Las elecciones de la consulta anticorrupción fueron ganadas por el pueblo y parecieron ocurrir en otro planeta o en un verdadero país en democracia. Fue un día sin corruptos. No había jefes electorales locales a las entradas de los puestos de votación saludando de mano y palmada a viejos, jóvenes y niños, ni sonriendo para las selfies que replican los periódicos. Tampoco llegaban buses, camiones o chivas cargadas de campesinos, y no se veían grupos tratados como paquetes de mercancías para llevar al puesto de votación. No había policía auscultando a unos y congraciados con otros, ni periodistas de los grandes medios entrevistando a los jefes y sesgando la información.
Esta vez no había filas esperando tamal, lechona o el pago por el voto afirmativo para sus patrones. Era un día de domingo como cualquier otro, no el domingo triste en el que las destrezas de unos enredan, engañan y hasta hacen cambiar el sentido de un voto en el último minuto. Colombia estaba alegre, distinta, un día sin corruptos pavoneándose en las calles porque la gente se manifestaba contra ellos, les hacía saber que son indeseables, despreciables, reprochables, miserables. Se votaba contra ellos, contra sus prácticas y su manera de esparcir odio y mentir, mientras se apropian de las instituciones, bienes y recursos del Estado. No estaba el rostro de los tradicionales clientelistas y si votaron fue de clandestinos para defender lo suyo creyendo que otra vez saldrían impunes.
El partido de gobierno, y la alianza del gobierno en cabeza de AUV —el “presidente eterno”—, perdió la batalla tras traicionar el acuerdo firmado en el Congreso para respaldar la consulta anticorrupción. En un acto de cinismo y alevosía, gracias a ser gobierno constituido, con arrogancia se declaró contrario y patrocinó campañas abiertas de falsedades y abstención, y descalificó, ridiculizó, estigmatizó y vendió una idea falsa del significado de lo que estaba en juego.
Por otro lado, el presidente con tono más prudente pero con similar postura de rechazo encubierto envió al Congreso con una de sus ministras un proyecto con temas de la consulta, lo que sirvió para confundir, enredar y dilatar. Junto a él uno a uno los ministros callaron o diplomáticamente “invitaron” a votar pero sin comprometerse con el sí, que era compromiso de campaña y de gobierno. El gobierno hizo lo mínimo que corresponde formalmente a permitir que ocurriera la votación y ahora le corresponde enfrentar la corrupción, el clientelismo, las falsedades y los obstáculos contra la paz y las garantías a derechos.
Al final, ganó el pueblo colombiano, la gente que con independencia mostró su inconformidad y envió señales de que nada está perdido mientras decida recuperar su voz soberana y su mandato de poder. Además quedó claro que la ciudadanía está preparada para quitarle de las manos a las élites el control del Estado y las instituciones, y que está cansada de la corrupción y sus corruptos, igual a como un día se cansó de la guerra, y está dispuesta a levantarse y estar en alerta de movilización contra las malas decisiones, ya sean sobre tributos o cualquier otro intento de reducción de derechos.
