Hola, ¿cómo están? Me llamo Laica, así como suena se escribe. Pero, bueno, les explico, soy una perrita de raza criolla o de marca desconocida, como le oigo decir a Didier, mi dueño, mi amo o mi padre, como prefiero llamarle yo.
Aunque ustedes no lo crean, soy descendiente directa de una heroína rusa llamada Laika, astroperra o astronauta. Ella, siendo una perrita callejera, fue entrenada y en 1957 se convirtió en el primer ser vivo en dar vueltas a la Tierra... triste epopeya porque murió en ese periplo. De todas formas, el Consejo Perruno de Genealogía certificó que en mis venas corre sangre de astronauta, de allí mi nombre algo criollísimo.
Me mueve a escribir estas líneas el hecho de que he observado comportamientos extraños en mi entorno por parte de los humanos que me rodean. Verán, vivo en el piso 13 de un condominio en una hermosa ciudad llamada Armenia, no la del Cáucaso sino la del Quindío, Colombia. Cuando subo al ascensor, mis congéneres me preguntan entre ladridos si no me preocupa vivir en un piso 13, cosa que no me confunde pues no soy supersticiosa.
Con frecuencia escuchaba refunfuñar a los padres de la población perruna por el hecho de tener que llevar a sus "mascotas", fea expresión esa para denominarnos, una o más veces al día a caminar, o, dicha sea la verdad, a realizar acciones de evacuación que no son posibles ni adecuadas en los apartamentos. Su inconformidad, la de los padres, así como sus expresiones y hasta improperios, aumentaba cuando por cuestiones normales de edad había algún episodio de incontinencia perruna.
Bueno, ocurre que de un tiempo para acá los amos o padres se han vuelto amables y están preguntando constantemente a mis congéneres si quieren salir a pasear, hacer pipí o cualquier otra necesidad. Es más, suelen salir con ellos varias veces sin que medie razón alguna, como si ahora fuéramos nosotros quienes sacamos a nuestros padres a la calle. Se adereza este comportamiento anormal con el hecho de que todo el conglomerado humano no sale de sus apartamentos, se les ve preocupados, haciendo cosas raras que nunca antes se les vio hacer como ponerse máscaras las pocas veces que salen, ver misa por la televisión o retroceder a sus antepasados trogloditas exhibiendo barbas prehistóricas… En fin, yo que creí haberlo visto todo, estoy francamente desconcertada.
Ni qué hablar de mis primos felinos, que han visto sus reinos invadidos por sus padres, pues el sofá en que ronroneaban todo el día está ocupado, lo mismo que las camas. Además, deben soportar excesos de caricias que tienen sus lomos bastante resentidos.
La única luz sobre el particular me la dio un mensaje de un lejano pariente chino de raza pequinés, llamado Mig21 (raro nombre), que me informó a través del GuausApp que un extraño virus ha originado todas estas actitudes inusuales. Aunque no comprendo muy bien la relación de una cosa con la otra, en mi pragmatismo canino deseo que el tal virus esté dirigido a beneficiar a nuestra especie, con las presentes actitudes humanas que ojalá perduren, pero que en la medida de lo posible no perjudique a mi padre y a los padres de mis congéneres.
