¡Ah, la paz!

¡Ah, la paz!

En la crisis que atravesamos, se antoja vaga su aparición: se repite el vocablo en medios virtuales, televisión y emisoras. Y de tanto repetirse, pierde valor

Por: César Curvelo
julio 27, 2022
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¡Ah, la paz!

Quizás la primera idea que nos salta a la cabeza en lo concerniente a la palabra «paz», al evocarla de manera íntima en el fragor de nuestras contradicciones mentales y provocaciones instintivas ―ya sea en el córtex o el cerebelo―, es la de su poca aprehensibilidad: se escapa como jabón mojado en nuestras manos insensibles, resbaladizas, desganadas.

Con su breve presentación monosilábica pudiera dar cierta sensación de cortedad, aunque lleva el carácter expansivo-expresivo-explosivo de la consonante P, y tal parece que no se halla su significado en los diccionarios de los criminales violentos, lo mismo que de fosforitos y abusadorcitos.

En la crisis que atravesamos ―pasando el Niágara en bicicleta―, se antoja vaga su machacona aparición: se repite el vocablo en medios virtuales, televisión, emisoras y periódicos a cada hora, todos los días, todos los días, todos los días. Pero en vano: el discurso de la mesura entra por un oído y sale por el otro.

Respecto a tranquilidad, su largo sinónimo, se dice que viene de tranca para expresar que uno debe estar armado, y no precisamente de valor. Seguro mató confianza.

Paz es lo contrario a guerra. Eros contra Ares, en la mitología elena. Pax contra Marte, para los antiguos romanos. El orden versus el caos. La democracia en contraposición a la dictadura. Lo legal como antítesis de lo delincuencial. El amor libre opuesto al odio visceral.

Digamos que la paz, referida a un país, implica que no padece de una grave crisis institucional, económica o social, ni de una oprobiosa inequidad entre sus habitantes ―cabe recordar aquí que el coeficiente Gini sitúa a Colombia como el séptimo estado más desigual del mundo―, ni de una confrontación armada entre sus propios residentes, y menos aún de una intervención en un conflicto bélico internacional.

Gravísimo sigue siendo el conflicto interno en nuestro territorio, y por tanto el tema de la paz es pan de cada día, sea que estés en una vereda o finca remota, en tu casa o apartacho, en una calle o carrera, en una oficina de una empresa privada o una del Congreso.

Roy Barreras, el nuevo presidente del Senado, ha declarado que se propondrá al Congreso de la República la creación del Ministerio de Paz, Seguridad y Convivencia. Según este veterano parlamentario, a esta nueva cartera sería trasladada la Policía Nacional, la cual hoy está adscrita al Ministerio de Defensa. El objetivo es darle su índole civilista constitucional: “Artículo 218. La Policía Nacional es un cuerpo armado permanente de naturaleza civil…”

Cabe agregar aquí hay sospechosos de apropiarse parte del platal del fondo oficial OCAD-PAZ. Según noticias de Blu Radio, para las entregas de rubros de este fondo pudo haber coimas serrucheras y calanchinosas que ascenderían a medio billón de pesos. Esto sin contar que dichos contratos pudieron o podrían ser realizados a medias y sin zapatos, y vaya a saber qué otros tantos raponazos le dieron a estas partidas del erario.

Lograr estándares mínimos de una paz política en nuestro país requiere de medidas que lleven a un control real de sus finanzas en lo económico y, en lo social, de procesos “in”: inclusorios, innovadores e inmediatos.

Uno de ellos, entre muchos otros, debe ser la promoción de un cambio cultural que involucre campañas de lectura en todos los niveles de nuestra alectórica sociedad. Por alectórica se entiende que es contraria a costumbres de lectura.

¿Libros sobre la paz? Hay miles. Citemos algunos: Mujeres en pie de paz, de Carmen Magallón; Resistencia civil artesana de paz. Experiencias indígenas, afrodescendientes y campesinas, de Esperanza Hernández; Sobre la paz perpetua, de Immanuel Kant; Guerra y paz, de León Tolstoi; Palabras de Paz. Discursos premios Nobel, de varios autores; Colombia: Gerencia Social y Construcción de Paz, de Ricardo Briceño y Dalis del Pilar Sierra; El abecé de la paz y los conflictos: educar para la paz, de John Lederach; y La guerra y la paz, de Santiago Gamboa.

Según un dato dado por el DANE en 2017 ―último antecedente que veo en internet―, en Colombia una persona lee cinco libros al año, en promedio. Obvio que, en nuestra sociedad, este bajo índice lectórico no ha cambiado a la fecha.

Apuntalar múltiples campañas pro-lectura será una tarea urgente del gobierno entrante, de todos los sindicatos, de todas las instituciones educativas y de todas las organizaciones vecinales. Objetivo: alcanzar un buen índice.

Planteamos que se catapulte-proyecte-impulse la idea de alcanzar un promedio anual de 24 libros leídos por persona, o sea uno quincenal. Quizás esto te pueda parecer utópico y con mil bemoles, pero hay que intentarlo. Tú puedes (te ofrezco disculpas si te estoy metiendo en el saco alectórico y eres excelente lector).

Visualicemos que, en sectores barriales, la gente se organice con base a este punto. Supongo que se podrían realizar intercambios de libros y actividades conexas, quizás apoyadas por el MinCultura, oficinas de participación ciudadana y juntas comunales. En sábados o domingos asistiríamos a encuentros de lectores en bibliotecas, parques, terrazas, etc. Esto acercaría a vecinas y vecinos inquietos, y se abrirían nuevos espacios de inclusión en nuestras anómicas sociedades comunitarias.

Ya hay más de cuatro gatos que compartimos esta idea.

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