En el año 2003, un comando de fuerzas armadas no identificadas dinamitó el puente colgante La Guasca, que era la única vía de acceso entre los municipios de Policarpa y el El Peñol, estructura en acero, hierro y madera tendida a unos 20 de altura sobre el caudaloso río Patía.
El puente colgante, originalmente concebido para tránsito peatonal y de animales domésticos, lo diseñó y construyó entre 1925 y 1926 el ingeniero portugués Julio Souza Alves, mediante el anclaje de dos imponentes estribos de piedra calicanto. Sin embargo, tiempo después, al verificar su resistencia de la construcción por el paso de las grandes recuas de caballos y mulas que transportaban víveres, es utilizado por los pobladores del sector con vehículos tipo Toyota corto modelo 70 no sin antes hacer maromas antes de pasar al otro lado del río.
El ingenio de Souza diseña y construye 25 puentes en los vastos y abruptos territorios del Caquetá, Putumayo y Nariño, obras consideradas como milagros de la principiante ingeniería de inicios del siglo pasado.
El sello de Souza quedó impreso en la gruta que construyó en la cabecera del puente, ubicado en el sitio denominado Puerto Rico, donde instaló a la virgen de Fátima, patrona de los portugueses, y también de los peñolenses.
La voladura del puente dejó incomunicados a los pobladores de la cordillera, hecho que obligó a que algunos osados instalaron una rústica e insegura tarabita para los transeúntes, motos, cachivaches y productos agrícolas que comercializan en la región ocasionando riesgos y mayores costos.
Las administraciones municipales, con el apoyo de los gobiernos departamental y nacional, obtuvo los recursos económicos para construir el nuevo puente de La Guasca, en el mismo sitio de Puerto Rico.
Sin embargo, el proyecto de infraestructura vial que está previsto iniciar en marzo de 2021, que seguramente genera progreso a la comunidad, no considera en absoluto salvar los vestigios del casi centenario puente colgante de Souza, correspondiente a los “estribos”o contrafuerte ubicados a lado y lado del río Patía, huellas de una obra civil que prácticamente se constituye en un verdadero emblema arquitectónico y de ingeniería de los nariñenses.
Las bases de piedra calicanto desde donde instalaron los cables de acero que colgaban para sostener el tendido de madera sobre el que transitaban tanto peatones como sus recuas se conservan incólumes e imponentes, como muestra de su resistencia y de su coraje, ante la inminente posibilidad de ser destruidas con dinamita, paradójicamente como los hicieron grupos armados no oficiales dos décadas atrás, para así dar paso al “progreso”.
Si bien es de extrema necesidad construir un nuevo puente sobre el Patía, de manera que reabran y rehabiliten el tramo de la vía que conduce a El Peñol y que hoy está cubierto por la maleza y por las piedras que ruedan de las laderas, igual de importante resulta salvaguardar esa huella de la historia local, que bien podría ser promocionada como una ruta turística, más aún cuando con los enormes avances de la tecnología y de la ingeniería construyen modernos puentes que se caen “solos” antes de ser inaugurados; caso concreto el de Chirajara que cayó al fondo del abismo en 2018.
Lo justo sería que construyeran el nuevo puente sin derribar los vestigios del viejo puente de piedra. Bien podrían diseñarlo a un costado de las actuales bases que cimientan la obra de Souza, ícono de nuestra tradición e identidad campesina nariñense.
