Me caminé el Distrito de Agua Blanca cuando apenas emergía con fruición de las vaguadas y madreviejas, en donde ya los mijales eran seña de la impertinencia humana sobre esa sabana extendida por el río Cauca eones antes del siglo XX…
Yo caminé el Distrito apenas cuando las carreteras empezaban a destazarlo convirtiéndose en extendidas lagunas y fangales, cuando las casas eran todas viviendas transitorias entre el sueño popular de la clase media-baja por surgir del cartón y el plástico, a trasmutar al ladrillo y al concreto; tiempos en que las gallinas, los puercos, conejos, cuis, patos, corrían por pequeños encierros plantados en antejardines o improvisados patios que a pesar de los cercos propuestos por las alambradas, aún se resistían a dejar de ser la selva que el mijo, la soya o el maíz de la agroindustria, no pudo derrotar completamente…
Lo caminé precisamente cuando se levantaba como oportunidad de vida próspera y un maestro me señaló en el mapa de mi carrera, el que debía encontrar debajo de la realidad ordinaria y cotidiana, otras realidades que solo medraban en mí, las cuales habitaban en el instinto alimentado por los sueños.
¿Qué podría ser tan absolutamente fabuloso, atrayente, potente, para demostrar que por encima del sentido físico de la vista podía emerger cual visión distinta? Y lo propuse fue mi primer trabajo académico, serio y prolongado el cual se extiende por un par de años; se llamó: Agua Blanca, ciudad negada, y se convirtió en tesis de grado que soportó un documental de media hora para el espacio televisivo regional “Rostros y rastros”, parte integrante de la programadora de la Univalle. Toda la experiencia abarcó del año de 1994 al 96.
La investigación, la logística de preproducción, la producción y la posproducción, para finalmente ser emitido elevándolo a la estatura de un Rostros y Rastros en 1996. El documento tesis existe, el documental ¡espero! debe reposar en los archivos del canal ‘U’, con el nombre de “Agua Blanca, ciudad negada”.
Representó para mi vida la confrontación de mi ancestro paisa patriarcal, machista, xenófobo… el descubrir que ese mismo ancestro se construía precisamente en xenofobias regionales, las que se desarmaban aquí en el asombro del otro y por el otro; encontrarme con esa enorme aventura humana del ser, del existir, allí en vivo y en directo, levantándome la piel, plagándome la vista y el olfato… ya no era el cine retorciéndome la Colonia infringida en dulzonas epifanías blancas, ni los pieles rojas de los westerns, malos y arranca pelos.
Era yo entre paisas, pastusos, caucanos, llaneros, costeños, chocoanos, colombianos construyendo entre todos la casa del Cali de finales del siglo XXI, debatiéndose en los escenarios xenófobos de nuestros matices de piel y las costumbres centenarias, patriarcales, comprobando el axioma según el cual “El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando”. El antídoto de estos humanos demonios citados es la emoción que los otros, el compartir con los otros, el como se nos despierta el afecto en esas entregas del compartir diario.
Tuluá, Valle del Cauca, febrero 4 de 2017. 11:00 a.m., salón 4, segundo piso. Espacio del Seminario de Lectura y Escritura.
