¡Al alcance de un clic!

¡Al alcance de un clic!

Atrás quedó la época de jugar a la lleva, a las escondidas, las piquis, a cartas, a charlas en la chimenea ¿La tecnología nos define de alguna forma?

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julio 04, 2023
¡Al alcance de un clic!

Cada día parece cobrar más importancia la tecnología en nuestras vidas. Basta con salir a la calle y mirar a las personas que pasan a nuestro alrededor, gran parte de ellos atendiendo con gran premura la cultura digital.

Parece que dictara los tiempos que definen una vida saludable, ordenada y, valga la redundancia, moderna. Ese es uno de los temas que más me genera duda últimamente. Con el auge de la inteligencia artificial, la conectividad y la elaboración de nuevos dispositivos electrónicos nacen nuevas formas de apreciar el momento presente.

Pasamos de tener calendarios pegados a la pared a tener aplicaciones que suplen esa función, de tener una agenda física con un número limitado de anotaciones a un repositorio digital casi ilimitado de espacios por diligenciar y de hacer llamadas a cercanos a escribir mensajes simples y vacíos. ¿Eso nos llena?

Lo pregunto porque parece ser el pan de cada día. Día y noche pegados a nuestros dispositivos electrónicos como si fueran un estimulante portátil, una pequeña dosis de dopamina dispuesta a ser inyectada al mínimo contacto con cualquier red social o, peor aún, un aislante de nuestras formas de interactuar.

No lo digo como externo a ese proceso, lo digo como una persona que, por trabajo y por ocio, interactúa la mayor parte de la jornada en medio de realidades virtuales; de aquellas que acontecen en LinkedIn (la exaltación al trabajo), en Instagram (la adulación al ocio), en Twitter (las discusiones bizantinas) y en YouTube (un canal perfecto para visualizar el camino del héroe en formato HD).

Me sorprende que la tecnología y el culto que le tenemos a ella haga de nosotros una especie de autómatas que consumen dopamina, ‘likes’, comments, ‘repost’ y demás anglicismos.  Tal vez la obra del artista polaco Pawel Kuczynski ilustra bien mi punto con una ilustración que, aunque no tiene nombre, juega con ese doble sentido del estar aislado de redes. El protagonista parece alejado de su entorno, pero -en doble sentido- piensa en forma de onda, que se asemeja a la que emite el wi-fi. Paradójico, si se quiere. Pero, interesante.

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Creo, como el protagonista de la obra, que estos tiempos nos permiten estar conectados a las dinámicas digitales, virtuales y artificiales. En cualquier dominio que se quiera, incluido el idioma que -en los últimos años- ha estado permeado por toda suerte de vocablos y jergas de comunidades en línea y, aunque algunos quieren que se acabe, estamos lejos de presenciar ese momento.

Este año, MeltWater y We Are Social, publicaron el Informe Global Digital Trends que presentó unos datos trascendentales para el comportamiento de los usuarios en línea.

El documento aseguró que, a partir del año 2022, el consumo de redes sociales se situó en 151 minutos por día; tres puntos por encima de lo que se había analizado en el año anterior.

Como si esto fuera poco, en la actualidad se estima hay aproximadamente un celular por persona en el mundo que en términos numéricos llega hasta 8.000 mil millones de dispositivos electrónicos.  Sin duda, un dato asombroso para un producto que vio su auge a finales del siglo XX.

Un perfecto ejemplo del pensamiento exponencial, que anda rondando toda suerte de simposios y debates en línea. La tecnología llegó para quedarse, es una realidad. Pero ¿Qué tanto nos ha cambiado la percepción del tiempo? ¿de lo inmediato? ¿de lo fundamental y de lo necesario?

Aunque esas preguntas son muy profundas y pueden aproximarse con múltiples enfoques, quiero compartir una reflexión del filósofo francés Régis Debray que me dejó pensando hace algunos años; este caso, protagonizando el televisor y dejando por fuera el celular.

Este escritor mencionó la importancia de la televisión en los hogares americanos y encontró que este dispositivo cuadrado logró cambiar el lugar que antiguamente se le daba a la chimenea, aquel espacio cálido en el que las familias se sentaban a compartir y a compartir experiencias de su día a día. Hoy, más que nunca, ese lugar quedó relegado a una pantalla digital no solamente se puede ver contenido, sino que también interactúa con un ecosistema de aplicaciones y de dispositivos electrónicos.

Pasamos, incluso, de tener televisores a poder tener aplicaciones y ver el mismo contenido que se transmite en tiempo real al alcance de la mano, de un producto que se puede transportar y del que emana mucha dopamina para nuestro cerebro, con notificaciones de todo tipo que anuncian un nuevo video, una nueva canción o un nuevo juego.

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El tiempo parece diluirse en una época que se distancia de la relación ‘cara a cara’ y se prioriza en lo digital: en el consumo inmediato, en la constancia hacía la adquisición de servicios en línea y en la atención constante de relatos que nos cautiven. No digo que sea bueno o malo, solamente es diferente.

Atrás quedó la época de jugar a “la lleva”, las escondidas, los torneos de piquis, las cartas, los tazos, las charlas en la chimenea y una caminata limpia de productos electrónicos. ¿Podremos decir que la tecnología nos define de alguna forma? No lo sé, pero tal vez lo descubramos al alcance de un clic.

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