Alcoholismo, la enfermedad contemporánea

Alcoholismo, la enfermedad contemporánea

Probó el licor a los 7 años y sin saberlo ese fue el inicio de una larga travesía: a los 19 ya era un bebedor con alta tolerancia y a los 28 años estuvo ebrio por 2 meses

Por: Sara Alejandra García Ramírez
agosto 09, 2018
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Alcoholismo, la enfermedad contemporánea
Foto: Pixabay

Fue una mañana del 2 de mayo, aproximadamente a las 10:30, cuando me disponía a tratar con mi padre un tema muy inusual, quizá un tabú en nuestra familia, la historia del alcoholismo que él vivió durante 18 años. Fue un momento muy íntimo, tal vez uno que debió quedar inmortalizado por la confianza que depositó en mí.

Comenzó lanzando la siguiente expresión: “estoy sobrio por la gracia de Dios". Luego, me confesó que cuando tenía aproximadamente 7 años asistía al sepelio de un tío materno que él quería mucho y al compás de la lluvia y de la aureola del arcoíris que se posaba en el horizonte se dispuso a tomar su primera copa de licor. Específica que era “tapetusa”, un trago típico artesanal de nuestras montañas antioqueñas. Esa copa fue el inicio de la enfermedad más degenerativa que tendría en su vida.

“Recuerdo que eran las 5 de la tarde, estaba en un sofá cama y sentía un frío desgarrador por todo mi cuerpo, abrí los ojos y me levanté lentamente después de una larga siesta y le pregunté a mi madre —ya que era la persona que se encontraba ahí conmigo— que si ya había amanecido. Me sentía mal y miserable, era algo inexplicable porque a mis 7 años era horrible sentirme de esa manera” afirmó.

Pude notar en su ceño, mientras hablaba de este tema, una timidez ajena a la personalidad vivaz que lo caracteriza. Deduje que a pesar de los años que han transcurrido este tema sigue siendo un golpe bajo para él. Prosiguió con la historia, me dijo que tenía la convicción de que las primeras manifestaciones del alcoholismo se presentaron en él desde la primera borrachera.

A la edad de los 15 años nuevamente volvió a tomar licor. Empezó como un bebedor social, hacia esto para sentirse más libre porque era una persona muy tímida que no daba muestras de amor a su madre ni a sus seres queridos aún teniendo el deseo. Me dijo que sentía una barrera, y que además se sentía aislado y solitario, pero que en el momento de estar en embriaguez percibía una alegría atípica a sus comportamientos habituales, podía abrazar a las personas y decirles cuán importantes eran en su vida, bailaba y en un concepto personal se sentía “feliz”.

Después, a la edad de más o menos de 19 años se convierte en un bebedor fuerte. Le pregunté a qué hacía referencia el término de fuerte y me explicó que era el que aguantaba mucho licor en su cuerpo, ya se demoraba más para estar en estado de ebriedad. De hecho, tenía un apodo muy coloquial que era “cantina al hombro” —ya deducirán ustedes por qué—. Así mismo, recuerda que empezaba los viernes a consumir y eran los miércoles y aún seguía en las cantinas. No recordaba cómo llegaba a su casa y si había comido el día anterior, pero sí tenía claro que se levantaba un día después con guayabo moral. Este es mucho más peligroso, por así decirlo, ya que él tenía el deseo de llorar enormemente. Sentía una tristeza agobiadora y suponía que había caído en las garras de la depresión, enfermedad aliada al alcoholismo en el que él se encontraba. “Así fue empezando para mí el infierno” dijo papá.

A los 33 años alguien le dio el mensaje de alcohólicos anónimos, una fundación para la rehabilitación que sería fundamental para dar un giro de 180 grados a su vida. Supo que el alcoholismo en el que estaba sometido más que una condición era una enfermedad declarada por la Organización Mundial de la Salud, enfermedad trifásica que abarca en el organismo la mente, el cuerpo y las emociones. "Nunca en mi vida había escuchado esto en ningún lugar del mundo, yo pensaba que el alcoholismo era un vicio o degenere, pero el saber esto se convirtió para mí en un alivio” afirmó.

Esta una enfermedad lamentablemente sin cura, pero que puede ser detenida. Por eso empezó con su plan de recuperación, el cual consiste en “las 24 horas” —así es denominado por los integrantes de esta fundación—, es decir, en pensar a corto plazo prometiéndose a sí mismo no beber ni un trago de licor. Más adelante, los días se convierten en semanas, las semanas en meses y los meses en años. De esta manera lleva ya 22 años de sobriedad, años que han sido para él como volver a nacer. Se siente más fuerte y vital, atrás dejó el duro estigma que tenía, la inferioridad y las barreras invisibles que lo hacían recurrir a las cantinas en busca de ese veneno que marcó una de las etapas más difíciles en su vida.

Ocasionalmente recuerda fragmentos de ese duro pasado como lo es que a sus 28 años se embriagó por 2 meses. Cuando despertó de esa pesadilla se encontraba en un deplorable estado físico y mental, se hundió en la depresión más crónica y esto hizo que sus padres lo llevaran a el psiquiatra con más renombre de la ciudad de Medellín en ese entonces. Mientras más escucho a mi padre más recreo en mi mente las escenas tan miserables por las que pasó.

Él me aconseja que nunca haga esto, pues le da miedo que una de las personas que más quiere en el mundo viva eso. Cita lo siguiente “eso no se lo deseo ni a mi peor enemigo, es como estar muerto en vida”. Ahora bien, cabe decir que como secuela de esto le quedó la depresión, que aunque no es tan usual, por periodos de tiempo toca las puertas de su vida habitando en él durante un lapso.

"Me acuerdo que cuando estaba jovencito estuve muchas veces en el comando de la policía por formar desórdenes debido a mis borracheras”. Como anécdota me contó que en la inauguración de una discoteca tradicional del municipio quedó registrado como el primer borracho del establecimiento. En el momento eso para él era como un halago y motivo de risa, pero actualmente siente vergüenza por eso, porque el alcoholismo no es algo que se deba presumir ni disfrutar por las atrocidades que se cometen en este estado.

“Estuve muchas veces al borde del peligro, pero afortunadamente nunca me pasó nada grave, yo siempre tenía un ángel que me protegía de todos los males”. Su vida desde que ingresó al programa anteriormente mencionado es el paraíso. Yo, como hija mayor de su matrimonio, puedo dar fe de sus testimonios, nunca lo he visto en contacto directo con el alcoholismo que según él venía viviendo. Por la gracia de Dios el día de hoy es un hombre al que admiro demasiado por su fuerza de voluntad, por mostrarse resiliente ante las adversidades de la vida y nunca más caer en esa espantosa experiencia.

Invita a todas las personas que tengan acceso a esta historia a qué se reflejen en él, que superen esa dura etapa y salgan del alcoholismo. Ilesos no saldrán, valga la aclaración, pero está seguro de que el cambio que sus vidas tendrán será satisfactorio.

 

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