Cuando tropecé con esta imagen de Bogotá en Google, pensé en Kazimir Malévich y en su obra: Cuadrado negro sobre fondo blanco. Este artista fue el creador del suprematismo, uno de los movimientos de la vanguardia rusa del siglo XX. Tuve la oportunidad hace unos años de ver el cuadro en una exposición sobre arte del siglo XX en el Museo Nacional, y de contemplar así la sencillez compleja de una obra que tanta influencia habría de tener en la pintura contemporánea, a primera vista, no lo entendí muy bien, la cabeza no me dio. Pero si dejó una grieta profunda en mi conciencia. En las noches soñaba con aquella opacidad geométrica rodeada de una nada blanca. Sentí que ese cuadro quería decirme algo, aunque no conseguí averiguar qué ni por qué a mí, habiente de un bagaje emocional de clase media. Una de las cosas más interesantes y misteriosas del arte es su capacidad para abrir puertas en las zonas más inaccesibles del alma individual, aunque también de la colectiva.
Como les venía diciendo, al tropezar en internet con estos rectángulos negros sobre fondo blanco, volví a verme en aquella sala de exposiciones y nuevamente el abismo de la experiencia estética se abrió ante mí. Entonces acerqué mis ojos a la imagen y me pareció distinguir un conjunto de formas geométricas recluidas en la opacidad dominante. Leí el pie de foto de la imagen, que decía así: “Bogotá, visto ayer por la tarde desde un edificio en el centro de la ciudad”. Significaba que cuando se obtuvo esa fotografía yo me encontraba en el interior de la nube. Ahí estoy, aunque ustedes no me vean. Entendí entonces el porqué del impacto emocional que en su día me produjo la obra del pintor Malévich. Yo estaba también atrapado dentro de aquel cuadrado negro. También Bogotá y Colombia, Latinoamérica, Europa, Asia y Oceanía. La humanidad entera se encontraba allí. Y allí seguimos.