Es evidente que lo que sucede en Venezuela es un tema del cual cualquiera se siente en capacidad y libertad de hablar. En Colombia cualquier fulano opina sobre los acontecimientos del vecino país, en las cafeterías y en los lugares comunes se escuchan opiniones por doquier: "La política castrochavista”, “maduro dictador”, “miren cómo aguantan hambre”.
Caracol y RCN son por supuesto el altavoz principal de la crisis en dicho país, son los primeros en poner las cámaras frente los atropellos de la policía y la represión de las marchas que se llevan gestando varios días atrás. ¿Qué es lo que pasa realmente en Venezuela?
Hace algún tiempo me tomé el trabajo de entender la situación de la coyuntura política en el llamado socialismo del siglo XXI, como se autodenomina el gobierno del presidente Nicolás Maduro, pero quise hacerlo desde la voz de la gente del común, de la gente que siente en carne propia la crisis económica y política que se vive en la república bolivariana.
El primer testimonio al cual pude acceder de manera casual fue el de una mochilera que vivía en Caracas y que me encontré hace algún tiempo en Armenia, una intelectual, socióloga que viajaba hacia Argentina. Una noche entre el humo del tinto hablamos varias horas.
Me dijo: para entender por qué el país está como está, tenemos que aclarar que función cumple el Estado, sea cual sea la bandera política que se utilice. Venezuela ha sufrido lo que nosotros llamamos: el caudillismo de una falsa ilusión, es decir, Hugo Chávez le dio un giro inesperado al destino de la población, fue un hombre al cual los pobres subieron al poder y lo convirtieron en un mesías por la necesidad de dignificarse, de dejar el hambre, de progresar. Lo que tenemos que entender es que Chávez no era un hombre de pueblo, no era un hombre de letras, era un militar y el pensamiento militar tiene una forma de operar de acuerdo a intereses ante todo territoriales y bélicos.
Chávez fue el caudillo que prometió soberanía bajo las reglas del estado, pero como cualquier estado, el venezolano también es vulnerable al poder y la corrupción, el veneno de cualquier democracia. Las instituciones son el centro del aparato estatal, sin ellas no funciona el sistema y la defensa nacional fue la excusa perfecta para fortalecer el militarismo venezolano bajo la idea de la izquierda y el comunismo. Chávez nos dio varias herramientas legislativas como la constitución en 1999, fortaleció la asistencia social, si duró catorce años en el poder fue porque la gente lo quería, pero igual manera invirtió mucho dinero en armas y creó silenciosamente un monstruo:” la guardia nacional venezolana”.
Cuando murió, los militares vieron el momento preciso para hacer de las suyas, Nicolás Maduro es la prueba contundente de la artimaña y el disfraz de Diosdado Cabello y sus comandantes para fortalecer una mafia que se ha instalado en el congreso con la excusa de que son socialistas y seguir el pensamiento bolivariano, han utilizado a Chávez como el Jesucristo de la religión católica para montar un imperio de corrupción y mentiras.
Cuando digo esto no quiero que pienses que soy de derecha o fascista, a mí la idea del comunismo me atrajo desde la universidad, he estudiado la teoría económica de Marx y a partir de allí he deducido que el estado es el principal enemigo de las clases oprimidas, y que la demagogia es fundamental para que los opresores se mantengan en el poder. La presión internacional ha tenido importancia en la crisis económica actual de Venezuela, ser el único país que se rebela contra los estados unidos después de cuba es trascendental, es por ello que varios países han cerrado las importaciones y exportaciones, pocos países sur americanos quieren hacer mercado con el gobierno, a pesar de tener gran parte del control del combustible.
Los medios de comunicación internacionalmente se creen con el derecho de opinar acerca de lo que pasa en Venezuela. Lo que pasa en el país, no es socialismo, no es comunismo, son las mismas dinámicas del capitalismo con una cara diferente, la izquierda y aquella bella utopía de la igualdad han sido mal interpretadas y han sido puestas a favor del poder y los intereses propios de un gobierno militarista y violento. Algo que se da con frecuencia en los países del tercer mundo donde existen las falsas democracias.
Cuando tuve esta charla con mi amiga, anoté en mi bitácora de viaje, hice análisis, hablamos de la situación de Colombia (que no es tan diferente como se cree en el imaginario colectivo). En ese tiempo todavía no estallaban las protestas, la represión de la policía en las calles de Caracas. Nosotros como colombianos, no veíamos ni sentíamos lo que sucedía en aquel país, más allá del amarillismo y las noticias manipuladas de los canales nacionales. En la actualidad, el ciudadano del común siente la migración, estamos observando de primera mano a miles venezolanos que llegan a Bogotá, Medellín, Cali, en busca de oportunidades laborales. Vendiendo dulces, cantando en el Transmilenio, se siente la crisis social del vecino país.
Mi asombro más grande fue hace unos días que fui a la notaria primera ubicada en el centro de la ciudad, mientras hacia la fila para reclamar un registro, pregunte a una señora de al lado, ¿ahí qué está pasando? En la sala contigua se escuchaban gritos de por lo menos cien personas que hacían fila, son venezolanos que quieren arreglar papeles.
Ese día sentí que yo podía estar allí, sentí que en cualquier momento a mí también me tocaría migrar a causa de una crisis, a causa del poder político y corrupto, de la mala administración. Pensé en los más de dos millones de desplazados en Colombia, en la impotencia de dejar la tierra de uno por situaciones de presión, en el hambre, la falta de trabajo. Concluí que no importa de qué color sea la bandera, siempre los oprimidos tendrán los mismos rostros, las mismas manos. Pensé en el poema de los “nadies” de Eduardo Galeano.
Sea cual sea la situación en Venezuela es muy parecida a la colombiana, aquí tampoco vivimos en un paraíso, aquí siguen asesinando líderes sociales, aquí la derecha es la que reprime con decretos, con aumentos de transporte, con privatizaciones. Es como si la historia fuese la misma con personajes diferentes, como decía mi amiga: “ellos son los mismos, sino que han cambiado de traje”.
En conclusión, no me importan las nacionalidades ni las fronteras, si eres de allá o de acá, es claro que las ideologías políticas son una falacia, que la clase trabajadora sea en donde sea es la que aguanta. Que Venezuela tiene una crisis política y económica por culpa de los mismos corruptos que aquí se ganan veintisiete millones de pesos al mes. La represión es la misma, los gases lacrimógenos son los mismos, la policía cumple el mismo papel en los dos países, reprimir, perseguir, acusar a quien reclama lo que sabe que es suyo: el producto de su trabajo y las garantías de una vida digna. Me interesan más las palabras de aquellas bocas que constatan la vida desde una óptica real, que las mentiras de los medios de comunicación.