En 119 ciudades de Rusia, con los termómetros marcando diez grados bajo cero, una abigarrada multitud se congregaba para protestar contra el Kremlin y apoyar al líder opositor, Alexéi Navalni, dando lugar a movilizaciones no vistas en más de una década. Navalni está en prisión. Y allí estará casi tres años. Fue encarcelado el 17 de enero, un día después de pisar suelo de Rusia, procedente de Alemania donde logró sobrevivir a un envenenamiento en un aeropuerto siberiano, al más clásico estilo de una trama rusa.
Navalni, 44 años, se ha convertido en el crítico más visible del primer ministro Vladimir Putin. Se ha referido a Rusia Unida, el partido de Putin, como un lugar de "criminales y ladrones", y ha acusado al entorno del mandatario de "chupar la sangre de Rusia". Se hizo accionista minoritario de petroleras, bancos y ministerios, para hacer preguntas incómodas sobre los agujeros en las finanzas estatales. Y en junio, describió la votación sobre la reforma constitucional como "un golpe de Estado", que le permite a Putin permanecer en el poder hasta el 2036. No obstante, la cara más visible de la oposición apenas logra un 20 % de aceptación según sondeos independientes, antes de regresar de Alemania. Putin tenía el 60 %.
Pero el Kremlin ha puesto el radar sobre Navalni, porque podría ser la pieza que arme el rompecabezas de la oposición –sin representación política- donde no hay una ideología común y mezcla desde nacionalistas a liberales, feministas y trotskistas. Es, como señalan algunos, una indignación que va in crescendo al tenor del deterioro de las condiciones de vida y de las libertades políticas. La economía rusa se contrajo 3,1 % el año pasado en medio de la pandemia covid-19, y los bajos precios del petróleo, la mayor contracción en 11 años. El ciudadano de a pie lo ha sentido en el aumento de la tasa de desempleo a 6,1 %, - cifra oficial dada a conocer ayer- teniendo en cuenta que las empresas casi no pueden despedir a sus empleados, pero sí bajar el sueldo; la inflación aumentó 4,91 % en el 2020, y se estima que los ingresos reales han disminuido un 10 % en seis años. En diciembre se dio un golpe a la oposición al aprobar medidas limitantes del derecho a la manifestación y el aumento de las multas.
Las protestas del sábado dejaron 4.000 detenidos
La protesta del sábado dejó más de 4.000 detenidos, allanamientos a los apartamentos de Navalni y de su esposa Yulia, de miembros de su equipo y su ONG Fundación de lucha contra la corrupción. Algo no visto desde el fin de la Unión Soviética. El Kremlin que había optado por ignorar a Navalni y poner sordina a sus actuaciones, ahora ha tenido que hablar. El portavoz Peskov ha negado que Putin tenga un palacio en Guelendzhik, en la costa del mar Negro, como asegura Navalni en un video llamado El palacio de Putin publicado por su equipo en internet y redes sociales cuando le impusieron 30 días de prisión preventiva. El video ya tiene más de cien millones de visitas, y aunque la acusación es vieja porque fue noticia hace una década, Navalni se apuntó un buen tanto. El propio Putin salió a negar ante estudiantes que no tiene el palacio tan grande como un pueblo.
Las cien millones de visitas no se pueden obviarse, y Putin ha tomado cartas en el asunto porque le preocupa el poder de Navalni para congregar a través de redes sociales. Por eso se adelantó anunciando sanciones por incitar a los jóvenes a participar en las protestas. Menos se supo de su respuesta al presidente de Estados Unidos Joe Biden cuando le habló de la situación de Navalni.
Alexéi Nalvani ha cambiado la ecuación de las elecciones de septiembre
La cuestión ahora es si estas manifestaciones con decenas de miles de personas podrán tener alguna repercusión en las elecciones de septiembre. La oposición oficial tiene tres partidos: El Partido Comunista, Rusia Justa y el Partido Liberal Democrático de Rusia, que no gustan de Navalni. Pero algunos piensan que las protestas podrían llevar a un cisma interno: apoyarlas o condenarlas.
Esas enormes movilizaciones que invocan las de Bielorrusia por la democracia y contra Aleksandr Lukashenko, van de la mano de una estrategia de “voto inteligente” que Navalni empleó el año pasado en las elecciones locales y regionales, consistente en apoyar al partido que tenga más posibilidades de derrotar a Rusia Unida. Pero no todos los partidos opositores con representación política comulgan con ella.
Una verdad de a puño es que las manifestaciones afectarán la campaña electoral y la composición del futuro Parlamento, donde el voto de protesta puede ser significativo. Habrá que esperar, entonces, cómo juega sus cartas Vladimir Putin: ¿más represión o concesiones?