Afrontar el barullo
Opinión

Afrontar el barullo

Estamos en medio de un nuevo nudo y toca hacer el esfuerzo por escuchar las voces bajas de Colombia, y subir el volumen a la solidaridad, el cambio y transformación

Por:
febrero 24, 2023
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Estamos en medio de un nuevo nudo.

El país fluye, ruge, se moviliza en múltiples sentidos. Desde el punto de vista colectivo, hace años la nación no se veía sometida a muy diversos debates que no se agotan solamente en el aquí y en el ahora; estamos hablando de un momento en el cual se define la ruta de los próximos cuatro años de gestión del Estado como expresión de la solidaridad colectiva y como definición de condiciones de posibilidad para afrontar los grandes problemas del país. Nos referimos por supuesto al Plan de Desarrollo 2023-2026.

Pero el asunto no queda allí, también estamos frente a reformas sobre temas estructurales como la salud, los derechos laborales, las pensiones, los aspectos asociados a la tierra y a la ruralidad colombiana. En esa canasta estamos discutiendo problemáticas, formas de actuar en la sociedad colombiana, vínculos entre el Estado y el mercado, entre la vida pública y la vida privada, entre el actuar correctamente en el manejo de lo público y el apropiárselo por las vías corruptas. Estamos hablando de cambios que tendrán implicaciones veinte o treinta años después y que requieren debates. Sin rasgarse las vestiduras, necesitan una conversación de país donde nos podamos encontrar en las diferencias y situar los contenidos sobre los que podamos caminar de manera más precisa.

En medio de semejante discusión, cuando además el mundo se encuentra con los tambores de guerra, para no decir tambores nucleares de las megapotencias, cuando Europa se achica en sus posibilidades de ser un referente de comunidad, de unión económica, de unión en la diferencia, cuando se marcan con fiereza las fronteras y se visualiza una gran diferencia entre viajar por turismo y viajar por la necesidad de sobrevivir, cuando la migración se vuelve otra vez un asunto crítico y el mismo planeta envía síntomas de agotamiento y afectación por nuestras prácticas, pues hay un gran barullo, es muy importante que las conversaciones se den haciendo conciencia de ese contexto global, de esas demandas de los ríos, de los mares, del mundo vegetal, del mundo animal y que seamos conscientes que ninguna nación, sociedad o sector social está por fuera de esos determinantes y de esas condiciones que implican transición energética, no violencia, incluir a otros seres sintientes, otros ámbitos de la vida que no son solamente nuestras prácticas humanas; quizás ese referente nos permita tener una conversación distinta y  mejores resultados en la reconfiguración, en el resembrar y retejer la vida colectiva.

Estamos pues en un barullo y suena fuerte; se configuran muchas formas de comunidad de pertenencia que buscan defender y atacar. En medio de esta situación es importante recordar el bello argumento de Toni Negri, De la fábrica a la metrópolis cuando decía “nosotros no somos nada y nosotros no queremos ser nada. ʻNosotrosʼ: no es una posición o una “cosa”, en esencia, que pueda fácilmente declararse como pública. Nuestro común no es nuestro fundamento, es nuestra producción, nuestra invención continuamente reiniciada. “Nosotros” es el nombre de un horizonte, el nombre de un devenir. El común está siempre por delante, es una progresión. Nosotros somos este común: hacer, producir, participar, moverse, dividir, circular, enriquecer, inventar, reanudar”.

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Estamos en un barullo y suena fuerte; se configuran muchas formas de comunidad de pertenencia que buscan defender y atacar

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¿Qué hacer en medio del barullo? Escucharnos, reconocer que hay varias formas de estar en la diferencia, entender que asuntos tan sustantivos como la salud, el régimen laboral, la posibilidad de jubilarse, de acceder a la tierra para reconfigurar nuestras bases productivas primarias, de industrializar un país en los contextos actuales cuando se reclama sostenibilidad, es sin duda, una que no podemos delegar en ningún fundamento ni volver objeto de otro sin fin de luchas violentas y reclamaciones que ni siquiera se logran escuchar. Toca hacer un esfuerzo por escuchar las voces bajas de Colombia, por subir el volumen a la reflexión, a la capacidad de concertación, a las fórmulas que aspirando a tener una vida mejor, no se queden en idealismos si no que tengan un sentido práctico de ejecución, subirle el volumen a la solidaridad, a un sentido de cambio y transformación.

No se trata de alimentar las barras bravas en torno a ideas sustantivas, como si de generar procedimientos para encontrar caminos argumentados, reflexivos y de concertación. Todo eso implica una agenda de conocimiento, de ejercicio de lo público, de liderazgo, de la organización y la participación social y comunitaria. Así la vida, así vamos en Colombia.

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