El debate suscitado por una joven diputada de Santander, sobre las políticas de género impartidas por el Ministerio de Educación como estructurantes de los manuales de convivencia en el país, ha generado variadas opiniones en distintos sectores de la sociedad. De algunos ha recibido improperios y ofensas, y de otros apoyo y solidaridad. Pero pienso que, en últimas, de eso se trata la democracia: de construir en la divergencia el desarrollo de los pueblos desde el ejercicio de las libertades.
Lo cierto es que el cristianismo protestante surgió en el siglo XVI como sublevación a la corrupción de la institucionalidad romana y a elementos de deidad y religiosidad con los que no se concordaba para la época. A partir de allí y con el avance de la sociedad occidental, aparecen distintas tendencias del cristianismo en toda Europa y de tal proceso América no fue excepción, por lo que tales dinámicas se repitieron en el continente.
En Colombia, por ejemplo, las primeras migraciones de Iglesias cristianas no católicas se dieron en el siglo XIX, aunque desde 1600 se emitieron normativas de inquisición frente a otras religiones. Las mismas normas constitucionales precedentes a la del 91, obligaban a proteger y profesar la fe católica sin permitir el culto de ninguna otra.
La principal referencia de ingreso del cristianismo protestante fue la llegada de la comunidad presbiteriana en 1856, quienes ubicaron sus iglesias en ciudades como Bogotá, Cali y Bucaramanga. Sin embargo, su llegada al país se vio marcada por la persecución social, religiosa, legal y política. Acciones como el no permitir que los protestantes fuesen sepultados en cementerios católicos, sino que debiesen hacerlo en aquellos destinados a extranjeros, demuestra la segregación y repudio de la época.
A pesar de ello, la cruzada protestante contó con aliados estratégicos en el campo político, como el partido liberal, lo que posteriormente permitió el surgimiento de instituciones no católicas que albergaron en sus aulas no solamente estudiantes cristianos sino también a los hijos de los liberales que en momentos de hegemonía conservadora preferían la educación laica a la tradicional.
Gobiernos como los de Olaya Herrera y López Pumarejo, procuraron la defensa de la libertad de cultos en todo el país, garantías que posteriormente fueron suprimidas con el gobierno Laureano Gómez, siguiendo así un crecimiento escalonado y truncado que culminaría con la expansión de las iglesias a finales del siglo XX y el logro del reconocimiento de la libertad de cultos como derecho de todo ciudadano en 1991.
Así las cosas, es demostrable que ser cristiano en Colombia también es un derecho que se ha adquirido mediante luchas sociales de varios siglos y hoy, cuando el debate se centra en discernir entre las posturas de la inclusión y la defensa de la comunidad LGBTI y las posiciones de la comunidad cristiana, resulta válido preguntarse si una debe sobrepasar a la otra. Y la respuesta es sencilla: claramente el reconocimiento de derechos de las minorías sustenta la existencia de la democracia, y, por tal razón, es importante comprender la importancia de respetar la opinión, la ideología, la sexualidad y la religión del otro.
Seguramente muchas personas no comparten la postura de la diputada frente a las decisiones del Ministerio de Educación Nacional sustentadas en las sentencias de la Corte Constitucional, pero ello no es motivo para insultarle y negar su derecho a expresar su opinión y a hacer pública su posición moral y religiosa, pues ella también es concordante con los principios de la Carta del 91.
El motivo de este artículo no es ahondar en cuál posición es mejor o cual resulta ser válida. La intención es recordar que ser cristiano también representa un costo político e histórico en Colombia, que culminó con el reconocimiento de derechos de distinta clase.
Sin duda el llamado es a la tolerancia y al respeto entre las partes. Pensar distinto no nos hace mejores. Ni todos los cristianos son homofóbicos, ni todos los miembros de la comunidad LGBTI son ateos -sin querer decir que esto sea malo-. Hay que ser más sensatos a la hora de opinar del otro. Ya es hora de ahondar en el estudio de los postulados cristianos, así como se ha profundizado en las posiciones de las demás minorías. Ser cristiano no es sinónimo de extremista o dogmático. La base de la construcción de paz es comprender nuestra calidad de ciudadanos en un país pluralista, democrático y laico.
@linayparra