Apreciada alcaldesa,
Con todo el respeto que usted se merece y que me inspira desde lo más profundo, quiero referirme a lo que llevo soñando desde años para Bogotá, mi ciudad natal y el lugar que más estima tengo en el mundo.
La capital colombiana suele ser la cuspide del estrés, los trancones y la bullería, pero ¿no les ha pasado que los domingos en Bogotá se sienten felices y el cielo siempre ayuda? Casi todos son soleados, tranquilos, con cielo despejado, las personas felices y el aire ameno, como ignorando que caminamos en una de las capitales del mundo más desorganizadas, seguramente más contaminadas y poco desarrolladas para la cantidad de personas en las que ella habitan.
Por supuesto que la solución de movilidad en Bogotá siempre será un sistema de transporte publico eficiente y competitivo que si o si tendría que tener varias lineas de metro, sean subterráneas o no. Pero la historia nos cogió ventaja. Ya hace rato se nos fue el tren para aspirar a ver esta ciudad movilizándose en paz y sin trancones en esta vida que nos tocó. Por lo menos yo, que tengo ya más de 50 años de vida, estoy seguro que no voy a alcanzar a montarme en el Metro de Bogotá.
Lo cierto es que siempre estaremos a tiempo de reiventarnos (la palabra de moda), armonizando las necesidades que tenemos con las capacidades con las que contamos y siendo creativos, recursivos y comprometidos. Así las cosas, siempre me he preguntado por qué no hacer en Bogotá un domingo eterno con una ciclovía que esté habilitada para cruzar la ciudad de norte a sur en una carrera que sea exclusiva para las personas siempre. Una vía que se llame Vida, que siempre tenga iluminación, seguridad, comercio y gente. Que sea amena caminarla sin carros alrededor. Que sea segura y no solo sirva como una vena económica a la ciudad, rica en comercio, en arte y emprendimientos, sino también como una forma de transporte que, además, contribuya a la integración social en toda esta ciudad que hoy pareciera ser de nadie.
Que sea un lugar para el arte, la música, el deporte, el comercio pero, sobretodo, un lugar de la gente. Que esté abierto para la ciudadanía 24/7 y que de verdad posicione a Bogotá como la capital de la bicicleta, un nombramiento honorario que el señor Peñalosa decidió auto otorgarse sin ningún merito para tenerlo.
Creo que la pandemía llegó a fortalecer estas ideas que pueden parecer locas. Pero si antes el Transmilenio era un servicio malo, inviable, contaminante, entresante y poco eficiente, ahora imagínese ahora que no va a poder cumplir con la totalidad de su capacidad por décadas para evadir un virus invisible que estaría dichoso de expandirse desde tanto tumulto y desorden.
Es hora de ponerse los tenis, comprase un casco, llenar un termo y montarse a la bici. Por el bien de nosotros, de los demás y sobretodo de nuestra hermosa Bogotá.
Piénselo Alcaldesa, nuestros hijos y nietos seguro se lo agradecerán de por vida.