“Los analistas y expertos en temas electorales se preguntan cada vez más sobre el impacto real de las encuestas de intención de voto en el resultado de los procesos democráticos y sobre la forma cómo estos datos influyen en la decisión final de los ciudadanos cuando asisten a las urnas. De antemano, es posible afirmar que las encuestas dejaron de ser meras herramientas de información y se convirtieron en efectivos mecanismos de mediación y modelación de la decisión de los electores”.
Este fragmento fue seleccionado de un libro de mi coautoría publicado en el 2020 —el cual se comparte siguiendo el enlace al final de esta columna—, dicha obra llevó por título La sociedad de la desinformación: estudios sobre la cultura política colombiana durante las elecciones presidenciales de 2018, resultado de un proceso de investigación que se concentró en analizar las estrategias discursivas y proselitistas enfocadas en la manipulación, la posverdad, las noticias falsas, la polarización de la sociedad, la guerra sucia y las campañas de desprestigio.
De los numerosos temas abordados en el citado estudio, aquí me concentraré en el mediático y polémico asunto de las encuestas electorales, o mejor dicho hablando en sentido estricto, en las consultas sobre la intención de voto basadas en ínfimas muestras del censo electoral que a la fecha calcula un potencial nacional de 39,002,239 votantes.
Si al respecto algo se puede concluir con seguridad y suficientes pruebas, es que las encuestas tienen una incidencia directa en el llamado “Estado de opinión”, una especie de variante o mutación esnobista del Estado de derecho, resultado del papel determinante de los medios de comunicación y las redes sociales en este mundo contemporáneo.
También podría afirmarse, incluso con más argumentos, que las encuestas ejercen un poder directo sobre la psicología de masas, pues contagian e influencian el comportamiento político y las decisiones electorales del grupo social, limitan la autonomía, fabrican falsos escenarios, publicitan información tendenciosa y manipulan los imaginarios colectivos constriñendo imperceptiblemente a los individuos a tomar decisiones sin cuestionarse.
Pero demos un vistazo al criticable papel de las principales firmas encuestadoras en las pasadas elecciones presidenciales de 2018, donde un desconocido en la escena política criolla y sin la experiencia necesaria para asumir las riendas del poder ejecutivo, recibió continuamente durante casi un semestre el aire que infló el globo de su favorabilidad y que la postre, en medio de una campaña demagógica —recuerden el mensaje populista de mejores salarios y menos impuestos— y de un discurso político del miedo que canalizó todas las fuerzas clientelares de la derecha colombiana, derrotó fácilmente en la segunda vuelta electoral al candidato del otro espectro político.
No obstante, este escrito no intenta analizar la forma cómo fue aumentando la favorabilidad del ahora flamante y autoritario presidente Duque en aquellos tiempos electorales, sino en cómo los pronósticos de estas consultas incidieron en los resultados que un candidato en específico obtuvo en la primera vuelta, pues está claro que con las encuestas se puede jugar de diferentes maneras.
Así las cosas, si algo tenía en claro la campaña de Duque en el 2018, es que no querían como el candidato a enfrentar en la segunda vuelta a Sergio Fajardo, en los cálculos de la coalicionada derecha el candidato Gustavo Petro sería derrotado fácilmente en este hipotético escenario, como en efecto sucedió.
Entonces el globo que se debía pinchar era el de la campaña del profesor Fajardo, el pobre terminó liquidado con el mote de tibio y víctima del fuego cruzado de la ferviente polarización, además, su pasión por las ballenas complicó sus futuras pretensiones presidenciables, pero aquí ese no es el tema.
Fue así como la abigarrada campaña política de Fajardo se fue —o la fueron— desinflando, porque de casi doblar a sus dos principales oponentes —Duque y Petro— en las consultas de opinión realizadas en diciembre de 2017, cuando la firma Invamer registró un 21,3% de intención de voto a su favor, después para Fajardo todo fue en decrescendo, a principios del 2018 la firma Guarumo lo bajó al 8,1% y YanHaas también lo descabelló con menos del 10%.
De hecho, en los resultados de las últimas mediciones realizadas en mayo de 2018, a días de la primera vuelta, el promedio de todas las firmas encuestadoras respecto al candidato Fajardo fue del 15%; finalmente su votación real en las elecciones del 27 de junio registró el 23,73%, el trabajo estaba hecho y como se quería, Fajardo no pasó a la ronda final.
En esta parte el asunto que se debe cuestionar es el de si estas descachadas encuestas desestimularon a las personas que en un principio quisieron votar por Fajardo; es decir, que los primeros en “quemar” al profesor fueron los encuestadores.
Ahora, en mayo de 2022 el panorama es un tanto diferente, no en cuanto a la polarización ni la política del desprestigio, siendo también cierto que la criticada gestión de Duque le facilitó el camino a la oposición; quizás el candidato que en estos tiempos los feligreses de la diestra y la siniestra no quieren en segunda vuelta, es al furibundo santandereano Rodolfo Hernández, una autentica caja de sorpresas de la política colombiana.
En un interesante ejercicio de análisis, a inicios de mayo el diario El País de España promedió el ponderado de 6 encuestas de intención de voto en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, al parecer en este año también nos veremos abocados a una segunda vuelta, pero al contrario del 2018, en la actualidad el que lidera los resultados es el candidato de la centroizquierda Gustavo Petro, con un promedio del 38,3%, seguido por Federico Gutiérrez con el 25,3% y Rodolfo Hernández con el 10,9%, pronósticos que ubican al exalcalde de Bucaramanga como el posible repartidor de la baraja en la segunda vuelta.
Para saber esto debemos esperar al 29 de mayo, como muchos dicen por ahí, el día de la verdadera encuesta. Por el momento no olviden lo dicho por el asesinado Álvaro Gómez Hurtado, “las encuestas son como las morcillas: muy buenas mientras no sepamos cómo se hacen”, por eso hay que saberlas digerir.