Para el pueblo arhuaco, y así para cada pueblo indígena, la existencia del territorio hace posible la suya propia puesto que este es, al mismo tiempo, origen de la vida y lugar de conocimiento; son los ríos, quebradas, picos nevados, montañas y llanuras, y la infinidad de seres y elementos que allí habitan, los que estructuran su permanencia y pervivencia: el sentido de su presencia, de su propia cultura. Cuando su territorio es afectado, o se le dan funciones distintas a las que sus madres y padres espirituales le asignaron, se pierde un espacio sagrado, y con ello, de a poco, su propia cultura. Tras la espuma de esta idea, enseñada al ecólogo Ricardo Niño Izquierdo por sus mayoras y mayores según escribe en el prólogo del bello ensayo de Ignacio Piedrahíta “La verdad de los ríos”, flotan los signos de la acción urgente que como humanidad diversa debemos atender ante la realidad desbordada de la crisis climática: estamos hechos del mismo sol, del agua, la tierra y el viento que hoy se vuelven contra nosotros; y es allí mismo, en ese río que nos forma, en el que se develan las maneras de navegar el inhóspito futuro.
En el caudal de nuestra memoria, de la de cada uno sin duda, se arremolinan un sinnúmero de ríos, quebradas, charcos, manantiales, cañadas, ciénagas, arroyos, saltos, pozas, humedales, lagos, lagunas, hoyas, caños, raudales, cascadas, esteros, mares y océanos, meandros en los que reposan muchos de los momentos más felices de nuestra existencia. Pensar en la asombrosa cantidad de aves, mamíferos, peces, anfibios, reptiles, insectos, cada uno asociado a condiciones especiales en el sinfín de ecosistemas que cubren el pedazo del mundo que hoy llamamos Colombia, no sería posible sin la multiplicidad de aguas, sin la menos nombrada hidrodiversidad. Las diferentes manifestaciones del agua, superficial y subterránea, sus distintas propiedades físico-químicas íntimamente ligadas con los entornos geológicos por los que discurren, generan especies relacionadas con cada sistema hídrico: formas de vida que prefieren las aguas frías, las turbias, las calientes, las inmóviles, las ácidas o básicas, las aguas saladas, el hielo. La materialización de esta hidrodiversidad, la columna estructurante de nuestro territorio, es el río Magdalena: Yuma o “río del país amigo” para los Muiscas, Arlí o “río del pez” para los indígenas del tramo medio, Karihuaña o “Agua grande” para los Caribes. Aguas que le dan sentido a nuestra existencia, que inundan nuestras culturas.
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Continuar con el envenenamiento sistemático del “agua grande”, de esa que nos urge reparar, es lo que hoy quieren imponer Exxon, Ecopetrol, la ANH y el Ministerio de Minas en la región
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Continuar con el envenenamiento sistemático del “agua grande”, de esa que nos urge reparar, es lo que hoy quieren imponer Exxon, Ecopetrol, la ANH y el Ministerio de Minas en la región. En la reciente presentación de Platero, proyecto piloto de fracking asignado a Exxon en Puerto Wilches (Santander), repitieron su letanía: “seguridad energética, ingresos, posibilidades de emprendimiento”, promesas que, en más de 100 años de explotación petrolera convencional en el Magdalena Medio, jamás se materializaron. Lo que sí sería real es el daño irreparable a la hidrodiversidad del municipio: según Ecopetrol, el fracturamiento en 20 etapas de dicho pozo contaminaría 47,7 millones de litros de agua, cantidad equivalente a la que usarían 370.000 colombianos en un día, extraída de un acuífero subterráneo o captada del Magdalena. Para completar, entre el 30 % y 40 % de la mezcla de agua y químicos peligrosos que retornaría a superficie, probablemente contaminada además con material radiactivo, sería reinyectada en un lugar diferente en el subsuelo. Siguiendo a Niño Izquierdo, las aguas subterráneas están allí para determinar la vida y la cultura, son las reservas que sostienen las aguas superficiales en veranos intensos, las encargadas de evitar que quebradas y ciénagas se sequen completamente.
Conscientes de la magnitud de esta amenaza, una gran articulación de pueblos ribereños, artistas y organizaciones ambientales de diversas regiones del país, se juntaron desde la creatividad para aterrarnos con lo que sería el “sabor del futuro”. La campaña “Agua Piloto” nos muestra una nueva marca de agua embotellada, contaminada por cientos de químicos peligrosos, y que para su producción genera violencia en los territorios, incrementa las emisiones de gases de efecto invernadero, destruye la biodiversidad: agua sucia que sería el legado a nuestros pueblos si permitimos la realización de los pilotos de fracking. 47 millones de litros que serían 2 botellas del veneno Agua Piloto para cada colombiano. Por fortuna, esta iniciativa nos ayuda hoy a recobrar el sentido de lo esencial, y se atreve a preguntar a ese río que le da materialidad a nuestras culturas, por el curso de esa agua interior, recurre a escudriñar en esa ley de origen de madres y padres espirituales que está allí para leer, a la manera en que un día también lo hacía Álvaro Mutis en uno de sus nocturnos: Los ríos han sido y serán hasta mi último día, patronos tutelares, clave / insondable de mis palabras y mis sueños.