Cuidado con la estigmatización de las marchas de las camisas blancas en Cali, Bogotá y otras ciudades: hay allí un clamor ciudadano que debe ser escuchado. Los bloqueos en ciudades y en las carreteras están agotando a millones de colombianos y, por su duración, tienen consecuencias formidables sobre la economía. Si no se pueden transportar materias primas e insumos, si no se pueden movilizar productos para el mercado interno y el externo, los cierres de empresas, en marcha, se sumarán en decenas de miles a los provocados por las medidas durante la pandemia. El respaldo a las protestas pacíficas durante el paro, motivadas en graves inequidades de oportunidades, puede ser superado por la fatiga de quienes están siendo afectados por los bloqueos. En vez de primavera, el cuento se puede voltear: hay todo un dispositivo para, en el 2022, capitalizar las elecciones en nombre de la recuperación del orden.
El título de esta columna es una frase que aparece en el libro de Arturo Pérez-Reverte Una historia de España, precursora de varios conflictos que causaron muchos, demasiados, muertos y que parece ser la consigna actual en Colombia después de casi cinco semanas de paro y de inhabilidad política del gobierno nacional de escuchar, de promover conversaciones y tomar medidas que ofrezcan perspectivas de arreglos. “Asistencia militar”, ausencia de empatía, violencia en alza, vidas perdidas de decenas jóvenes, desaparecidos. Odios con antecedentes y que contribuimos a multiplicar con nuestros relatos, con la manera de referirnos a quienes consideramos adversarios.
En la situación actual del paro nacional, sin precedentes por su duración y la masiva participación de los jóvenes, la forma más efectiva de evitar el diálogo por parte del gobierno nacional ha sido la de la estigmatización de quienes se consideran son “los enemigos”. La narrativa del gobierno y de su partido, la de empaquetar las manifestaciones pacíficas y los actos de vandalismo en un solo atado agenciado por Maduro, el terrorismo, el comunismo, Petro, las disidencias de las Farc, el ELN no solo no acierta en reconocer y comprender la magnitud del descontento y su complejidad, sino que tiene su contrapunto en hechos como la forma en que están siendo etiquetadas las llamadas marchas de las camisetas blancas.
La del gobierno de Duque y de su partido, la de la agencia del terrorismo, ha sido una salida en falso que también, en su momento, a raíz de las protestas en Santiago de Chile por el aumento de la tarifa del metro, el florero de Llorente, intentó Piñera, el presidente. Al menos tuvo la inteligencia, después de masivas movilizaciones juveniles, de reconocer que “...no supimos entender que había un clamor subterráneo de la ciudadanía por lograr una sociedad más justa, más igualitaria, con más movilidad social, más igualdad de oportunidades, menos abusos...”
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Del paramilitarismo rural pareciera que estamos transitando a uno urbano, presente, principalmente, en Cali, sin que las autoridades, las “ías”, parezcan especialmente alarmadas
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Por eso, en vez de diálogos estamos viendo, in crescendo, toda suerte de abusos de parte de miembros de la fuerza pública y, muy grave, la intervención de individuos armados, vestidos de civil, disparando armas de fuego en contra de los manifestantes, al lado de policías que parecieran encubrirlos. Del paramilitarismo rural, auspiciado por el estado durante décadas, pareciera estamos transitando a uno de corte urbano, presente, principalmente, en Cali, sin que las autoridades, las “ías”, parezcan especialmente alarmadas. Así mismo, la crueldad con la que han sido agredidos algunos miembros de la Policía, la destrucción de bienes de patrimonio público, hechos como la quema del Palacio de Justicia de Tuluá, no tienen ninguna justificación y deben ser condenados y castigados. En la era de las tecnologías digitales es imposible evitar la documentación audiovisual de hechos de salvajismo. El mundo nos está mirando y, como ahora se dice, en tiempo real.
Grave error cometen quienes se refieren de manera despectiva, con etiquetas de traquetos y paramilitares, a los participantes en las llamadas marchas de las camisetas blancas iniciadas en Cali. Un trino, emblemático, entre muchos, lo ilustra: “Iba ir a la marcha de las camisas blancas, pero me acordé que no tengo fusil, ni procesos legales, mi hermano no fue mula, mi esposo tampoco tiene una avioneta llena de coca, mi suegro no fue capturado por paraco...” Flaco favor se le hace a la causa del diálogo y del respeto sin indagar acerca del malestar legítimo de quienes se manifiestan, haciéndole eco al título de este escrito: el deseo de exterminio moral del otro.