Fajardo, el político que más se le parece. El racismo y centralismo de estos progres de Park Way es el mismo que tenían sus ancestros, los cachacos que se morían de risa con el racismo de Klim ¡carachas!. Cómo será la cachaquería insoportable que hasta creen que Ricardo Silva Romero es un gran columnista. ¡Habrásevisto!. Y Gaviria tendrá esos votos, a lo sumo 600.000, la burbujita de siempre, la que impone tendencias, la que se mira el ombligo, la que se masturba entre sí y se lo cree, los que están absolutamente desconectados.
Y mientras tanto Uribe se sigue frotando las manos, viendo como Petro hace su habitual harakiri y como los gomelitos de Los Andes proclaman a Alejandro como el máximo emperador de las estériles tierras de Twitter y todas las putas redes sociales. Lo tiene claro, mientras todos se dividen y en Twitter continúa la orgía caníbal de matarse a dentelladas los unos con los otros, él va moviendo sus fichas, quemando prematuramente a Óscar Iván, viendo como el extremismo de Cabal puede dar frutos en un país de ignorantes y reservando, para los metros finales, al ungido, al tapado, a Federico Gutiérrez.
Todo era mentiras. Nada va a cambiar.