En estos días ha quedado claro que cuando se reactiva la economía también se reactiva la muerte.
Las fronteras, los centros comerciales, los restaurantes, los salones para embellecerse, se abrieron.
Los Gobiernos volvieron a hablar de autocuidado, que es la forma más sutil de zafarse de la sindemia histórica, y anunciar un “sálvese quien pueda”, de manera correcta.
Las cifras van en aumentado. Los números de turistas que nos visitan, los vuelos comerciales, los hoteles. Cifras directamente proporcional al número de enfermos en las camas de los hospitales, en las salas de cuidados intensivos.
Es claro que la economía no puede pararse, pero sí podemos parar el número de nuestras propias vanidades.
________________________________________________________________________________
Al reflexionar sobre este confinamiento que alcanza los 10 meses, encontré en la poesía la sensatez necesaria para estos tiempos
________________________________________________________________________________
Al reflexionar sobre lo que sucede en este momento, en este confinamiento que alcanza los 10 meses, encontré en la poesía (libros que no se venden, dicen los editores) la sensatez necesaria para estos tiempos. De los tiempos que pasan dentro de casa, de los que pasan al cruzar la calle y los que suceden en la inmensidad de la urbe descontrolada.
El poeta tiene un nombre cuya pronunciación es exigente, Jaroslaf Seifert. Nació en la República Checa. Ganó el premio Nobel en 1984. Murió en 1986 a los 84 años.
Además de la poesía, practicó un periodismo con el que buscaba explicar a la gente los porqués de la existencia en un mundo complejo como al que él le tocó, como al que a nosotros nos ha tocado.
Al leer su poesía, los versos nos hacen pensar en un periodismo que hace falta, o en una poesía guiada por ideales del mejor periodismo.
Seifert tuvo claro que la poesía más que una creación de versos o acumulación de estrofas, era una necesidad del pueblo. A un pueblo que debía hablársele en su lengua, con los matices propio de su cultura y sus pensamientos.
En el poema de Seifert titulado “Columna de la peste”, se halla la necesidad de la poesía, es el susurro directo de las palabras, son las señales de una construcción profética que es impulsada por espirituales conexiones de la palabra, dice:
No dejes que nadie te convenza
de que la peste en la ciudad se ha acabado.
He visto muchos féretros
llegar a esta puerta
y no es la única vía.
La peste está en su apogeo, y los médicos,
al parecer, llaman la enfermedad
con otros nombres, para evitar el pánico
Es la misma, vieja, muerte,
nada más.
tan contagiosa que nadie puede
puede evitarla
Siempre que miro por la ventana
raquíticos caballos tiran del siniestro carro
con el féretro endeble.
Solo que
las campanas ya no doblan tanto
ni se marcan cruces en las casas
ni se inciensa con enebro.
Una lectura no es suficiente.
Quizá por eso no salga de casa. Ayer decidí prender las velitas en el patio y repetirme una y otra vez, ese comienzo del poema de Seifert: “No dejes que nadie te convenza /de que la peste en la ciudad se ha acabado”.