Aída Merlano, para muchos, es heroína por partida doble. Por logar meterse, con inteligencia y encanto, a la médula de poderosos clanes políticos y económicos de la Costa. También, por el valor de denunciarlos por sus prácticas de corrupción electoral. Además, Aída es víctima y delincuente.
Nadie tiene por qué entrometerse en las aventuras sentimentales de los demás y menos cuando el morbo de las fotos publicadas el fin de semana que muestran a Aída Merlano (“mi senadora”) y a Alex Char (“tu presidente”) en plan sentimental, contribuyen a que se olvide, de momento, lo que sí nos concierne a todos: la compra de votos con recursos públicos, un acto doblemente infame de corrupción.
Es obvio que la Costa Atlántica no ostenta el monopolio de los delitos contra el Código Electoral que, bajo las mas diversas modalidades, se cometen en toda la geografía, en todos los climas. Sin embargo, hay ahí historias de gente de carne y hueso que nos deben hacer reflexionar.
A finales de los 60 del siglo pasado, la argentina Esther Vilar publicó un libro que tituló El varón domado. Tipos más o menos imbéciles, aunque exitosos económicamente, casados, con hijos, sucumbían ante el encanto de inteligentes mujeres hermosas con las cuales podían vivir un “affair” o, simplemente, guardar la esperanza de tenerlo, a cambio de conceder distintos tipos de favores. Un ascenso en el trabajo, prebendas varias y, por supuesto, cuotas de poder, político, corporativo o económico.
Aída Merlano, de orígen humilde, con inteligencia y gran ambición, se levantó a miembros de los clanes más poderosos de la costa, un Gerlein, un Char. Como medio para su ascenso, para salir de la pobreza, adquirir poder. Según ella, fue levantada en un medio en el que la compra de votos siempre fue normal. Mujer hermosa que, de paso, fue adquiriendo los códigos de la “gente bien” en una sociedad en extremo clasista que, desde luego, la rechazaba por su origen, pero que bastaban para lo clave: manejar sentimentalmente a los varones domados que tomaban las decisiones y posicionarse en la parte alta de las estructuras políticas. (Lo de “gente bien”, por supuesto, levanta muchas dudas…)
¿Cómo no va a ser heroína Aída, ambiciosa en extremo, patrón de imitación para mujeres jóvenes sin oportunidades, en contextos en que las posibilidades de progreso personal y familiar son reducidas? Aída es un prototipo de éxito que tuvo la capacidad de “cuadrarse” a quien necesitaba para construir su carrera. Y como en una de las mejores películas colombianas, La gente de la Universal, que ilustra la traición de todos contra todos y la desconfianza suprema, Aída, por supuesto, les llevó a sus amantes su respectivo prontuario: el que empezó a develarse en días pasados y que, con certeza, acabará en pocos días con una precandidatura presidencial.
(A propósito, respecto a la precariedad laboral y falta de oportunidades, el informe de empleo mensual del DANE, le recuerda a uno que la tasa de informalidad en Barranquilla es del 55%, notablemente superior a la media de 23 ciudades y áreas metropolitanas (que es del 48%).¡Ah!: todas las capitales de la Costa Atlántica, con excepción de Cartagena, están peor que Barranquilla en el cuento de la informalidad laboral (Sincelejo: 67%)).
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La suma de deslealtades políticas, su detención, las intimidaciones, la fuga orquestada (según ella, para asesinarla) son la parte trágica, posterior a las etapas del éxito rutilante
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Aída Merlano, además de heroína, es una víctima de clanes caracterizados por acciones y cultura mafiosas. La suma de deslealtades políticas, su detención, las intimidaciones, la fuga orquestada (según ella, para asesinarla) son la parte trágica, posterior a las etapas del éxito rutilante. El ascenso de Aída, su coronación como congresista, venían hipotecados: adoptar y reproducir el modus operandi mafioso de los clanes políticos, que ella aceptó sin condiciones… hasta que entendió que ella y miembros de su familia podían perder la vida. Es, además de heroína y víctima, una delincuente funcional a los métodos de clanes corruptos.
No deja de ser trágico el cuento de los Char. Hasta hace muy pocos días algunos creían que la candidatura fuerte de la derecha tenía opciones de triunfo alrededor de la figura de Alejandro Char, el hombre de la salsa y el miedo a los aviones. Fama de buen administrador y alcalde modernizante, con un halo de dirigir equipos técnicos de buena calificación. Su reacción en estos días ha sido la de disculparse por cometer el “error” de haber tenido una relación sentimental con Aída, un signo de enorme cobardía.
No obstante, si solo una parte de las acusaciones por compra de votos con recursos públicos resulta ser cierta, si el clan Char estuvo involucrado en la fuga de Merlano, estaremos no ante un enamoradizo exprecandidato, sino ante una de las cabezas de un grupo delincuencial de comportamiento mafioso.