Al son que me toquen bailo

Al son que me toquen bailo

Los políticos tienen la costumbre de tirarse unos pasos de vez en cuando. Parece que sus asesores están convencidos de que esto trae réditos, ¿será que sí?

Por: Rodrigo Beltrán
septiembre 19, 2019
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Al son que me toquen bailo

¡También somos seres humanos, de carne y hueso! Nos lanzamos al ruedo sin temor, aunque seamos susceptibles de hacer el oso. Al final del día, eso es lo que menos importa: todo vale por los votos, por la elección o reconocimiento. Ellos hacen lo que los estrategas les dicen que hagan. Parecen marionetas de su grupo asesor cercano.

Están convencidos de que hacer lo que les manden traerá como recompensa impacto en la opinión, amplia visibilidad, polémica y, por ende, recordación para tenerlos en cuenta frente a las urnas y ganar popularidad cueste lo que cueste. Esta costumbre no es de hoy, es una vieja herencia de la politiquería nacional. Por ejemplo, candidatos como Luis Carlos Galán también lo hicieron, seguramente con el mismo propósito: obtener aplausos y reconocimientos, ratificar que son humildes y sencillos, que se juntan con el pueblo, así les toque salirse de su agenda, de su rigidez, y, estamos hablando de hace más de 30 años.

¿Ustedes creen que el baile da votos? Dicen algunos expertos bailarines de profesión, que se lucen de verdad, que el 90% de estos personajes  se transforman en seres comunes y corrientes, en milésimas de segundo y toman la decisión de atreverse a emprender la danza improvisada. No saben mover las caderas y menos seguir el ritmo. Visualmente, a cambio de ganar, pierden, además con pésimas coreografías, ¿pero por qué en el país el éxito consiste en llamar la atención?, ¿en volverse noticia? Por ello reza, de manera triste y que es expresión en una sociedad mediocre, el dicho: “que hablen de mí, bueno o malo, pero que hablen”.

 

¿A qué estratega se le ocurre pensar que someter a su candidato a momentos de angustia, forzarlo a situaciones incómodas, les traerá adeptos? Es sin lugar a dudas una visión facilista, con el agravante de que hoy en día esa escena de tratar de bailar con él o la mejor postora se vuelve viral a través de las redes sociales. Lo interesante sería que se lograra un efecto positivo, de reconocimiento y que ayudará a plantear un mensaje de construcción de país, de alternativas para la sociedad, pero no es como un recreo, en medio de una enloquecida ambición de popularidad y crecimiento de poder.

Podríamos pensar que hoy en día esta costumbre dancística, enmarcada en una agitada carrera política en plena campaña, solo cabe en los ojos, como manifestábamos en estas líneas, para la vieja y anquilosada costumbre política, ¡pero no, sorpréndanse! Los protagonistas hoy de la llamada nueva generación de liderazgo en el país también tiran paso por que sí, porque me tocó hacerlo. Pero claro esto hace parte del libreto, de la agenda para llegar a la gran masa, o tratar de hacerlo a costa del oso: aseguran sus grupos asesores.


Créanme que no tengo nada contra el baile, a pesar de ser yo un rolo desabrido para este arte lleno de habilidad, sentimiento y carisma. Por mí que todos bailemos al son de lo que nos pongan, pero cuando el tiempo es oro para un líder en donde la esperanza, la fe de cambio para una sociedad está en el imaginario de cada uno de los ciudadanos, no se puede dedicar tiempo a actuar, bailar o cantar como lo hacen otros.

Mi planteamiento de “hacer el oso también es cosa de candidatos” carecería de todo valor y entraría en frivolidad total, si al menos alguno de nuestros políticos amigos de la danza, una vez terminada sus actuaciones, enviaran un mensaje de apoyo y estímulo al talento, las artes escénicas, planes del desarrollo y presupuesto para la cultura, pero nunca ha sido así. Al fin de cada escena teatral, simplemente se llevan el hipócrita aplauso de asistentes o risas provocadas por el sentimiento de la llamada culpa ajena, que producen vergüenza, en un país cuya comunidad lo ha demostrado aquí y en el mundo entero, si sabe bailar al son que le toquen.

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