Querido papa:
Esta carta no pretende ser vocera ni representar a nadie, porque nuestra metodología es ser anónimos y colectivos. Una manera de renunciar al poder sobre (el imperatur, que tanto daño ha hecho a la humanidad) y comprometernos con el poder hacer, que nos convierte en sembradores, en creadores; que, como escribe William Ospina, permite en un mismo lugar el templo, el hogar y el taller, la trilogía de lo sagrado, la familia y la fábrica, donde las relaciones laborales se establezcan con hombres libres y hacedores.
Somos anónimos y colectivos en tanto nos une la esperanza y huimos del resentimiento, seguramente explicable por lo que nos ha tocado vivir, pero que lo sentimos como un tóxico para nuestras almas de hijos de Dios, de escépticos o de no creyentes.
Somos anónimos y colectivos porque no queremos figurar creando dependencias con las cuales se corre el riesgo de escamotear voluntades y usurpar personerías, especialmente la libertad de nuestro prójimo y de su albedrio.
Y somos colectivos, en tanto los terribles problemas de la mayoría de los colombianos no pueden resolverse con recetas individualistas, de “sálvese quien pueda” o “ande yo contento y ríase la gente”.
La Encíclica Laudato Si, querido padre, nos enseña a ponernos en el lugar del otro; a disolvernos en él sin vulnerar nuestras individualidades; a sentirlo nuestro prójimo, nuestro próximo, nuestro hermano.
La encíclica nos convoca a ver, oír y sentir la naturaleza como la casa común. Por eso no podemos aislar la ecología y el cuidado de la biodiversidad, si al mismo tiempo no trabajamos unidos por la paz, la reconciliación y las realidades de un mundo nuevo en el cual sean posibles las oportunidades que no pueden esperarse en este viejo mundo que se extingue.
El horror económico, el horror tecnológico, el horror de los anti-valores, que son tales en tanto usurpan el carácter sagrado de la naturaleza y la profunda totalidad del homo faber, el hacedor.
Usted nos enseña que la tecnología como instrumento ayuda a la felicidad humana y que, como poder fundamental, como poder sobre, es la mayor desgracia generadora de los daños y peligros que pretende resolver y prevenir.
Los tres horrores, entre otros muchos, inexorablemente terminarán convirtiendo la condición humana en criatura monstruosa cuyos únicos órganos activos y florecientes son los órganos para consumir. Cuerpos sin órganos, como no sean los del consumismo que quiere imponer la coexistencia de la sociedad de la opulencia con la sociedad de las carencias.
El desarrollo tecnológico y los indicadores de progreso científico y social, pretenden coexistir con las más escandalosas desigualdades. Uno u otro habrán de extinguirse pues su convivencia es lógicamente imposible.
Querido padre, nos honra su visita a un país que usted conoce; que lleva en su corazón, en sus oraciones y en sus preocupaciones.
Parecería necio reiterarle que somos un territorio por donde deambulan en primer lugar, más de 584.000 jóvenes ni - ni, que ni estudian ni trabajan, es decir, cero oportunidades.
Millones de colombianos deambulan con su mirada extraviada y la fatiga de buscar la oportunidad que no llega, ni llegará. Criaturas sin pan, sin techo, sin lecho, sin tierra para vivir o para morir.
La pobreza en Colombia, ni absoluta, ni relativa, ni diferencial, es simplemente miseria. Las posibilidades de resolverla, desbordan la imaginación, los límites éticos y las propuestas de nuestros políticos, de nuestros empresarios, de nuestros científicos, de nuestros comunicadores, de nuestros dirigentes, en general, de sus fuerzas represivas y de su aparato de justicia, socavado por la corrupción. La imaginación para el liderazgo agoniza conjuntamente con el modelo económico, social y político que ha perdido consenso y solamente subsiste mediante los mecanismos del poder sobre.
Es la hora de la juventud, Santísimo Padre, cuyo liderazgo anónimo y colectivo, debe ejercerse desde los barrios, veredas y territorios, que se creen marginales y excluidos, según la perversa presentación mediática, para que no se reconozcan las capacidades, la solidaridad, el afecto, el apoyo de las familias y la delicada relación con lo sagrado propia de la espiritualidad de los jóvenes de las clases populares. “Démosles oportunidades y sabremos de cuánto son capaces”, al decir de un alto exfuncionario de un organismo mundial; semejante a la aguda síntesis del recordado Pablo VI: “La paz es el nuevo nombre del desarrollo”.
Hay quienes estamos seguros que los pobres no existen. Existen las condiciones de pobreza y marginalidad provocadas por las políticas públicas y privadas. Ninguna persona es absolutamente pobre, ni absolutamente carenciada; tiene talento, tiene cultura, tiene afecto y seguramente un héroe en su familia, cuando se remonta el río de su biografía, así sea ésta, modesta y humilde. Y tiene esperanza. El principio esperanza que usted encarna en medio de las procelosas señales de la crisis mundial.
Padre: la juventud colombiana, anónima y colectiva, se honra con su presencia, sus mensajes y su magisterio.
Envíenos su bendición, que tanto necesitamos.