Desde hace varios años EE. UU. estaba que se retiraba de Afganistán, Obama prometió que retiraría hasta el último soldado en combate a finales de 2016, pero a comienzos de 2017 anunció que dejaría 5.000 militares allí, después se desdijo y señaló que serían 8400. Trump calificó, durante su campaña, la guerra de Afganistán como un error terrible, pero durante su mandato aumentó hasta 14.000 de los 16.000 soldados de las fuerzas extranjeras, e intentó patrocinar infructuosamente un acuerdo entre el gobierno afgano y los talibanes pero fracasó y posteriormente, sin participación del gobierno que habían patrocinado durante años, suscribió, en febrero de 2020, el acuerdo de Doha que estableció que la retirada total de las tropas de la OTAN se haría en un término de 14 meses o sea en mayo de 2021. Biden anunció que la retirada sería en septiembre. Durante este proceso, la OTAN encabezada por EE. UU. fue reduciendo sus acciones al apoyo al ejército afgano de 350.000 hombres y sus esfuerzos se concentraron en tratar de fortalecer al gobierno y hacer alguna clase de pacto con los talibanes.
Los acontecimientos se precipitaron: ante el anuncio de retirada y la corrupción e incapacidad del ejército gubernamental, los talibanes lanzaron una ofensiva y tanto el presidente afgano como los militares estadounidenses tuvieron que salir corriendo.
Esta fue la primera derrota de Estados Unidos que la humanidad pudo ver en tiempo real y las últimas informaciones han señalado que murieron 2.500 militares 3.846 mercenarios, 66.000 militares y 47.000 civiles afganos, 51.000 talibanes y 20.000 soldados heridos a un costo actual de un billón de dólares pero los costos creados pueden superar los 2 billones.
Aunque Biden en plena huida anunciaba que había cumplido su misión de liberar a Afganistán de terroristas, los atentados de los últimos días con decenas de muertos, muestran que están en pleno funcionamiento milicias del Estado Islámico, que incluso se enfrentan a los talibanes
Después de 20 años de guerra, Afganistán quedó peor que antes. Pasó de ser un país dividido en diversas tribus y etnias en trance a construir un Estado nacional con cierta viabilidad, a una situación de debilitamiento, pobreza y destrucción, sus procesos políticos fueron interferidos por la ocupación extranjera. En 2001 Afganistán se encontraba en el puesto 161 en el Índice de Desarrollo Humano, en el 2019 se encontraba en el puesto 169. Este índice se calcula teniendo en cuenta, la esperanza de vida al nacer, la alfabetización y el PIB per cápita y sitúa Afganistán al nivel de Haití y los países más pobres de África. En el índice de corrupción en 2019 ocupó el puesto 165, mientras que en 2006 había ocupado el 117 y en 2020 el 55 % de la población estaba por debajo de la línea de la pobreza.
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La llegada de los talibanes al gobierno de Afganistán, representa una especie de regreso a la Edad Media y puede eliminar muchos de los avances democráticos logrados en la edad moderna
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No es la primera vez que en la humanidad fuerzas religiosas ocupan un papel determinante en tratar de dar una identidad a una nación. Sin ir demasiado atrás Europa se bañó en sangre con las guerras religiosas que determinaron en buena medida la actual configuración de ese continente. Rusia zarista y los monarcas de su época combatieron a la Francia revolucionaria por que la consideraban atea. El fascismo era un conjunto de creencias cuasirreligiosas que quería moldear el mundo a su manera y ocasionó 60 millones de muertos. Las guerras entre chiitas y sunnitas todavía explican miles de muertos, en China en la segunda parte del siglo XIX el intento teocrático del Reino Celestial Taiping, produjo 50 millones de muertos. Las banderas religiosas o ideológicas sectarias han justificado o explicado centenares de guerras, especialmente en los procesos de configuración de los Estados nacionales en todo el mundo. Aún en la actualidad el sectarismo religioso provoca odio y destrucción, sin ir muy lejos los neoconservadores que apoyaron a Trump estuvieron a punto de colapsar el sistema político estadounidense.
La llegada de los talibanes al gobierno de Afganistán, representa una especie de regreso a la Edad Media y puede eliminar muchos de los avances democráticos logrados en la edad moderna, incluyendo la legitimación de las más brutales formas de discriminación de las mujeres. El futuro es incierto pues las potencias occidentales con su invasión de 2001 no contribuyeron al progreso de la población y el hecho de algunas minorías hayan logrado algunos privilegios no puede oscurecer el hecho de que el gobierno que acaba de caer y las fuerzas foráneas, contemporizaron con señores de la guerra tan fanáticos y radicales como los talibanes.
Ya en lo que atañe a las consecuencias inmediatas, no se sabe quién estará más mal. El gobierno de Biden que no encontró para llevar a 4.000 afganos, algún gobierno asiático o del Medio Oriente, que podrían tener más afinidades lingüísticas o religiosas con ellos o el gobierno de Duque que en medio de la tragedia social que vive Colombia, tuvo que aceptar la orden gringa de alojar temporalmente este grupo de colaboradores de EEUU. Pobres hermanos afganos.
Entre las principales lecciones de esta guerra esta que el poderío estadounidense tiene sus límites y continúa perdiendo credibilidad y prestigio y que es imposible imponerle a un pueblo un modelo económico y político desde fuera y mucho menos a las balas.