Al momento de escribir esta columna (jueves, 26 de agosto de 2021) se informa de un ataque ocurrido hace unas horas en el aeropuerto de Kabul. El número de víctimas fatales asciende al momento a 11 personas. Los heridos se cuentan por decenas.
Esta situación es tan solo uno de los botones de muestra de las consecuencias de la modalidad de control geopolítico que ofrece redención siempre y cuando se le garantice dominación. Afganistán lo revela por la vía negativa. La abrupta salida de Estados Unidos evidencia el fracaso de ese abordaje, escenificado en las escenas terroríficas de muchos que prefirieron arriesgar sus vidas colgándose de aviones que carreteaban en la pista.
La administración estadounidense dice que tiene plazo hasta el 31 de agosto para dar por terminada su presencia en territorio afgano, había evacuado al 14 de agosto un total de 82.300 personas. No se sabe aún el número de personas a ser evacuadas no solo por parte de Estados Unidos, sino por la coalición occidental en Afganistán. Sin embargo, debe aclararse que no todos los evacuados van a territorio estadounidense. Inicialmente, un gran número de ellos fueron enviados a países aliados en la región. A los pocos días se informó de los primeros que aterrizaron en Brasil. Y en los últimos días, el embajador de Colombia en Estados Unidos, Juan Carlos Pinzón, informó que la Casa de Nariño abrió las puertas de la inmigración a Colombia a 4.000 afganos, de manera temporal.
Mientras el gobierno nacional revela los detalles del acuerdo con Estados Unidos para que Colombia se sume a los países que aceptan recibir refugiados de Afganistán, son varias las preguntas que salen a la superficie:
- El problema de la xenofobia creciente. La presencia de venezolanos, que se calcula en 2 millones actualmente, disparó lo que hasta ahora había sido desconocido, o al menos negado, en Colombia: que la nuestra es una nación xenófoba. Históricamente, Colombia no ha sido un país de inmigrantes. La persona extranjera no ha pasado de ser una curiosidad, o una presencia pasajera, por lo general, más adinerada que el promedio de la población colombiana. Esos factores aseguraban la tolerancia hacia lo foráneo. No obstante, la crisis de Venezuela desnudó un mal que ahora Colombia ya no puede ocultar: su rechazo al inmigrante; rechazo que, a su vez, no es más que una expresión más de su consabida aporofobia y su velado racismo. Así que, de incrementarse la población migrante, se corre el riesgo de que se incremente el desafío xenofóbico.
- La implementación de la guerra contra el terror, una manufactura más de las pretensiones globalistas de las potencias mundiales, las migraciones en el ámbito mundial han asumido un perfil decididamente geopolítico. No solamente crecen en dramatismo en virtud de sus movilizaciones masivas, sino que también llevan consigo el estigma de la amenaza terrorista. Desde un comienzo el uribismo reinante enfiló sus baterías contra el gobierno de Venezuela, acusándolo de ser la puerta de entrada del terrorismo a América Latina. En consecuencia, la inmigración venezolana a Colombia ha cargado con ese estigma que le da a su consecuente xenofobia un acento dramático de tinte definitivamente político. Este problema se puede agudizar con la presencia de refugiados afganos que, aunque en número menor, con todo puede ser utilizada con fines de control de un proyecto político autoritario que aún está en la Casa de Nariño.
- Refugio temporal. La mención de Haití trae a la memoria la crisis como la que vive la región de Necoclí, en el noroeste antioqueño. Ese sector se ha convertido en un paso de la inmigración, por lo general irregular, de haitianos, asiáticos y africanos que buscan un tránsito hacia Estados Unidos. No es claro aún si el acuerdo para la recepción de refugiados afganos persigue una ruta similar. La presencia de esas personas va a ser temporal. De la duración de esa temporalidad y de los rasgos de esos refugiados aún no se sabe nada. De otra parte, el carácter temporal le resta las posibilidades de beneficios que la inmigración suele traer, tanto a los inmigrantes como a los países receptores. Cada vez que un inmigrante encuentra las posibilidades, sobre todo legales, de establecerse en su nuevo terruño, se dan al mismo tiempo las oportunidades para que entre a fortalecer las dinámicas sociales, culturales y económicas que repercuten en beneficio para el país receptor. País que acoge refugiados es país que prospera. Es, por lo tanto, preocupante que este anuncio respecto de Afganistán se dé con ese carácter de temporalidad. ¿Empezaremos a ver campamentos de la Acnur o de la Cruz Roja Internacional en suelo colombiano, que pasan a ser centros de procesamiento de visas en países occidentales? ¿Serán campamentos poblados por afganos que, tras la caída de la autoridad que les expidió sus pasaportes, se encuentran ahora sin un Estado que les reconozca la titulación requerida para acceder a sus servicios básicos?
Tres interrogantes, entre muchos más, que urgen respuestas claras por parte del gobierno colombiano. Tristemente, son también interrogantes que nos ponen frente a un hecho incontestable, a saber: que una vez más, y de manera crecientemente servil, el Estado colombiano funge como una dependencia más del estadounidense.
Dudo que nos den respuestas veraces a los interrogantes planteados, pero no podemos dejar de hacer las preguntas.