Alejandra Borrero se vuelve Carlos Mayolo para cumplirle su último deseo

Alejandra Borrero se vuelve Carlos Mayolo para cumplirle su último deseo

En Pharmakon, la obra de teatro que el director de cine entregó a la actriz caleña un día antes de su muerte, ella lo encarna en su rumba final

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agosto 19, 2016
Alejandra Borrero se vuelve Carlos Mayolo para cumplirle su último deseo

Un día antes de que se muriera, Carlos Mayolo invitó a almorzar a su casa a Alejandra Borrero. Hablaron toda la tarde sobre la posibilidad de que ella fuera él en el monólogo autobiográfico que  había escrito sobre un hombre enfermo que había sazonado su vida con drogas. A Mayolo no le gustaba el teatro, casi siempre iba por obligación y a la mitad de la obra se levantaba del asiento y se largaba. A sus 61 años todos sus proyectos audiovisuales habían naufragado. Era demasiado impredecible, demasiado anárquico para la televisión, para el cine. No le quedó otro recurso para exorcizar sus demonios que escribir compulsivamente. Por eso, en los últimos siete años que gozó este mundo, Mayolo escribió dos memorias: Mamá que hago y Vida de mi cine, una serie interminable de poemas, disquisiciones y ese monólogo teatral de rara belleza al que tituló Droga, bálsamo o veneno.

Cuando lo leyó por primera vez, Alejandra Borrero lo juzgó inviable. Nadie podría aprenderse de corrido esas treinta hojas llenas de imágenes inspiradas en Mayakovsky, en Barba Jacob, en la vida de un hombre al que de niño drogaban con remedios que nadie recetaba. La vida de un hombre que se transformó en una celebración desquiciada.

-Eso es fácil mona, no te preocupés – le decía con su desparpajo caleño- eso vos te parás arriba del escenario y te soltás. No es difícil.

- Carlos, y si se me olvida la letra- le preguntaba la actriz

- Si se te olvida pues preguntás.

Quedaron de verse al otro día pero ese 2 de febrero Beatriz Caballero, la mujer que lo acompañó en sus últimos años, lo encontró muerto en el sofá en el que leía los libros que casi nunca acababa. El proyecto durmió durante un año. Alberto Valdiri, el actor bogotano muy cercano al grupo de Cali, intentó hacerlo pero nunca pudo aprenderse la letra. Alejandra Borrero, consciente que el último deseo de Carlos Mayolo había sido que ella, su pupila consentida, su descubrimiento, se transformara en él sobre ese escenario teatral que tanto despreciaba, que tanto temía, emprendió el que sería el proyecto teatral más difícil de su carrera. Para dominar el texto Borrero implementó conexiones cerebrales, técnicas memorísticas complejas. Había que saltar del recuerdo de su padre a la vez que a sus trece años probó la marihuana, el perico, el LSD. Había que darle ritmo a una puesta en escena que era un grito de rabia, de alegría. El incongruente último estertor de un hombre que se estaba muriendo a punta de pases de cocaína, de bocanadas de marihuana.

Y lo logró.

Anoche en el auditorio principal de Casa Ensamble, Pharmakon, el nombre con el que fue rebautizado el monólogo, llegó a las 300 presentaciones. Alejandra Borrero, bajo la tutela de Sandro Romero Rey, volvió a ser por una hora el más loco, querido y genial de los cineastas colombianos. Usó su gabán, sus zapatos, sus palabras.  Carlos Mayolo tenía razón, sólo una mujer podía encarnarlo y, durante sólo tres días, el gran artista caleño volverá de entre los muertos usando el cuerpo de Alejandra Borrero.

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