Todas las declaraciones de Aída Merlano parten del reconocimiento tácito de que ella pertenecía a una red de corrupción electoral y compra de votos y que, por lo tanto, ella ha cometido los delitos contra el sufragio tipificados en el código penal. De hecho, la gran credibilidad que parecen darle los grandes medios de comunicación deriva de que se supone que la señora debe saber muchas cosas, precisamente, porque formaba parte destacadísima de la orquesta delictiva.
La hemos escuchado espetar una gran cantidad de afirmaciones contra muchas personas y suponemos que algunas son ciertas y otras no. O mejor, sabemos que algunas son ciertas y lo sabemos desde hace años, desde mucho antes de que Aída Merlano apareciera en los expedientes judiciales y, aún más, en los anales de la historia política de Atlántico. Luego, de alguna manera, lo que me sorprende no es lo que nos cuenta de los demás sino lo poco que nos cuenta de ella.
Y lo planteo porque en su relato hace hasta lo imposible por presentarse como una víctima y no como lo que es, como una coprotagonista del delito desastroso de la corrupción de la democracia y de la contratación pública. Tendría mucho más sentido si intenta tocar las fibras de la sensibilidad social optando por el camino del arrepentimiento auténtico y no por el papel de víctima, que en este caso se troca inevitablemente con el de las lágrimas de cocodrilo.
Lo que pasa es que tiene que comprender que el arrepentimiento cobra credibilidad y valor, si y solo si, se comienza por esmerarse en los relatos propios antes que en los ajenos, aunque después vengan los ajenos y sean ellos muy bienvenidos para ayudar a desmontar las dictaduras de la corrupción electoral.
En concreto, podemos afirmar que la señora Merlano debe comprender que lo correcto sería que reconociera que la víctima real de estos hechos no es ella sino Colombia toda, pues es toda Colombia la que sufre los desastres de la corrupción.
Hasta aquí todo nos resulta tan lamentable como obvio, pero lo que nos resulta menos obvio y, sí, mucho más triste, es que Aída Merlano ha decidido revictimizarnos a los colombianos. Pareciera que no le ha bastado con lo que ha hecho. Ahora le importa un carajo ponerse al servicio de uno de los peores enemigos de Colombia con tal de salirse con las suyas, es decir, con tal de no perder en su apuesta de impunidad, burla y codicia.
___________________________________________________________________________________________
Ni las confesiones más ciertas, ni las pruebas más irrefutables serán suficientes para lavar el tufo a traición
____________________________________________________________________________________________
La señora Merlano debería entender que nada le justificará ponerse al lado del señor Maduro. Ni las confesiones más ciertas, ni las pruebas más irrefutables serán suficientes para lavar el tufo a traición e irresponsabilidad que ya tiene su aparición de aliada con la dictadura venezolana.
Si verdaderamente anida algo de arrepentimiento y deseo de restauración, debería venir a Colombia, por su propia voluntad, y sentarse a contarnos toda la verdad.
Estoy seguro de que ese día le creeríamos y la mayoría estaríamos dispuestos a apoyar su protección y sus eventuales beneficios.
Mientras tanto no. Mientras tanto lo que sentimos es que a unos delitos le está sumando otros, que a una inmoralidad le está sumando una peor, a una victimización que recibimos de su parte está sumándole un nueva y peor.
Está pasando de la corrupción contra Colombia de Aída Merlano a la traición contra Colombia de Aída Mamerlano.