Desde hace meses, los bogotanos han sido testigos de una serie de cortes de agua en diferentes localidades de la capital, afectando la vida diaria de miles de personas. Sin embargo, contrario a lo que la administración distrital ha intentado posicionar como la narrativa oficial, el problema no radica en la falta de agua disponible, sino en la incapacidad para gestionar adecuadamente los recursos hídricos de la ciudad. Bogotá enfrenta una crisis de administración, no de disponibilidad de agua.
La Sabana de Bogotá y la cuenca del río Bogotá han sido históricamente generosas en términos de recursos hídricos. Con una precipitación anual promedio superior a la de muchas capitales del mundo y un caudal de agua significativo, no estamos hablando de una ciudad ubicada en el desierto ni de una región que sufra de sequías extremas. Al contrario, Bogotá cuenta con un ecosistema privilegiado. Pero este recurso natural no es infinito, y mucho menos cuando no se sabe administrar.
En los últimos años, Bogotá ha sufrido una parálisis alarmante en la construcción de infraestructuras clave, como las plantas de tratamiento de aguas residuales que, lejos de ser un lujo, son una necesidad urgente. Esto es particularmente relevante cuando se compara con otras ciudades del mundo que enfrentan situaciones geográficas más adversas y que han logrado soluciones innovadoras para mantener el suministro de agua de manera constante y segura.
Lecciones desde el mundo: el arte de reciclar el agua
Ciudades como Singapur, Israel y Las Vegas, que enfrentan retos climáticos mucho más complejos que Bogotá, han implementado tecnologías de reciclaje de agua con resultados notables. Singapur, por ejemplo, a través de su iniciativa “NEWater”, ha logrado reutilizar hasta el 40% de sus aguas residuales mediante procesos avanzados de purificación y tratamiento, garantizando así un suministro confiable para su población de casi seis millones de habitantes. En este país insular, cada gota de agua cuenta, y el gobierno ha hecho su tarea para asegurar que el recurso se aproveche al máximo.
Israel, un país con vastas áreas desérticas, ha ido incluso más allá, convirtiéndose en un referente mundial en la reutilización del agua. A través de la desalinización y la purificación de aguas residuales para uso agrícola, ha logrado superar sus limitaciones naturales y garantizar agua para sus habitantes y cultivos. En Tel Aviv, el agua reciclada representa el 85% del uso agrícola del país, convirtiendo lo que era un desierto en un vergel.
¿Y qué decir de Las Vegas? Una ciudad construida en medio de un desierto, que ha adoptado la práctica de reciclar el agua que sus residentes utilizan en duchas, lavaplatos y lavadoras para su reutilización en áreas no potables. Gracias a esto, ha logrado reducir su consumo de agua per cápita a pesar de un crecimiento demográfico sostenido.
Bogotá: promesas incumplidas y obras que no llegan
Mientras tanto, en Bogotá, las promesas de modernización y las obras de infraestructura se quedan en discursos. La planta de tratamiento de Canoas, que debería ser un proyecto bandera para el manejo del río Bogotá, ha sido más un anuncio político que una realidad concreta. La falta de esta infraestructura hace que las aguas residuales sigan vertiéndose sin tratamiento adecuado, agravando la contaminación del río y, a la postre, limitando las posibilidades de reutilización del agua.
En la pasada administración, se habló de la necesidad de construir plantas de tratamiento de agua que permitieran no solo reducir la contaminación del río, sino también aprovechar el agua para usos industriales y de riego. Sin embargo, el proceso de construcción se ha visto demorado por trabas burocráticas, falta de voluntad política y escándalos de corrupción que han ralentizado su avance.
Mientras la Alcaldía continúa responsabilizando al cambio climático, los habitantes de la ciudad enfrentan las consecuencias de una gestión que no ha sabido mirar al futuro. Las ciudades de vanguardia han entendido que la clave está en optimizar lo que ya se tiene, en aprovechar hasta la última gota antes de dejarla ir. En Bogotá, seguimos en espera de una gestión que priorice la infraestructura, que invierta en la construcción de plantas de tratamiento y que asegure que el agua que nos rodea no sea un lujo, sino un derecho garantizado para todos.
La solución al problema de agua en Bogotá no está en pedirle al cielo que llueva más, sino en gestionar lo que ya tenemos con visión, eficiencia y compromiso. Y hasta ahora, esa ha sido la gran deuda de la administración.