Que un gobierno que pretendía derrocar al presidente de Venezuela se vea obligado a soportar el bloqueo de la principal carretera que conecta con Ecuador es algo que sorprende al observador desprevenido. Veinte mil indígenas y campesinos del suroccidente colombiano movilizados en minga desnudan las contradicciones de un gobierno que prometió “despolarizar” al país y pasar la página.
¿Qué ocurre realmente?
Para entender lo que ocurre es necesario recordar que Duque consiguió ser elegido sumando todas las fuerzas políticas del viejo establecimiento político utilizando el miedo a Petro, que fue posicionado como representante del “castrchavismo”.
Pero las acciones erráticas del primer mandatario y de su partido frente a Venezuela y a la JEP, y la forma como ha impulsado la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo, han generado “ruido” (interno y externo) en los partidos aliados y cercanos al gobierno.
Duque, empujado por las presiones de Uribe, parece haber dinamitado la convergencia de fuerzas políticas que lo ayudaron a elegir.
El novel presidente hace esfuerzos por emular la mano fuerte de su mentor Uribe, pero el “presidente eterno” no está conforme y, por ello, empieza a asumir la presidencia de hecho.
El espectáculo de darle órdenes públicas a la directora de la Agencia Nacional de Tierras demuestra que al expresidente-senador no le importa guardar las apariencias y está dispuesto a darle órdenes a Duque por interpuestas personas.
Así, las tensiones entre el gobierno de Duque y los sectoreconservadores del Centro Democrático se hacen cada día más agudas y conflictivas.
Por ello, a un mes del fracaso del 23 de febrero en Cúcuta, cuando usaron el chantaje de la “ayuda humanitaria” para quebrar la resistencia a la injerencia estadounidense en Venezuela, el gobierno de Duque trata con desespero de retomar la iniciativa política.
Para completar, la protesta indígena se le ha atravesado en sus planes y le complica más la situación.
De agresor a víctima: un libreto conocido
Después de mostrarse arrogante y triunfalista, el gobierno colombiano empieza a hacerse la víctima frente a la movilización indígena y ante el gobierno del vecino país.
Acusan a la minga de estar infiltrada por grupos armados y al gobierno de Maduro de amenazar la seguridad interna.
Dicen haber detenido a un militar venezolano y a uno cubano haciendo contrainteligencia en Colombia, pero ni los judicializan ni muestran las pruebas de tal actuación.
Ahora la presencia de 99 técnicos militares rusos es presentada como una amenaza para Colombia cuando en nuestro país –desde hace décadas– funcionan siete bases militares con miles de soldados estadounidenses que actúan a sus anchas sin que nadie diga nada.
La estrategia está pintada. Han permitido el fortalecimiento de grupos armados ilegales que aprovechan el vacío dejado por las Farc en muchas regiones, incluyendo al Eln y a las supuestas “disidencias”, para justificar su ofensiva contra el proceso de paz.
Pero el trasfondo sigue siendo el chantaje “castrochavista”. Es lo que siempre ha utilizado Uribe y le ha funcionado.
Ahora tratan de mostrar a la minga como una amenaza para Colombia y no demoran en aparecer falsos positivos que relacionen a políticos de oposición con planes desestabilizadores impulsados por el gobierno de Venezuela. Es el libreto conocido.
Desenmascarar la falsa polarización
Hasta ahora los partidos de oposición no han logrado diseñar una estrategia para aprovechar los errores de Duque, que son causados por la presión de Uribe.
Petro no ha podido (igual que Duque) unificar los apoyos que obtuvo en la segunda vuelta y atraer a los partidos del centro político que votaron en blanco.
Parece que el líder de Colombia Humana cree que un clima de tensión permanente con el “uribismo”, le permite ponerse a la cabeza de la oposición.
Pero es un juego desgastante porque se apoya en una falsa polarización que usa temas casi superados o ajenos, como el fin del conflicto (“irreversible”, como dice el expresidente Santos) y la campaña de Trump para derrocar a Maduro.
Por ello, ante los intentos de revivir falsos distractores, están apareciendo nuevos liderazgos democráticos que entienden que ese escenario de tensión política, muy similar a lo que ocurre en Venezuela, no le conviene a Colombia.
Desde ahora se perfilan nuevos dirigentes políticos que muestran características diferentes a los que han protagonizado la política de “centro” e izquierda en los últimos años. Son más tranquilos, menos ególatras, más dispuestos a escuchar y trazar acuerdos.
Dirigentes jóvenes como Juanita Goebertus (verde), Luis Ernesto Gómez (liberal “activista”), José David Racero (Colombia Humana), Camilo Romero (actual gobernador de Nariño) y otros (as) son las nuevas figuras que constituyen las reservas democráticas en Colombia.
Y el movimiento social también parece reaccionar. La minga es un ejemplo. Desarrolla alianzas más amplias, rechaza la instrumentalización electorera, fortalece su autonomía socio-política y actúa con visión de conjunto y de largo plazo.
Adenda. En toda América Latina se necesita esa combinación sistémica y creativa: por un lado, gobiernos efectivamente democráticos que se tracen planes de transformación de largo plazo sin querer “hacer la revolución por arriba”, y por el otro, movimientos sociales que construyan fuertes bases autónomas (“autogobiernos”) que sean el soporte de cambios estructurales, especialmente de carácter cultural y educativo, que se materialicen en nuevas economías colaborativas y ecológicas. Y, además, “por arriba” y “desde abajo” se deberán impulsar movimientos sociales y políticos de carácter regional, continental y global, para coordinar acciones de mayor calado territorial y, así, enfrentar y derrotar los cercos diplomáticos, los saboteos mediáticos, los bloqueos económicos y las guerras reales.