Escena 1. En la presidencia del doctor Álvaro Uribe Vélez, fueron invitados los señores Salvatore Mancuso, Ramón Isaza y Ernesto Báez, jefes de los paramilitares o de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), para que intervinieran ante el Congreso de la República, “Templo de la Democracia y Cuna de las Leyes” según el mismo Mancuso, “con el fin de convencer al país de la legitimidad de su lucha”. Cuando el señor Salvatore Mancuso finalizó su discurso fue despedido con un apoteósico aplauso por los “padres de la patria”.
Escena 2. El pasado 12 de octubre, el señor Jesús Santrich, uno de los jefes de las FARC, hizo presencia ante la Comisión Primera de la Cámara de Representantes durante la audiencia pública sobre las circunscripciones transitorias especiales de paz. Al anunciar su intervención, representantes a la Cámara por el Centro Democrático, encabezados por el congresista Edward Rodríguez le gritaron: “¡¡Asesinooo, asesinooo!!”. Mientras tanto, la mayoría de los congresistas coreaban “¡Fueraaa, fueraaa!”. Más tarde Rodríguez declaraba a los medios: “Lo que hice fue expresar el dolor y la indignación de millones de colombianos”.
Días más tarde, el 25 del mes de octubre, el presidente de la Cámara de Representantes Rodrigo Lara del partido Cambio Radical anunció la decisión de prohibir la entrada al edificio de los miembros de las (FARC) hasta que se resolviera la situación jurídica de la antigua guerrilla por los crímenes cometidos en el pasado.
Aquí surge una pregunta, entonces ¿con qué criterio permitieron que el señor Salvatore Mancuso se presentara al Congreso, si a esa fecha no habían realizado ningún acuerdo con el gobierno del señor Álvaro Uribe y en consecuencia ningún sometimiento a la justicia? ¡Con esa moral es que manejan este país, a nombre de la “democracia”!
El tema hoy ya no es enumerar cuántos asesinatos, cuántas masacres o cuántas víctimas causaron los paramilitares. Tampoco cuántos asesinatos, ni cuántas masacres o víctimas causaron las FARC. El saldo hasta ahora registrado por el conflicto armado se eleva a 220.000 muertos y 6.000.000 millones de desplazados. ¿No serán suficientes esos muertos y desplazados y habrá que seguir sumando en esta espiral de la muerte? ¿Qué buscan quienes continúan empeñados en incentivar y alimentar odios? ¿Qué fines oscuros hay detrás de todo esto? Es esa la página que debemos pasar, es esa la historia que entre todos debemos cambiar.
Escena 3. El carcelero de Nelson Mandela, Christo Brand, en su libro Mandela, mi prisionero, mi amigo relata que al momento de recibir varios prisioneros, entre los que se encontraba Mandela, le dijeron que iba a tener bajo su custodia a "los terroristas más peligrosos de Sudáfrica” condenados entre otros delitos por guerrilleros en su lucha contra el apartheid —segregación racial— por el gobierno de los blancos que solo representaba el 20% de la población total de Suráfrica, como siempre sucede, unos pocos que se han hecho poderosos a costillas del pueblo, para luego oprimirlo y someterlo después, yo lo llamaría, la esclavitud moderna.
Mandela fue encarcelado durante 27 años, 18 de los cuales en Robben Island en una celda que apenas medía 2,4m x 1,5m, condenado además a trabajos forzados, dormía en el suelo donde contrajo tuberculosis que con los años le cobró su vida, sólo cada 6 meses tenía derecho a una visita y recibir una carta, era prohibido hablar, ni siquiera con su propio carcelero, ese aislamiento y los trabajos forzados muchos no lo resistieron y terminaron muertos unos, y locos otros.
En febrero de 1985 el presidente de Suráfrica Botha ofreció la liberación condicional de Mandela a cambio de renunciar a la lucha armada. Mandela rechazó la oferta, haciendo un comunicado a través de su hija Zindzi: "¿Qué libertad se me ofrece, mientras sigue prohibida la organización de la gente? Solo los hombres libres pueden negociar”.
Años después Mandela es liberado y llega a la presidencia de Suráfrica en 1994. Este hombre despojado del veneno del odio, tuvo la grandeza de decirles a los blancos, culpables de su desgracia y la de su pueblo: “Los perdono, y los necesito, para que juntos construyamos un nuevo país, el país del arco iris, el de todos los colores”.
Me hago una reflexión con todo lo que estamos viendo en Colombia: ¿lograremos algún día la paz? En el entendido de que la paz no es la firma del acuerdo de la Habana, ni es la entrega de las 8112 armas por las FARC, ni menos los 5.000 niños muertos por hambre en la Guajira. La paz tampoco es los 117 líderes sociales defensores de los derechos humanos, asesinados en el 2016 según el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz, ni los 101 que han corrido la misma suerte en el presente año, según un informe reciente de Indepaz, Cinep y el Lepri de la Universidad Nacional.
Lo pactado entre el gobierno y la guerrilla no es más que la cuota inicial de un proceso que llevará décadas para lograr su objetivo y será una tarea de todos. Principalmente de nuestra dirigencia política, quienes desde sus abullonadas sillas en el Congreso “Templo de la Democracia y Cuna de las Leyes” deben buscar soluciones de fondo a más de 14,6 millones de pobres y 4,5 millones en indigencia, caldo de cultivo de mucho de lo que está sucediendo.
Flaco favor hace a la paz, quienes vestidos de saco y corbata, perfumados con la mejor loción de París dicen representarnos, toda vez que sus acciones frente a la crisis de nuestro país solo responden a sus sentimientos e intereses personales y no al bien superior de “millones de colombianos,” más de 48 para ser más exactos, contrario a lo sucedido en Suráfrica. Qué fácil y cómodo es estimular la guerra desde alfombradas oficinas, cuando los muertos los pone el pueblo y no los señoritos de escritorio de este país, pertenecientes a las grandes y poderosas familias.
En mi modesta opinión, tal vez esa paz sea posible cuando aparezca un hombre de la talla de Mandela y un Frederik de Klerk en la otra orilla. Entonces podríamos comenzar a soñar con la tan anhelada y esquiva paz. ¿Será una utopía?