Retomo este titular de un hermoso texto de León Tolstoy cuando quiso denunciar una de las injusticias en la Rusia sarista de fines de 1900. Un poquito atrevida la recordación, pero es que hace ya meses veo a los pequeños comerciantes de Bogotá cargando su tristeza, perseguidos y humillados, extorsionados por la comisión del horrible crimen de no dejarse morir de hambre, por resistirse a ser mendigos y por tener dignidad.
Me refiero a todos aquellos que desde su restaurante modesto, su pequeño bar o tienda de garaje osan vender alimentos y cerveza en pequeña escala sin estarle haciendo daño a nadie, recibiendo a los mismos vecinos de siempre, que son su familia secundaria. Callados vituperados por una administración distrital que se ensañó con los pobres, que arrastra y golpea al vendedor ambulante, así sea un anciano indefenso o un joven que vende chorizos en la séptima. A esos que la alcaldesa no llama "aliados estratégicos" porque no cuentan con la capacidad de ofrecerle ventas masivas a precios comerciales para salir a pantallear diciendo que regala comida. A esos que cuando le piden ayuda les dice "a trabajar, mija". A los que les contrató jóvenes para que en aglomeraciones, grupos de diez y más, vestidos de chaquetas rojas, les hagan visitas intimidatorias a los que sacan sus mercancías, así sean flores ornamentales o venden jugos para refrescar al transeunte y de paso ganarse de manera honrada la liguita para la comida diaria.
Cómo quedarse callado cuando la alcaldesa es la única que no sabe que las tiendas de barrio y los pequeños bares se la juegan para sobrevivir atendiendo a su reducida clientela en lugares encerrados, oscuros y sin ventilación, denigrados por una administración que decidió que el expendio de licores es pecaminoso, como monja de clausura, y fuente de todos los males. Así como ahora le dio por estigmatizar a los motociclistas porque un delincuente mató a un policía. Medidas de ese orden no hacen sino demostrar la pobreza mental de quien solo quiere disfrazarse unos días de bombera, otras de campesina, otras de médica y otras de pregonera, cayendo en el mismo ridículo del presidente al posar de guitarrista, de futbolista o de vedette de televisión.
El daño a la pequeña economía del rebusque ya está hecho. Creo que es hora de evaluar si por causa de la pandemia o so pretexto de esta se puede explicar semejante daño a los más débiles. Es que acaso la empresa en la que gasta una millonada para medir su imagen no le informa el daño que está haciendo a los pequeños comerciantes que se niegan a ser mendigos y que solo piden que los deje trabajar. ¿De qué forma plantea reparar ese daño la burgomaestra?