Es posible que alguien se pregunte por qué un hombre que viene desterrado desde Europa, al que se le ha conmutado la pena de muerte por el exilio, cuyo destino no es Barranquilla sino Bogotá, y que, como tantos otros desplazados europeos y del lejano y del cercano Oriente, llegaron a esta ciudad colombiana a empezar de nuevo sus vidas y sus familias, éste no llega aquí a hacer empresa, a como dé lugar, sino a emprender un gran proyecto de vida a través de la educación y la cultura; creando colegios, universidades, centros de enseñanzas de lenguas, y depositando en la música una inmensa convicción y esperanza de fuerza edificante y construcción de futuro.
Assa funda en 1957 la organización de El Concierto del Mes, que estuvo casi siempre en peligro de extinción, como puede corroborarse en muchas de sus columnas de Casandra. Al final, luego de voces alarmantes en algún sector de la ciudad, siempre surgían también las manos amigas y las voces de aliento que permitían seguir en el empeño, y realizar así más de 500 conciertos en 44 años consecutivos hasta su muerte en 1996, y sobrevivirle todos los años posteriores hasta la actualidad.
La nómina de concertistas es realmente asombrosa. Intérpretes de muchas partes del mundo, en especial de Europa, Norte América, América Latina y Colombia podrían llenar páginas enteras. Grandes artistas como Jerome Rose, Gyorgy Sandor, Adolf Odnoposof, Luis Bacalov, Danielle Arpajou, Arts Antigua de Paris, Cuarteto de Cuerdas Medici, Jeffrey Cohan, Solistas de Sofía, Pablo Arévalo, Gentil Montaña, Enric Madriguera, First House Quartet, Walter Hauzig, Blanca Uribe, Luis Biava, Karol Bermúdez, Andrés Linero, Christoph Ullrich, Daniel Pollack, Alain Motard, Ross Pople… y muchos otros, con su genialidad musical ayudaron al profesor Assa a dejar una huella profunda en el sensorium de esta ciudad, más allá de lo que todavía hoy no podemos aún dimensionar.
Una de las máximas tutelares de Alberto Assa:
“Sin música no hay ni puede haber cultura verdadera"
Yo no tendré nunca cómo pagar experiencias como las que viví en algunos de los conciertos de finales de los setenta y ochenta, especialmente; tal vez porque fueron los años en los que descubrí la plenitud del goce en vivo de la música culta, y porque aprendí también la disciplina de saber estar y escuchar, concentrado y respetuoso, el discurso maravilloso de un buen intérprete. Y porque allí empecé a entender la importancia de dos de las máximas tutelares de Alberto Assa sobre la música: “la necesidad de la enseñanza de la música como materia básica en todos los niveles escolares”, y la de que “Sin música no hay ni puede haber cultura verdadera”.
Él, con el telón de fondo histórico de una familia de grandes intérpretes del piano y del violín en cuatro generaciones, sus padres, su hermano, su hijo y sus nietos, sabía a fondo la honda verdad de estos asertos. No de otra manera se entiende la importancia de la música en el desempeño estudiantil de alto nivel de un colegio como el Instituto Experimental del Atlántico, y de cómo un proyecto cultural como el Concierto del Mes está adscrito institucionalmente a la filosofía educativa de Assa en el espíritu del IEA. Es decir, una experiencia en donde se armoniza lo que en este país ha estado y está abismalmente divorciado: educación y cultura.
Yo me quedaré siempre atesorando conciertos como los de María Pardo, Gunter Renz y Julita Consuegra, en 1978, con un repertorio todo Schubert; el de Kees Kooper y Marie-Louise Boehm, violín y piano, en 1978, con el maravilloso regalo de La vida breve de Falla; el de Gyorgy Sandor, en 1978, gran pianista que me regaló una danza preciosa de Bartok y la misteriosa Tras la lectura del Dante de Liszt.
Inolvidable el Cuarteto de Cuerdas Medici, en 1979, con un magistral Dvorak en Cuarteto Americano; el gran pianista argentino Luis Bacalov con hermosos tangos y aires nacionales luego de Haydn, Mozart, Brahms, en 1979; el mágico concierto, balsámico y puro, del guitarrista norteamericano Stephen Bearman, en 1979; los colombianos Luis Biava, Blanca Uribe y Luis Biava Jr., 1980, brillante ejemplo de comunicación musical en familia, tocando lo sublime, con las Emociones caucanas de Antonio María Valencia.
Me conmueve aún recordar a dos grandes pianistas colombianos de Santa Marta haciendo un programa a dos pianos ciertamente memorable en 1982: Andrés Linero y Karol Bermúdez con el Preludio y Fuga de César Franck, La consagración de la Primavera de Stravinski, maravillosa y extenuante, y los Point on Jazz de Dave Brubek grabados para siempre en mi memoria.
Y me toca cerrar con dos conciertos también de honda marca personal: el concierto para cello y piano de Adolfo Odnoposof y Berta Hubermann, en 1983, geniales en el Aria para la cuerda de sol de Bach y en una suite de Arcangelo Corelli; y un concierto especial del pianista alemán Christoph Ullrich, en 1988, otro de los que se prodigó en repetir en el CDM y sabemos que era altamente favorito de Assa.
Y otros más que también disfruté y muchos otros que con pesar me perdí. Perdón, profesor Assa.