En este mes de mayo, mes de las madres (de la madre María Santísima, según el calendario católico y de las madres biológicas) es común ver preparativos para celebrar esta conmemoración.
Mayo es un mes alegre y costoso para los colombianos; se reactiva el comercio y se profundiza la crisis económica familiar. Además, por alguna razón la política, la madre de todos los vicios, quiso también hacerse partícipe de esta celeste celebración cada cuatro años.
Por otro lado, los laboriosos campesinos de la región Caribe que toman las cabañuelas en enero saben que mayo es un mes pasado por agua, y aquellos empíricos analistas del tiempo saben que es largo, de ahí aquel viejo refrán “más largo que un mes de mayo”.
Es que algo ha de tener de atractivo este mes para ser tan popular. Por ejemplo, como campesinos añoramos sus preciados aguaceros; esos que le devuelven fertilidad a la madre tierra, para que produzca los alimentos que necesitamos los colombianos, por eso hoy quiero hacer un sentido homenaje a ese tan anhelado “aguacero de mayo”.
¡Oh, aguacero de mayo!, cae sobre nuestras tierras secas para que calmes su sed, porque solo tú, aguacero de mayo, te acuerdas de la resequedad, inequidad y adversidades de los necesitados.
¡Oh, aguacero de mayo!, baña nuestros campos colombianos para que reverdezcan las praderas y con ellas renazca tanto las añoranzas de una Colombia donde podamos convivir juntos, como los pastos para alimentar nuestros flacos sementales con la esperanza de competir en un mercado industrializado y globalizado, aunque esta sea mera utopía, tan probable como el cumplimiento de promesas de las campañas electorales que por estos tiempos nos acaloran, nos emberracan, nos ilusionan.
¡Oh, aguacero de mayo!, nutre nuestros cultivos con tus propiedades mágicas, para que podamos cantar como el poeta “pueda ser que este año nuestra cosecha salga mejor”, aunque, a diferencia de otrora, ahora tenemos que rezar para poder conseguir un cupito de vender lo que cosechemos, al mejor postor y ojalá, al mejor precio, puesto que los campesinos, además de enfrentar los estragos de unos tiempos que dañan todo presagio cabalístico por el cambio climático, también tenemos que luchar con un monstruo muy feroz, llamado libre comercio.
¡Oh, aguacero de mayo!, ayuda a refrescar nuestros dirigentes, pero no con mermelada, porque de eso ya tienen mucho, refréscales la conciencia para que acuerden una reforma agraria integral, que beneficie a los sujetos que cultivamos y hacemos producir la tierra. Es que nuestros campos están necesitando un aguacero de cambios, pero ese cambio al que instan los estudiosos cuando se preguntan ¿cuál es nuestro lugar en la historia, y particularmente en la del pueblo campesino colombiano? Es que reforma agraria que no valore al sujeto que hace producir la tierra es fallida, así se firme en el capitolio o en cualquier otro lugar.
¡Oh, aguacero de mayo!, irriga los arroyos y las quebradas de nuestra exuberante geografía para que como en el evangelio se multipliquen los peces lo suficiente, para acabar con el hambre de poder y de tener de quienes nos gobiernan; para que ya saciados puedan pensar en otras alternativas de producción económica distinta a la de arrancar de las entrañas a la madre tierra sus tesoros; es que si los minerales están enterrados es porque ahí es donde deben estar y es una invitación natural a valorar y conservar lo valioso.
¡Oh, aguacero de mayo!, tú que le das vida a nuestros suelos colombianos, devuélvenos la posibilidad de volver a vivir bucólicamente en nuestros campos, sin el temor de ser expulsados de él y con las comodidades y ventajas que brinda la modernidad; revive la posibilidad de mantener a nuestras familias con el fruto de tu suelo y el esfuerzo de nuestro trabajo.
¡Oh, aguacero de mayo!, que con tus dulces gotas puedas aplacar el fuego abrazador de la guerra, el desplazamiento y la desigualdad social en nuestros campos.
¡Oh, aguacero de mayo!, tú que generas corrientes de agua viva, arrastra con el ímpetu de tus aguas todo pensamiento corrupto y bélico de nuestros aspirantes a la presidencia y arrastra también toda ceguera e inconsciencia del pueblo colombiano para que ante las urnas ejerza su derecho a elegir con dignidad y amor por su patria y no venda su conciencia al mejor postor o al que más da.
¡Oh, aguacero de mayo!, ten misericordia de mí y este año no te lleves mi casita construida a orilla de la quebrada, que por culpa de un corrupto que se robó la plata del proyecto de viviendas en el pueblo, me tocó construirla ahí, porque no tengo otro terrenito donde armar mi rancho.
¡Oh, aguacero de mayo!, no te precipites con tormenta ni granizos, porque asustas a Electricaribe y nos dañas la bocatoma del acueducto y como diría el gran maestro “y con estos calores, ¡uff! qué sofoco!”. Para explicar un poco a quienes no viven en el Caribe, es que Electricaribe es alérgica a la lluvia y la asustan las tormentas, ya que los lugareños somos muy pacíficos. Cada vez que llueve con tormenta ella se esconde y nos deja en penumbras, claro es muy puntal cada mes haciendo su trabajo de recaudo.
¡Oh, aguacero de mayo!, que con tus frescas gotas venga también la esperanza de la paz, la salud y la educación para nuestros hijos y conserva viva entre los colombianos la llama del amor, la justicia social y divina.