La noche en que ella fue hospitalizada a causa de dificultad respiratoria se encontraba de turno, acababa de asistir un código azul con desenlace fatal y la televisión confirmaba que la pandemia del COVID-19 había superado el umbral de los mil infectados.
En el pueblo donde ella vive la tensión está latente, la especulación solloza por las calles y la cifra mal calculada de enfermos intimida a los pueblerinos y los obliga a permanecer en sus casas. Sus ojos frívolos alternan su mirada entre la aguja que canaliza su débil vena radial y el televisor del pasillo que aumenta la cifra de muertos entre España e Italia. El pronóstico es desalentador y en su mente solo estaba una persona. Su tía.
Hace escasas horas había librado una pelea mediante WhatsApp con algunos miembros de su familia, quienes vivían a cuatrocientos treinta y tres kilómetros de distancia y coincidían en que había llegado el momento de renunciar debido al riesgo que ella representaba por ser quien era, sin embargo conocía en detalle del tema y creía que seguía todos los protocolos necesarios.
El reloj marca las dos de la mañana, su muñeca izquierda está medio tiesa debido a una enfermedad congénita, por esta razón ha sido la elegida para el procedimiento, por otra parte, su mano derecha juega con su celular, es adicta a este como un melómano de sus vinilos; pero no encuentra tranquilidad, se le dificulta respirar, apaga su celular y se vuelve a poner la máscara.
Esa tarde, su tía tocó a la puerta y anunció que el almuerzo estaba listo, pandiculó rápidamente y asistió al llamado, se enjuagó la boca, secó su cara y bajó como un rayo.
En esa familia nadie come sin que todos estén a la mesa. Su tía Rocío estaba adscrita al Hospital San Rafael el mismo de Natalia, pero ahora trabajaba confinada desde su casa. La pareja de primos Sonia y Diego por alguna razón distantes y el esposo de su tía, de semblante jocoso; un militar pensionado, don Franco. Todos comieron, pero no con la rapidez de la enfermera.
Subió de inmediato, apenas acababa su último bocado y durante el almuerzo no se percató de que su tía no le había quitado el ojo de encima, como quien intenta decir algo, pero otro algo se lo impide.
Vivía taciturna en su pequeña alcoba, aislada evitaba el contacto, cuidaba a los suyos.
La discusión con sus ascendientes le afectaba demasiado, era copartidaria de la idea de una familia unida, los amaba tanto, como a su novio quien en Bogotá, a pocos kilómetros. En serio, los amaba tanto que estaba decidida a irse del hospital, aunque traicionara su ética profesional.
A esta temerosa le gustan los hospitales, pero no como paciente, los aborreció por mucho tiempo debido a una mala experiencia en su niñez. La madrugada transcurre con normalidad, mientras la molestia en su pecho se vuelve rara, más atiborrada. Durante pequeños intervalos de tiempo concilia el sueño pero no logra descansar, su mente está en esa tarde de miércoles.
Mientras se ponía un jean claro, pensaba en lo tonta que le parecía la medida que había tomado la gerencia del hospital para proteger a sus empleados de la discriminación: habían decidido omitir el uniforme blanco que identificaba a las enfermeras en la calle, solamente podría portarse en el hospital. De toda formas, no podía desacatar dicha norma.
Bajó las escaleras, balbuceos se oían en la sala su tía asistía: "De nada me sirve no estar en el hospital, si Nata va todos los días".
Cerró la puerta y se fue.
Andrés y Naslha, colegas y compañeros de Natalia, estaban al pendiente de su estado, para ellos resultaba difícil estar ahí ya que no sabían si estaban con un caso positivo. Además, hace pocos días los suministros médicos empezaban a escasear y su defensa ante "el potente virus", como lo llamaba el presidente Duque, estaba deteriorada. Tanto así como la tía Rocío. Tenía cáncer.
Era un peligro evidente y ella lo sabía, pero amaba lo que hacía y entendía que su lugar estaba allí al pie del cañón o más bien al frente.
En esas, una llamada interrumpe su sueño, ya estaba de día. Era Yamile, su mamá, que acostumbraba a llamarla en ese horario. Poco más de treinta minutos duró la llamada tiempo para darse cuenta que no sentía la misma presión en el pecho que obedecía a la positiva de la vocera de su familia, frente a su voluntad de seguir en el hospital. La joven de veintidós años no pudo contener el júbilo que le representaba dicho apoyo.
Había ahuyentado aquellos signos depresivos de las últimas quince horas.
El doctor Madrid y la jefe Naslha irrumpieron la animada tertulia, con papeles en mano le confirmaban a Natalia que era imposible que fuera portadora de la infección porque los análisis de sangre sustraídos arrojaban un virus griposo diferente, no obstante, por precaución la limitaron de sus funciones durante cinco días.
Es jueves, dos de abril, Natalia cierra la puerta de la casa y encamina su rumbo hacia el hospital San Rafael de Facatativá.
* Un reconocimiento a estos héroes sin capa que sirven sin importar las consecuencias y dan todo de sí incluso poniendo sus vidas y la de los suyos en peligro.