Dicen los dispositivos meteorológicos de seguimiento al clima en el país, después de un largo período de sequías radicalizado por el fenómeno del Niño, que ya entramos en una fase neutra, lo cual indica que las resolanas se irán disipando y que estamos aguardando las lluvias, como esperando abril.
Todo indica que La Niña, es decir, el proceso contrario que radicaliza las precipitaciones en este tiempo irá apareciendo lentamente con probabilidades de ocurrencia de lluvias del 3 al 5 por ciento. Es paradójico que, con las alertas de racionamiento de agua y con sus efectos en la actividad productiva, agropecuaria e industrial y en los servicios domiciliarios en ciudades como Bogotá y en general en las capitales que implican grandes aglomeraciones humanas, estemos desesperadamente llamando que caiga agua para que se llenen los embalses, pero que en unos meses tal vez, inundados y cercados de eventos erosivos, estaremos rogando que paren las lluvias.
Dirán que habitamos en el trópico y que tenemos que lidiar con esa realidad de contrastes e imprevisibilidades. Sin embargo, los mismos seguimientos meteorológicos nos indican que en el segundo semestre de 2024, especialmente para el período septiembre, octubre, noviembre, es muy posible que La Niña se radicalice y entonces tendremos un país con los signos contrarios. ¿Estamos preparándonos para ello, mientras se maneja la resequedad y se orienta el uso responsable de la escasez de agua?
Si por ahora el ahorro de agua y energía es fundamental, también manejar muy bien los residuos sólidos para no generar incendios forestales; llevamos meses lidiando con ello, pero los liderazgos públicos previsivos tendrían que identificar de forma más responsable el estado de los suelos, la situación de las fuentes hídricas, los tipos de ocupaciones y usos de ecosistemas que generarían riesgos con los eventuales efectos de La Niña.
Se tendría que identificar de forma más responsable el estado de los suelos, de las fuentes hídricas, los usos de ecosistemas que generarían riesgos con los eventuales efectos de La Niña
En la medida en que la variabilidad climática avanza y nos mueve dramáticamente, las recomendaciones de orden ciudadano son fundamentales para que las comunidades asumamos comportamientos adaptativos frente a los cambios; pero la responsabilidad primera radica en los gobernantes y agentes de grandes plataformas privadas que dirigen los ritmos de la actividad económica, para que incorporen las dimensiones de sostenibilidad, manejo del riesgo y restauración ecológica, pues solo acciones desde estas perspectivas podrán permitirnos pervivir, ya no en el largo plazo, sino en el tiempo mediano y corto.
Lastimosamente, tenemos agendas de gobierno muy atravesadas por dos males: primero hay mucho afán por los resultados a corto plazo y se exagera en la búsqueda por controlar la realidad desde agendas mediáticas, y segundo mal más perverso aun: se habla mucho desde la retórica ecológica, de ampliación del espacio verde, pero en realidad las agendas se centran en procesos constructivos para hacer de los entornos ajardinamientos, llenos de cemento, hierro, y vidrio, que apenas permiten observar caricaturas de lo “natural” siempre ligado a algún emprendimiento de corto vuelo, de poner los espacios “bellos”; mientras tanto escasamente se invierte el esfuerzo público en proteger, conservar, restaurar nuestros ecosistemas y muy poco se visualizan los escenarios de riesgo que son evidentes.
Son contados los municipios, distritos y departamentos donde hay previsiones al respecto, más allá de las exigencias formales de ley. Sin duda, ahora que se discuten los planes de desarrollo local y departamental, es el momento para que se rectifique ese camino.