El alcalde Enrique Peñalosa merece ser revocado por la infinidad de motivaciones que han llevado a la ciudadanía a rechazar su gestión: cerca del 80% de inconformidad es el último dato, no solo porque la gente siente que no ha hecho nada positivo después de más de un año de gobierno sino por las acciones que anuncia o que adelanta, que atentan contra la ciudadanía, el desarrollo urbano, el medio ambiente y el patrimonio del Distrito, y que están dirigidas no solo a favorecer sus intereses particulares sino al “repugnante roscograma” que reina en su administración. Pero entre todas las razones para ser revocado, hay una que merece por sí sola que los bogotanos le digan NO a la continuidad de su gestión: el caos de la movilidad al que pretende solucionar con la misma receta que le dio a la Capital hace 18 años, la de reemplazar el tren metropolitano por buses articulados, con el argumento inaudito de que “Transmilenio en la práctica hace lo mismo que un metro''.
En todas las grandes ciudades del hemisferio se ha adoptado el metro para que circule por vías diferentes a las de superficie. Ese sistema ha demostrado ser el idóneo para resolver las altas capacidades y velocidades de las metrópolis para transportar a miles de viajeros a sus sitios de trabajo y de estudio. Así lo comenzaron a construir en Europa y Norteamérica hace 150 años, en Latinoamérica hace más de 100, y hoy, las únicas ciudades con más de ocho millones de habitantes en el mundo que no tienen metro son dos africanas y Bogotá. Pero dentro del mar de desidia e irresponsabilidad de los gobernantes distritales y nacionales para no construir el metro en setenta y cinco años, la que encierra el mayor grado de desvergüenza es la de Peñalosa, cuando en 1999 resolvió, estando todo dispuesto para construirlo, que un sistema de buses para una ciudad de quinientos mil habitantes (Curitiva, Brasil) serviría para reemplazarlo en una de más de seis millones.
Los sistemas similares a Transmilenio suelen cumplir un papel importante en ciudades medianas, pero en las grandes, aunque pueden ser alimentadores del metro, nunca los pueden reemplazar como estructurantes del sistema de transporte público masivo, tal como los impuso Peñalosa en su primera administración en Bogotá y los ha vendido después para grandes ciudades en muchos países ‘en desarrollo’, dentro de su lucrativo negocio como mercader de los contaminantes buses (Volvo.http://www.polodemocratico.net/noticias/nacionales/9768-alcalde-penalosa-exitoso-vendedor-de-buses-de-transmilenio-en-comercial-promocional-de-volvo) Porque este es precisamente el interés que el alcalde pone para continuar con el modelo, para lo cual anuncia “buses por 100 años y por todos lados”, reforzando su idea de que la columna vertebral del sistema de transporte siga siendo Transmilenio, cuando ya llevamos 16 años comprobando “en la práctica” el desastre que ha ocasionado ese sistema en Bogotá. Por eso, mientras él continúe gobernando, será lo que impere “para siempre”, según su afirmación cuando se refirió a las “obras que van a transformar a la ciudad”.
La particularidad de los vehículos que conforman a Transmilenio se resume en que, aunque son buses grandes que transitan en superficie y por eso son de mediana capacidad y velocidad, sin embargo tienen las características de pesantez y rigidez de los trenes (buses disfrazados de metro). Una vez instaladas sus aparatosas y costosas estructuras (estaciones centrales, portales, puentes y vías exclusivas) que reducen los carriles vehiculares en forma drástica y crean conflictos de tránsito, son prácticamente inamovibles y ocasionarían un inmenso caos urbano en caso de que lo fueran. Por eso, la decisión técnica de Peñalosa de hace 18 años, la de imponerle a la Capital un sistema rígido, pesado y definitivo por las principales avenidas, que no produjo ninguna solución al transporte masivo y que pretendió reemplazar de por vida al metro, fue la peor de la historia de Bogotá, tal como lo denunciara en solitario el senador Jorge Enrique Robledo para alertar, hace más de un año, el peligro que representaba para Bogotá su elección como alcalde.
Entonces, el fingido apoyo al metro que prometió Peñalosa, lejos de ser su convicción, responde al rechazo en las urnas que le hubiera ocasionado su negativa a considerarlo como necesario. Pero ya sabemos que el anunciado por el alcalde no es el subterráneo, cuya licitación para construirlo había debido ser convocada hace un año porque estaba ya aprobado y tenía todos los estudios, sino que fue cambiado por uno elevado sin ninguno, desastrosa decisión que ha generado una total incertidumbre y desazón sobre el futuro del transporte masivo. Pero también sabemos que el metro de Peñalosa se va a constituir –si remotamente es construido– en un trencito liviano y panorámico –“alto y esbelto”–, de menor calidad y con impacto urbano negativo, es decir, más barato, con la única intención de que sea un alimentador de Transmilenio y le permita destinar más recursos para troncales con carriles exclusivos para buses articulados.
Pero el panorama caótico –solo comparable con la movilidad de Bogotá– que generó la decisión del alcalde de hacer borrón y cuenta nueva en el caso del metro, pretendió mitigarlo la pantomima que hicieron hace poco el presidente Santos y el alcalde Peñalosa, cuando el primero le anunció la entrega de 9, 6 billones de pesos para el metro del segundo, creando un gran efecto mediático para tratar de rescatar del lodo en que se encuentra el burgomaestre “incomprendido”. Pero está claro que el CONPES que aprobó ese cheque simbólico pone “10 condiciones técnicas sin las cuales la plata no se hará realidad”, es decir, se deberán entregar todos los estudios de factibilidad para el nuevo metro, que sabemos que no se han hecho y cuyos costos y duración son muy grandes. Pero eso no le debe preocupar a Peñalosa, porque aunque finja lo contrario, él no considera al metro como la prioridad urbana, y hasta se alegrará de que se esté profundizando la crisis económica del país, de la mano de la corrupción, para volver a alegar, igual como lo hizo en el 2000, que él no tuvo la culpa por no construir el metro, y que por eso destinó todos sus recursos en Transmilenio.
Estamos próximos a escribir una nueva página en la que se constata que las dirigencias políticas del distrito y del país están más empeñadas en hacer prosperar sus negocios particulares, que en atender con responsabilidad y ética ciudadana los derechos al transporte de millones de bogotanos en condiciones dignas. Parodiando una frase famosa, con la elección de Peñalosa en el 2015 la historia se repitió como tragedia, pero si no se revoca ya, se repetirá como farsa… “para siempre”.