Nunca me ha gustado el humor de Alejandra Azcárate. Intento respetar las diferencias, no burlarme de los defectos físicos del otro. No sólo me parece inmoral sino de mal gusto y creo que lo más importante que debe tener una persona es el criterio. Odio a los matoncillos que por ganar popularidad se burlan del otro en una fiesta. Y Alejandra no es una humorista, es sólo una matoneadora mayor. Por eso va a escenarios como el Festival de Viña del Mar y resulta un éxito entre momios mayores de cincuenta que están convencidos que Chile vivió su época de oro gracias a Pinochet. Es una desgracia y habla muy mal de RCN, por ejemplo, que la hubiera convertido en estrella. Su humor arribista, su exaltación constante a la riqueza, le significaría en un país con respeto a la diversidad, a la diferencia, el más profundo de los desprecios.
Por eso a los colombianos, entre los que me incluyo, no nos conmovió el video de la Azcárate y tampoco entendimos la apasionada defensa de Margarita Rosa y a Riaño a la reina nacional del Bullying. Bueno, la entiendo sólo en eso en lo que los ricos son tan coherentes: su solidaridad de clase. Ya quisiéramos los pobres ser tan unidos, cuidarnos tan bien las espaldas. En lo personal el video me pareció demasiado actuado para ser sincero. Cada palabra era buscada con la precisión de un telepronter. Y además las cosas que dijo, por Dios. Hubo una que resume la falta de empatía de esta señora, el desconocimiento que tiene con la Colombia real. Decir que a cualquiera le puede pasar su desgracia es una mentira absoluta. Nadie sabe si el esposo de la señora es culpable o no, pero el 0.001% de los colombianos tiene avionetas o las alquila. De esa minoría sólo a muy poquitos les ha pasado que le encuentren 400 kilos de cocaína y que hayan hecho 100 viajes en plena pandemia al exterior en cinco meses. Las probabilidades de que a un colombiano cualquiera le pase esto son más bajas de las que puede tener usted de recibir un rayo mientras lee esto.
Salir a amenazar a los medios es otro de los despropósitos que emparentan a la Azcárate con una de esas energúmenas señoras bien de Rosales que maltratan a la empleada y cuando estas exigen cualquier tipo de derecho las acusan de rateras, de insolentes y hasta las hacen meter presas. Para estos personajes el pueblo patisucio está ahí para burlarse de ellos, para insultarlos por negros, por maricas, por gordos, por lesbianas, por comunistas, por estudiantes, por pobres, por barrenderos, por chinos, por indios, por no vivir en mansiones, por no tener avionetas, por no ser colombianos de bien.
El discurso conmovió a los ricos de siempre, a los que sienten algún tipo de cercanía y aprueban su humor. Entendemos que legalmente es un crimen calumniar, injuriar, pero, la verdad, no vi a los grandes medios señalar de mafiosa o narcotraficante a la Azcárate. Tan sólo reseñaron la noticia escueta que es esta: una avioneta, de propiedad de su esposo, cayó en San Andrés con 400 kilos de cocaína. No más, el resto fue la gente en redes que salió a vengarse, a hacer los chistes que ella hubiera hecho si fuera otro el de la desgracia. Esa altanería contenida en su video de desagravio comprueba que no están errados los que piensan que ella es su propio personaje. Ya empieza a cansar un poco el dolor en redes de las señoras bien ante sus tragedias familiares. Estamos realmente hartos de ellos.
Ojalá el esposo de la Azcárate sea inocente, ojalá ella pueda seguir viviendo su vida de lujo. Esta columna no es si la humorista es esposa de un narco o no, esta columna es sobre la inmoralidad de hacer de la burla al otro un negocio rentable, como el que tenía Alejandra montado en cada uno de sus shows. Ojalá avancemos y dejemos atrás esperpentos lamentables como la cuentachistes Alejandra Azcarate.