Los libros que Alberto Abello escribió se fueron construyendo guiados por un ímpetu personal. Mezcla de sus autocuestionamientos y los afanes por desvirtuar nociones que intuía erradas, débiles o incompletas. Sus pesquisas cumplían propósitos esenciales: reforzar las visiones existentes y proponer filones reflexivos sobre aquello que lo inquietaba.
Con los primeros hallazgos iba dando forma a sus textos con las alegrías que produce el descubrimiento. Así pasaba de apuntes organizados a un primer borrador de artículo académico; luego, proyectaba un libro con sus posibles capítulos y abordajes, que iba nutriendo en compañía de voces de amigos y allegados, hasta tener consigo un manuscrito decoroso, luego de rigurosas horas de trabajo.
Otra de sus características como investigador era confrontar dos nociones. Aparecían contrapunteos entre autores y teorías que Alberto Abello iba problematizando con sus propias visiones. Eso se aprecia en su abordaje sobre el tema de la plantación. La planificada producción agrícola de ciertas colonias presentes en el Caribe contra el afán extractivo de metales por parte de los españoles en la América continental, todo está en su libro La isla encallada (2015). Aquí extiende la noción de insularidad hasta el territorio colombiano haciéndolo parte del archipiélago del Caribe, reconoce este territorio continental como una isla encallada ante la ausencia de la plantación, sinónimo de trabajo, industria y desarrollo. Creativo abordaje que le surgía como le fluye un verso a un repentista.
Esas visiones, para reforzar lo dicho, están también en Carnaval y fiesta republicana en el Caribe, su último libro, aún inédito, cuyo manuscrito prometió enviarme y cumplió. La búsqueda de una editorial, algo que apenas Alberto Abello comenzó a gestionar durante el primer trimestre del año pasado, se truncó con su súbita muerte, ocurrida el domingo 14 de abril de 2019. Ha pasado un año y siete meses; el libro continúa inédito.
¡Perdónenos maestro!
Las pugnas y tensiones que entrega Carnaval y fiesta republicana en el Caribe laten aún. Es una vergüenza (reparable) que continúa allí como si le hubiéramos puesto un sello, un tapabocas acorde con los tiempos de conmemoración de la independencia de Cartagena. Ninguna celebración o conmemoración habría sido más certera que haber entregado a Cartagena esta memoria para que la ciudad pueda reflexionar sobre sus raíces y sus transformaciones culturales.
El libro Carnaval y fiesta republicana en el Caribe resalta la aparición del carnaval durante La colonia y su posterior propagación a otros territorios luego del 11 de Noviembre de 1811. Un período de expansión que llevó las festividades a Barranquilla y otras poblaciones del Caribe. Alberto Abello escribió: “Dos fiestas populares de importancia nacional en Colombia y de esencia regional en el Caribe colombiano atravesaban caminos divergentes al comenzar la década de los ochentas del s. XX. Las Fiestas de Noviembre que conmemoran la independencia de Cartagena de Indias, a orillas del mar Caribe, se encontraban en una crisis producida por un conjunto de factores políticos, institucionales y económicos; por su parte, el Carnaval de Barranquilla iniciaba su franca recuperación por un sendero que lo conduciría a ser declarado, años más tarde, en 2003, como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad por Unesco”.
Más allá de la merecida declaratoria al carnaval barranquillero, de las danzas y comparsas, de las músicas y sus intérpretes, de disfraces originales o la embriaguez desmedida, Alberto Abello se preguntaba por qué en Barranquilla el carnaval se engrandeció, y por qué en Cartagena, con una tradición de finales del siglo XVIII, se convirtió en un objeto para complacer las malcriadeces de las élites, y en nombre del goce popular, complacer a castas y familias de falsos abolengos. Alberto se preguntaba cómo se desboronó ese imperio del goce.
Para Alberto Abello el sentido de la fiesta estaba dado por su contexto histórico, por la concreción de un amasijo cultural que se compactó con el tiempo y que generó un carnaval único al celebrar el desprendimiento de esa España extractiva que construyó La isla encallada. Parafraseando al maestro, quizá estemos ante una fiesta encallada, en un carnaval encallado que no logra zafarse de viejas ataduras. Una ciudad encallada que siente que su fiesta es ajena al sentir de los goces del pueblo. Una creatividad amurallada, que se ha asociado con instituciones oficiales y privadas que pretenden, con las mejores intenciones, empujarla… quizá sea hacia el abismo.
Alberto Abello entiende el carnaval como una integración. Un flujo de migrantes que viajó durante varios siglos cargando consigo su cultura o parte de ella. Allí se integran cabildos, celebraciones litúrgicas, rituales paganos, guerras de congos, ruedas de cantadoras, sincretismo y goces de la carne, que está en el origen del término, y que reflejan la pugna necesaria para enfrentar esas visiones que intentan institucionalizarla, despreciando así las narrativas esenciales de la fiesta que está en los relatos de quienes la gozan… la gozan.
La Fiesta de Independencia, Maritza Zúñiga, la cobra de Cartagena. Foto: David Lara Ramos
Por último, el libro Carnaval y fiesta republicana entrega la mirada reciente, esa que Alberto Abello vivió, sufrió y gozó. Va desde la creación del Comité por la Revitalización de las Fiestas de la Independencia en 2003 hasta el 2017, momento en que Raymundo Angulo, para bien, se desprende como un mal tumor de las Fiestas de la Independencia del 11 de Noviembre, y anuncia que organizará su evento de la indignidad en el mes de marzo. Alberto Abello escribe: “En el lacónico mensaje que comunica la decisión al país no hay referencia alguna a la ciudad, a su patrimonio histórico y su vida cultural. El comunicado destaca la relación entre el Concurso Nacional de Belleza y la estructura empresarial del Miss Universo”. Un pensamiento de élite que es capaz de arrasar y destrozar la memoria festiva de un pueblo ante la mecánica utilitarista de corporaciones internacionales.
Al final, hay una mirada que transmite esperanzas. Escribe sobre el esfuerzo que puede representar la recuperación de una fiesta, para Abello hay que seguir poniendo en tensión ese tejido social propio: “[…] que piensa, sueña, estudia, preserva, innova, promueve, organiza, financia, y coordina, cuyo entramado permite días de música, danza, máscaras, disfraces, parodias, alegría colectiva y materializar la libertad. Su diversidad cultural, sus tradiciones, la riqueza de sus compositores, ser cuna de renombrados artistas de la música, la danza y la coreografía, la memoria que no termina de ser borrada […]”
El aporte de Carnaval y fiesta republicana apunta a esa memoria que se engrandecería si pronto la obra de Alberto Abello se publicara y recorriera las calles de la ciudad como una voz festiva que le habla a cada habitante de Cartagena, una voz que propaga una fiesta que hay que sentir con orgullo y reponer los desaciertos del pasado con acciones festivas y creativas de su gente.