Con la revolución ocasionada por la decisión del procurador de destituir a Gustavo Petro, la semana pasada no dio tiempo sino para tomar partido a favor o en contra. La mayoría de las personas que opinamos coincidíamos en dos cosas fundamentales: que el castigo era desproporcionado a la falta que se imputaba y que Petro dista mucho de ser un gran ejecutivo o un buen alcalde. Hubo, hay que reconocer también, algunas tímidas defensas de la actuación del procurador, pero da la impresión que fueron opiniones minoritarias.
Independientemente de la falta o la sanción, de tomar partido sobre el asunto, lo que queda por fuera es el análisis de la situación de Bogotá, nada menos que capital del país, una ciudad populosa como ninguna, que ha sufrido una suerte inmerecida a la que ya va siendo hora de que se le devuelva su grandeza.
Bogotá acoge a todo el mundo, venga de donde venga. Allá llegamos a estudiar, a buscar oportunidades laborales, a hacer negocios o a divertirnos. Mucha de la gente que llega nunca se va y tal vez por eso y por su propio crecimiento, la capital se infla, crece desordenadamente y se va generando un caos urbano que requiere ser administrado por manos expertas y sensatas: no por politiqueros, demagogos, corruptos o inexpertos.
Ahora que pase la tempestad, cualquiera que sea la suerte de Petro, lo prioritario es rescatar la gobernanza de la ciudad para utilizar una palabra muy al gusto del burgomaestre destituido. Bogotá necesita reposo, nada de sobresaltos, necesita planificación urbana, necesita movilidad, necesita liderazgo y nada de eso tiene.
Petro demostró la semana pasada un liderazgo que hubiera sido fundamental en estos dos años anteriores, una capacidad de convocatoria que desperdició en peleas con su propio equipo y que dilapidó al no ponerla al servicio de la ciudad, sino de sí mismo. Claro, un hecho tan arbitrario como el de Ordóñez necesitaba rechazarse, porque Colombia tampoco tolera más arbitrariedades; pero esas concentraciones voluminosas en la Plaza de Bolívar serían deseables para imponer políticas que saquen a Bogotá de la crisis y no solo para intentar en vano salvar al alcalde.
Llegó el momento de que el país entero piense en su capital porque lo que pasa allí nos interesa a todos y a todas. Necesitamos que el Gobierno Nacional piense cuidadosamente los pasos a seguir para reemplazar a Petro, si es que queda en firme su destitución. Que no vaya a chambonear improvisando también salidas para este período de transición y que garantice un proceso electoral expedito en el que las gentes puedan escoger, con cabeza fría, la mejor opción para completar el mandato de Gustavo Petro.
No es poca cosa lo que se viene. Bogotá requiere una administración que le devuelva el rumbo perdido por la corrupción de los Moreno y las chambonadas de Petro. Ojalá el proceso de escogencia de candidatos o candidatas a la sucesión se dé con una mirada en la que prime el interés de la ciudad y no la reivindicación de un mártir o los cálculos políticos de los partidos.
No es hora de venganzas, no está la situación para poner candidaturas politizadas al máximo, o herederos nominados por el dedo de un moribundo, como pasó en Venezuela (Y vean cómo va). Es hora de la sensatez, de imponer buenos gobernantes, personas preparadas que no lleguen a improvisar o a pasar cuentas de cobro. La única cuenta de cobro pendiente por pagar, es la de la ciudad y con ella estamos en mora. Es la hora de Bogotá y de nada más.
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