Debo decir que no me hice escéptico espontáneamente. Fue un proceso que tomó su tiempo. Nací en una familia cristiana católica. Como tal, me bautizaron y hasta hice la ridícula primera comunión. Y para rematar, me casé —aunque posteriormente me separé— por el rito católico.
Me tranquiliza pensar que no escogemos nuestras creencias. Es un derecho fundamental del que nos privan. Casi siempre nuestros padres deciden por nosotros. Y estoy seguro que de haber nacido en Afganistán, Egipto, los Emiratos o Siria, muy probablemente me hubieran hecho musulmán. Aunque no sé si en esa religión también bautizan a los bebés aún cuando ni siquiera han aprendido un idioma.
Sin embargo, siempre tuve mis dudas sobre lo que me contaron desde niño: que hace tiempo hubo una mujer llamada María, la que fue embarazada por un espíritu. Eso nunca cupo en mí cabeza.
Haber leído a tantos autores, como Einstein, Spinoza, Dawkins, Vallejo, Sagan y García Márquez, entre otros, me hizo comprender que los dioses (del pasado, del presente y los venideros) forman parte del vasto universo de la imaginación humana y por supuesto, de la ciencia ficción.
Entre ires y venires, entre tantos debates que sostuve con creyentes, siempre me enfrenté al argumento de que Einstein era judío y por lo tanto "creyente". Ellos, los cristianos, buscaban respaldo en un hombre de ciencia,como el físico alemán, para sustentar científicamente los fantásticos relatos recopilados en la Biblia.
Pero, una vez más, las malas noticias recaen sobre las religiones y sus millones de seguidores: Albert Einstein, a todas luces, fue un hombre escéptico o si lo prefieren llamar fue un científico ateo.
Por mi parte, les comparto esta noticia, la que me motivó a escribir esta nota. Y me despido diciendo ¡Al carajo los dioses! no los necesito, soy feliz y con eso me basta...