Bien arrecha resultó la ventolera que armó en Santander el alcalde de Bucaramanga, Rodolfo Hernández Suárez, cuando habló de “derrotar a Serpa”. Con esa declaración despertó oleadas de simpatía, pues enarboló la bandera de su propia “lucha contra la politiquería y la corrupción”, hoy tan de moda. Pero conviene ponerle lupa a sus palabras para conocer las verdaderas intenciones de lo que, desde el reino de la posverdad, luce como un show mediático ‘libreteado’ desde las filas del uribismo.
Hernández señaló la corrupción únicamente en el Partido Liberal y la personificó sobre la figura de su máximo dirigente en Santander, Horacio Serpa. Esto de entrada es abusivo, pues actúa desde una instancia de poder administrativo, la alcaldía. Además, desconoce que la corrupción y las prácticas politiqueras son inherentes a todos los partidos políticos. Pero él sabe cuánto le aporta retar como rufián de barrio a su principal oponente en la arena política, lanzándole el guantazo a la cara para que él responda y se arme un zafarrancho tan tenaz como el que armó, en el que Serpa no solo ha quedado a la defensiva sino acorralado —y bastante golpeado, para qué negarlo— pues se le vinieron en gavilla.
En esa misma condición de rufián de barrio, Hernández sabe que la suya es una abierta intervención en política, adrede, a mansalva, prohibida por la ley, o sea que el reto se lo lanza también a la Procuraduría para que cumpla con su obligación constitucional y proceda, como corresponde, a la sanción administrativa o la destitución.
El alcalde de Bucaramanga está tratando de victimizarse a como dé lugar, es la realidad. Al final de su mandato no tendrá nada para mostrar en obras (él, que es ingeniero constructor…), pero se escudará en que los liberales le dejaron la ciudad en quiebra. Su más anhelada meta será entonces pasar a la historia como el mártir de la politiquería y la corrupción, o sea que lo peor que le puede ocurrir es que le toque terminar su período, porque al final se vería que no hizo nada.
En situación inversamente proporcional, el Partido Liberal sí tiene obras para mostrar, pero nada de esto cuenta porque Rodolfo Hernández habla desde el reino de la posverdad, asesorado por unos publicistas argentinos que le recomendaron la conveniencia de ‘patear el tablero’ y armar la de Dios es padre. En ese contexto uno se siente tentado a concederle la razón a Horacio Serpa en que se trataría de una práctica “criminal”, o al menos desestabilizadora, pues desafía al Estado al violar la ley y a continuación decir “a ver, si son tan machitos vengan por mí”.
Si de prácticas politiqueras se ha de hablar, no sobra recordar que todo el mundo creía que Hernández había llegado a la alcaldía catapultado por el voto de opinión, hasta el día en que él mismo le reconoció a Vanguardia Liberal que su promesa de campaña de construir 20.000 viviendas gratuitas —de las que repartió formularios— fue “para ganar votos, lógico. Para qué voy a decir que era para perder votos”. (Escuchar confesión).
Dije arriba que se trata de una actuación libreteada —y sobreactuada, valga la redundancia— y la afirmación se deja probar si seguimos el hilo de la trama hasta la Secretaría de Desarrollo Social, a cargo de un uribista de raca mandaca como Jorge Figueroa Clausen, tío de Manolo Azuero, quien ostenta el pomposo título de Jefe de Gobernanza, en la práctica un vicealcalde. Ese par de parientes (hoy hermanados en una lucha intestina familiar por una herencia que los enfrenta a Marval) constituyen el poder detrás del trono, y es ahí donde se hace posible identificar por dónde va el agua al molino: ellos son la cara visible de una estrategia orientada a imponer desde ya, con fuegos artificiales mediáticos, al sucesor de Rodolfo Hernández (¿acaso Manolo?), mientras que la cara invisible es la de los publicistas argentinos que con su ‘creatividad’ han logrado acorralar al Partido Liberal.
Hablando de liberales, aquí se presenta la primera debilidad de los opositores al alcalde, en parte porque se les nota ‘quedados’ en el manejo de las redes sociales (reciben palo y no saben responder), y en parte porque los concejales —junto al también liberal Contralor Jorge Gómez Villamizar— le montaron una ‘perseguidora’ a Hernández de la que salió fortalecido, por lo que ya se dijo: aprovechó el enfrentamiento para victimizarse y, en tal medida, revertir el tortazo contra ellos.
Sea como fuere, la única verdad verdadera es que Rodolfo Hernández no es el ‘antipolítico’ que hoy nos quieren vender sus maquilladores, primero porque su carrera política se inició como concejal de Piedecuesta (¡a nombre del Partido Liberal!) entre 1978 y 1980, según se aprecia en esta constancia. Y segundo, porque fue gracias a esa vinculación temprana con los politiqueros de las administraciones municipales del área metropolitana que pudo hacer su fortuna, comprando predios rurales que amigos suyos en los diferentes Concejos se los convertían en urbanos mediante la modificación del POT, para luego proceder a construir conjuntos residenciales de los que salía “plata para todos”.
Otra verdad sobre Rodolfo Hernández es que la única promesa de campaña que ha cumplido fue cuando dijo que con el transporte pirata se iba a hacer el pingo, y en efecto se hizo el pingo, y las consecuencias están a la vista: todas las empresas formales de transporte a punto de la quiebra, incluido el sistema Metrolínea. Sumado a lo anterior, ni cumplió la promesa de las 20.000 viviendas gratuitas que lo trepó a la Alcaldía, ni habrá de dejar ninguna ‘huella arquitectónica’ visible. Como quien dice, alcalde ni-ni.
Es por eso que después de 19 meses de posesionado, durante los cuales no ha hecho cosa diferente a portarse como un viejito gritón y cascarrabias, me siento en el legítimo derecho de decirle: alcalde, ¡no se haga el pingo y póngase a trabajar!