Aida, la pecadora

Aida, la pecadora

Aida Merlano pecó por exceso y por defecto. Confío en que su vida estaba asegurada por las familias electoreras más poderosas de la costa caribe

Por: Alexander Molina Guzmán
febrero 10, 2022
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Aida, la pecadora
Foto: Archivo particular

Aida Merlano pecó por exceso y por defecto. Por lo primero, porque tal vez confío en que su vida estaba asegurada por las familias electoreras más poderosas de la costa caribe: los Gerlein y los Char. Se excedió en confianza, olvidando que la politiquería es un juego de intereses y no de lealtades. Por lo segundo, consecuencia de lo primero, porque no se le ocurrió ir acumulando evidencia de sobra, por si las moscas, relacionada con el entramado de corrupción en que nadaba y que hoy la tiene ahogada, mientras que los Gerlein y los Char andan todavía a salvo.

Ella, que supo al derecho y al revés cómo es que se movía la cosa política en la costa caribe, y movida por su ambición de salir de la gente “común y corriente” y llegar al ruedo de “la gente de bien”, fue la dama de compañía carnal y electoral de uno del clan de los Gerlein, pero también de uno del clan de los Char; que le abrieron el camino para ser diputada, representante a la Cámara, coronó Senado y le duró poco el reinado como senadora, pues fue atrapada en la red de corrupción tejida para comprar los votos de su elección. Fue condenada, la sacaron por la puerta trasera de la política, pero se escapó por una ventana.

Los Gerlein y los Char la abandonaron a su suerte, está en la inmunda, dando entrevistas, más testimonios ante las cortes, tratando de demostrar que es “garganta profunda”… Pero no basta con la garganta; tiene que aportar más pruebas que ratifiquen lo que dice. Haber sido concubina en la casa de los Gerlein y en la de los Char lo que demuestra es que decidió pecar aquí y allá, y que, en esta cultura machista, patriarcal, el hombre no es el que peca, lo hacen pecar y eso es otra cosa.

Por eso Álex Char, muy mondo y lirondo, salió a decir que sí, que tuvo amoríos con ella, pero que fue un “error”; que eso lo habló con su familia y que se levantaron de esa “caída”... ¡Qué vergajo!, diría mi abuela. A la pobre la dejaron con el pecado y sin el género. Pero le creo a esta pecadora; le creo cuando dice que “a mí me criaron en una familia compradora de votos”. Las hay por montones en el país. Familias que permiten el concubinato electoral y carnal, y que desechan a la presa cuando las aguas turbias que chapotea en su agonía “empañan la imagen del clan”, de la “prestancia de la familia”. Así es la cosa.

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