Luego de su lapsus, al que sinceramente no apunta este título por burla, el presidente Iván Duque sostuvo que no había tal; que a lo que quiso referirse con aquella frase era a una Colombia de política renovada, una política con p mayúscula.15
No sería de ninguna manera fundamental descifrar si fue o no un error. Lo que trasciende, pasando una costosa cuenta de cobro, es un asunto mayor, el de la inconsistencia del lenguaje, ese vicio grave que traza una muralla entre la teoría y la práctica, una brecha envenenada que no logra avanzar dos pasos consecutivos de las palabras a los hechos, algo que en la historia de la política colombiana que ayer celebró otro año, ha sido constante.
¡¡Disminuir la pobreza, combatir la corrupción, garantizar derechos humanos, fortalecer la paz, proveer seguridad y debilitar el crimen organizado, alcanzar la mejor educación, robustecer la ciencia y el deporte, producción sostenible, eliminación de mermeladas y prebendas, hacer una nueva política con p mayúscula!! quedan para el gobierno saliente como lemas superlativos de desvanecidos alcances, un poco o mucho, semejando aquellos cuadros renacentistas que las familias que podían viajar traían por decenas de Europa, enmarcaban y colgaban para tapizar las paredes de la casa y la vida. Qué eran, qué decían, quién los hizo o cómo podían perturbar el ambiente, nunca fue la cuestión, solo importaba mostrarlos, dejarlos allí sin razón ni diálogo para que el polvo, las sombras y las moscas se encargaran.
Partiendo incluso de la circunstancia elemental que significa construir equipo, era imposible edificar una política renovada, una nueva Política con mayúscula desde el gobierno, con un séquito de personajes sostenidos por hilos, personajes magros al borde del abismo: Guillermo Botero, Diego Molano, Karen Abudinen, Alejandro Ordóñez, Alberto Carrasquilla, Nancy Patricia Gutiérrez, Darío Acevedo, Nicacio Martínez, Margarita Cabello, Juan Pablo Bieri, Eduardo Zapateiro, Luis Alberto Rodríguez, Susana Correa, Martha Lucía Ramírez, no dejan de resaltar en una larga lista de nombres de la frustración, de la ruptura, gente que confunde lo que ve y lo que hace con lo que imagina.
Ayer en el Congreso, Iván Duque se alargó con visible agitación en un discurso en el que básicamente todo está bien en el país; en las hojas escritas y el telepronter la vida nacional ha acontecido en la forma más grande, más importante, más laboriosa; es el mejor momento y a la vista están los mejores resultados y estadísticas en la historia. De la teoría a la práctica, un discurso en esencia ido, truncado en lo que discurre de las frases a las evidencias, distante, como los cuadros aquellos incomprendidos, puestos únicamente para disimular paredes desnudas.
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Yendo de palabras a hechos, no se percibe que Colombia quede en un buen lugar, es lo que se oyó ayer a gritos en el Congreso
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Dato mata relato. Los números no dicen nada si no tienen una historia apasionada que contar tras ellos. Yendo de palabras a hechos, no se percibe que Colombia quede en un buen lugar, es lo que se oyó ayer a gritos en el Congreso y es lo que se recibe de la gran mayoría de personas que comenten la profundidad o cotidianidad del país. No queda en un buen terreno en la ciencia, en el deporte, la paz, la seguridad, la credibilidad, la equidad, la justicia, la transparencia o la lista de significados que Duque planteó hace cuatro años y durante cuatro años como pilares de una política renovada.
A Petro le llegó el momento de su P mayúscula. Experimenta una profunda luna de miel que solo podrá extender en la medida en la que sea capaz de promover casi de ceros una política renovada, anticorrupta, decente, visionaria, pacífica, todas con p mayúscula. En la cuenta regresiva que es un gobierno que empieza a las 3 de la tarde de un 7 de agosto, cada minuto, igual que en un reloj de tablero de ajedrez, marca menos tiempo para hacer de las frases realidades o movidas con sentido.
La presencia de Roy Barreras como guía del andamiaje de la reforma política no es en general el mejor mensaje, pero sí lo son ya y el país los ha recibido con apertura y profunda ilusión, todos los nombramientos que ha anunciado, personas en quienes se puede creer, indígenas, afrodescendientes, víctimas, artistas, técnicos sin entredichos. Por ahí se empieza a construir una mayúscula.