Me levanta el sonido de los pasos de mis vecinos por el pasillo del edificio, son las 4:00 de la mañana y comprendo que el día para los emigrantes en este país ya empezó. Como buen colombiano voy tarde, me siento en el borde de la cama para contemplar las fotos de la familia y el afiche de la gloriosa Selección Colombia del Mundial de Fútbol USA 94, solo pasan un par de segundos en compañía de esos recuerdos, en esta ciudad no hay tiempo de pensar en el pasado. En el baño rezo una oración al divino niño a la par del titiriteo de mis dientes por lo frío del agua, calmo ese frío con una copa de la botella de ron que tengo hace varias semanas.
El tiempo solo me alcanza para preparar café, mientras le doy los últimos retoques a la mona y la guardo en la maleta. Tomo aquel café que me transporta a la Medellín de mi juventud, trata de bajar una lagrima de nostalgia, pero se desvanece al ver la cabellera dorada de Valderrama en el afiche que me recuerda que la mona no le gusta estar encerrada en la maleta. En el pasillo me encuentro con Javier el mexicano, es un proxeneta que me ha presentado un par de amigas a escondidas de la mona, lo saludo y continúo con mi camino. Salgo del edificio para dirigirme a la estación del metro en Queens, mi viaje dura 40 minutos, en ese recorrido veo como el mundo de cemento devora la vida de las personas.
Llego a la estación y me preparo para el roce de los cuerpos al bajar del vagón, tengo que caminar un par de cuadras para llegar a mi zona de trabajo, es una concurrida calle del centro de New York. Saludo a Carlos el mesero venezolano que me deja maquillar y poner el atuendo en el sótano del restaurante.
Saco la grabadora que está cargada para que dure 6 horas, tiempo que no se puede desaprovechar, suenan a todo volumen las inmortales trompetas de Fruko Y Sus Tesos con la melodía del Ausente que revive a la mona para el mejor baile de nuestras vidas.