A propósito de la controversial afirmación del alcalde Enrique Peñalosa en una conferencia de innovación empresarial el día de ayer.
"Es polémico lo que voy a decir, pero los centros comerciales son síntomas de que la ciudad está enferma". Con esta afirmación, en la conferencia de innovación empresarial Exma que finalizó el día de ayer, el alcalde Peñalosa logró estar aún más en el centro del huracán de la opinión pública y avivar lo que es o ha sido sin duda alguna su gestión y gerencia al frente del segundo cargo más importante del país. En este caso, su falta de prudencia, tacto y popularidad se reflejan en algunas encuestas que lo sitúan como el alcalde con la mayor desaprobación en la ciudad y el país.
Sin embargo, el propósito de este artículo no es hablar de la ya comprobada pésima gestión del alcalde, ni mucho menos seguir ahondando en su ya conocido interés empresarial de llenar a la ciudad de buses rojos o en su sospechoso afán por llenar a la ciudad de parques. El fin de esta nota, aunque suene raro o difícil de creer, es apoyar y justificar esa afirmación polémica sobre los centros comerciales, ya que esta vez él tiene toda la razón.
Decía el antropólogo francés Marc Auge en su obra Los no lugares, espacios del anonimato (1993) que existían unos no-lugares, estos entendidos como aquellos espacios inanimados, que no generan identidad, comunicación e historia en el ser humano; estos más bien son lugares de tránsito, sin cargas de emoción o relación. Para ello se trae a colación los aeropuertos, las estaciones de metros o autobuses y precisamente los centros comerciales. Como se sabe, estos últimos son espacios sin rostro, forma y por ende anónimos, que lo único que generan es rapidez, casualidad y necesidad comercial, que para el mismo Auge niegan la posibilidad de las relaciones sociales y humanas, que sí proporcionarían los espacios públicos como las plazas centrales o de mercado, los colegios, las casas, entre otros.
El anterior argumento de autoridad es una muestra de que el alcalde podría tener razón con tal "polémica" afirmación. No sé si completamente cuando habla de una enfermedad, pero sí cuando se infiere que este deseaba decir que los espacios públicos, como los parques públicos, eran mucho más valiosos e importantes para una sociedad que un gigante de locales. Para mí no cabe ninguna duda de que la ciudadanía ha dejado de lado aquellos espacios públicos, seguramente porque no se sienten "seguros". No obstante, no se puede discutir que estos ahora quedaron reemplazados y desplazados por aquellas vitrinas, esas que para muchos son sinónimo de felicidad, aunque, como bien dice el alcalde, son muestra de una enfermedad, aunque yo lo llamaría trastorno.
Un trastorno que está siendo que el espacio público, ese que tanto ha defendido Richard Sennett o defendió Janes Jacob como símbolo de democracia, quede relegado a los prejuicios, a las imprecisiones y al abandono por parte de aquella ciudadanía que se dejó vender muy bien la idea de una felicidad al alcance del bolsillo. Es claro y loable que la afirmación del alcalde no es imprecisa, más bien debe ser tenida en cuenta sobre todo para aquellos ciudadanos que reemplazaron la Plaza de Bolívar por el club privado o aquellos que prefirieron el Andino, así sea por chicanear, que salir a la ciclovía. Señor alcalde, atónito y perplejo reconozco que a pesar de todo esta vez usted tiene toda la razón.