En esos lapsos donde es necesario el deshojo del agobiante ambiente social creado mediante el avance tecnológico; arrebatando a la conciencia la habilidad de reflexionar acerca del devenir propio. Nada más importa, la ilusión de lo adecuado ante puesto al mundo que nos rodea, ese que es habitado por expresiones provenientes de los lugares que antes el ser humano era partícipe.
Para el beneficio de muchos, aún siguen existiendo individuos dedicados ha enaltecer las emociones por medio de la profesión escogida; de ese conjunto de personas, tuve la oportunidad de contemplar quien usa el saxofón para cubrir de música el diario vivir de los habitantes de Bogotá. El sábado 5 de Julio fue el día del encuentro, transitaba la tan nombrada “Carrera Séptima”; espacio constituido por la variedad cultural que rodea la tradición del territorio: revistas y libros esperando sobre el suelo por un próximo dueño; artistas gozando con la respuesta del público al observar los actos; música de fondo por donde se caminara; partidas de ajedrez entre desconocidos; comida para todos los gustos. Escenas contrastadas con la personalidad de los visitantes.
En la visita capté una melodía que sedujo mi atención sobre las demás, música oída en películas de antaño. No fue difícil darme por enterado que se trataba de un saxofón; el impedimento de poder ver quien lo tocaba era una cuestión de distancia, reducida por los pasos dados hacía allá. No pasó mucho tiempo para ver al precursor de las tonadas, un hombre de piel morena, cabello rucio por los años; llevaba puesto una chaqueta marrón, camisa azul, pantalón de bluyín, zapatos oscuros igual que los lentes en su rostro. Interpretaba una composición del músico estadounidense, Henry Mancini; usada para el largometraje de 1963: “The pink panther”, tiempo después empleada para la serie animada “La pantera rosa” –nombrada al igual que la película de Blake Edwards. Canción que trasportó recuerdos de la infancia al instante frente el sujeto, escuche con atención desde el inicio hasta el final, apenas parpadeé para no perderme detalle alguno del movimiento de los dedos al presionar las teclas y las llaves. Terminada la interpretación no tuve duda de dirigirme hacía él para saludarlo, preguntarle, ir más allá de la mirada lineal.
-Buenas tardes –pronuncié. Me contestó de la misma manera.
-Usted toca muy bien –fueron mis siguientes palabras.
-Gracias –respondió.
-¿Sería posible qué respondiera unas preguntas sobre usted, y de lo que realiza en la calle? –cuestioné con el optimismo de una réplica favorable.
-Sí, claro; a las 3:30 p.m. –contestó.
-Bien, lo espero –respondí sin mirar el reloj.
Para esperar y contemplar al sujeto, me acomodé en una estructura de cemento cerca a él. Me fijé que eran 2:30 de la tarde, la conversación se entablaría en una hora; mientras tanto, tendría el goce de observar a los transeúntes que al igual que yo, disfrutaron del sonido del saxofón. El artista acompañaba su música con las pista de fondo de un pequeño bafle de 20x20 –centímetros-; no siendo lo único en el espacio donde se encontraba el «saxofonista», también había sobre el suelo un saco blanco con fin de recibir los aportes de quienes pausaron la caminata para escuchar. Discos acomodados encima del estuche del instrumento, complementaban la pequeña hoja fijada en una de columnas del edificio posterior a la presentación, “precio 5.000 pesos”: lo escrito en la superficie del papel. Inició la segunda canción en presencia mía, el hombre se acercó a la boquilla tomando aire de forma continua; sus dedos se deslizaron con orden determinado; la cabeza se balanceaba al son de la melodía, la elevaba los segundos que el cuello soportara, sin avisar, dejaba caer la mirada hasta el suelo.
En el progreso de la interpretación, un infante recorrió el camino para encontrase en frente del rostro que sujetaba la grandes gafas negras; estiró el brazo hasta el individuo para demostrar el aprecio con las monedas aferradas a la palma guiada por la inocencia característica de niñez.
-¿Cuál es su nombre?
-Gildardo Montenegro
-¿Qué edad tiene?
-60 años
-¿Usted de dónde proviene?
-Ibagué, Tolima
Los minutos fueron pasando al igual que las personas en el sendero peatonal, el hombre se acomodó las gafas, y secó la saliva al terminar de tocar la canción. Relajó las articulaciones de los dedos para continuar con la tercera interpretación; mismo ritual. De las pocas personas que se detuvieron, destacó un octogenario de pantalón marrón, blazer gris, zapatos con tonalidad anónima a causa del polvo que los cubría; en la mano izquierda llevaba las sobras de una pizza, entretanto la derecha sostenía el envase de una bebida a medio consumir. Sin dar importancia a los comentarios de ajenos, movió el cuerpo al ritmo de la música desarrollada por la vía de saxofón. Cansado de la posición adoptada durante 20 minutos, me ubiqué en una "matera" cerca al lugar, ésta tenía un complejo afirmar dentro de la conservación de los bienes públicos, en la sociedad del abandono- sobre el cemento las palabras inscritas: “Vivir con amor o morir con frío”; algo es cierto, en ambos caminos las adversidades se presentan permanentemente. A escasos segundos de la tercera melodía, el artista se arrojó hacia los controles del pequeño bafle con la finalidad de identificar la melodía indicada para la cuarta canción.
-¿Cuántos años tenía cuándo se trasladó a Bogotá?
-Con mis padres viajamos a Bogotá cuando yo tenía 5 años.
-¿ A qué edad comenzó a entablar la relación con la música?
-A los 8 años; en mi familia todos eran músicos: mi padre, mi abuelo, mi tío. La casa donde vivía se convertía los fines de semana en el lugar predilecto para el encuentro de artistas, allí tocaban hasta la madrugada; eso influyó bastante en mí para dedicarme a la música.
-¿Ha tenido alguna instrucción académica entorno al ámbito musical?
-Sí, estudié durante 5 años en el Conservatorio de Música de la Universidad Nacional; allí aprendí la armonía existente en los diferentes instrumentos musicales.
Eran la 2:48 de la tarde, la interpretación se dio en completa normalidad hasta que un sujeto se acerco al «saxofonista», él lo reconoció enseguida, así lo confirmó la pausa imprevista; ni la música del bable continúo sonando ni las extremidades del sujeto siguieron acariciando el artefacto. El murmullo de las personas fue lo único que se escuchó en esos minutos de conversación entre el artista y el sujeto de chaqueta, pantalón, y zapatos de color blanco, contrastados con el oscuro de la cinta del sombrero de paja. Me pareció estar en la época de una ciudad que iniciaba a proyectar avance socio-estructural; no se me haría extraño ver pasar el viejo tranvía o, los carros de “balineras” conocidos por medio de fotografías. La charla finalizó, los hombres estrecharon las manos; uno quedó en el espacio que le pertenece de forma simbólica, mientras el otro siguió caminando.
El artista reanudó la melodía pero no la dejó fluir por mucho tiempo, decidió comenzar con la quinta canción, ésta fue distinta; redujo el volumen del bafle a la mínima capacidad, se acomodó los lentes, curvó el cuerpo en dirección posterior; se oyeron leves murmullos salidos del instrumento, la intensidad se elevó hasta callar la algarabía de los presentes. Quedando enlazados el sujeto con el saxofón para abstraer la tradición del olvido.
-¿Por qué se ha dedicado al saxofón?
-Porque el saxo seduce al oído. Además, mi abuelo lo tocaba; yo gozaba oírlo.
-¿Cuáles son la principales influencia en su recorrido musical?
-La música clásica, el jazz, la bossa nova, el bolero, la balada; todo género musical, excepto la ranchera y el vallenato –risotadas de ambas partes. En cuestión de artistas: Charlie Parker, Paquito D’ Rivera, Willie Rosario, Roberto Roena, Igor Stravinsky, Piotr llich Chaikovski.
Llevaba allí no más de 30 de minutos siendo partícipe en forma pasiva de varios sucesos, sorprendiéndome lo variable que puede llegar a ser el tiempo dependiendo de las circunstancias en proceso. Estando inconforme con el lugar seleccionado momentos antes para descansar, debí buscar otra estructura de la calle donde me fuera posible observar la presentación del músico sin incomodar el paso de los transeúntes como lo había estado haciendo; con pocas posibilidades, no hubo más opción que volver a la edificación de cemento del comienzo. Anhelando oír la sexta interpretación, tuve que ser paciente mientras el sujeto concluía la conversación con su colega, aquel que utiliza los trazos en conjunto para sustraer imágenes de la realidad; un hombre de edad avanzada con un gorro negro sobre la cabeza, y unos lápices en las manos a la espera del próximo individuo a plasmar por encima del papel blanco. Eran las 3:00 de la tarde, la labor concluyó para él; levantó cada parte de la indumentaria para volver el día siguiente a proseguir con su obra de hacer perdurable lo transitorio. Ambos estrecharon las manos en acuerdo mutuo de un hasta luego; sucedido lo mismo en el trascurso de la jornada, yéndose los ajenos para dejar al hombre del saxofón continuar con el repertorio de aquel día.
-¿Cuánto tiempo lleva presentándose en la calle?
-Desde hace 7 años; la idea surgió cuando estuve viajando por Europa, allá es normal ver a los artistas tocar en la calle; aquí poco se ve eso.
Sin distracciones, el sujeto prosiguió a tocar esa sexta canción que estaba en espera. Esa tonada compuesta durante 1977 por John kander y Fred Ebb para el largometraje de Martin Scorsese; tiempo después en manos de Frank Sinatra se haría la versión que se convertiría en el emblema de una ciudad, “New York, New York”; difícil escuchar sin sentir nostalgia. Con diferencia de los anteriores temas, la canción no tuvo ningún contratiempo que detuviera la interpretación; de la misma forma como inició, terminó; impregnando de recuerdos a las memorias ajenos a ellos, contribuyendo a la búsqueda de una época por medio de fotografías a blanco y negro. Lo que aún no había cambiado durante jornada era el número de discos sobre el estuche del instrumento; de igual forma situados porque a nadie le había interesado adquirir el sonido del saxofón para reproducirlo en el confort del hogar.
Ese estado de imparcialidad lo cambió un niño y su padre, quienes se acercaron al artista para consultar el costo de las tutorías; de paso adquirieron el compilado de música interpretada por el saxofonista. Fue la conversación de mayor extensión registrada durante la hora de mi estadía, alrededor de 17 minutos duró la charla de varios temas que se me dificultaron apreciar por la distancia.
-Se entiende que laborar en la calle no es nada sencillo, y más cuando gran parte de los residentes en la ciudad se dedican a ignorar las situaciones que no pertenecen a la cotidianidad. ¿Cómo es el trato de los transeúntes con usted?
-Hay personas que siguen sin percatarse porque no les interesa, mientras otras se detienen a escuchar; dialogan conmigo; me piden una tarjeta para estar en comunicación; compran el disco. Eso es como todo en la vida.
Al terminar el cambio de palabra de los dos familiares con el sujeto; él se dispuso a seguir el acto de su compañero de la derecha que ya se encontraba ausente. Sacó el celular del interior de la chaqueta para mirar la hora, después de hacerlo no tuvo duda de iniciar a desmantelar el espacio dedicado aquella tarde a impregnar de regocijo a los visitantes; Alzó del suelo el saco blanco donde se encontraba el dinero recogido; apagó el pequeño bafle de 20x20; ordenó los discos que no tuvieron la fortuna de ser canjeados; sacudió la boquilla del instrumento en dirección al suelo para despojar la saliva almacenada; pasó sobre el saxofón un pañuelo blanco para limpiar el polvo caído; dio por terminada la presentación al introducir todo en una manta negra que arrojó por encima de la espalda. Hizo una señal para que me le acercara, al estar frente al sujeto no reservé los halagos por lo escuchado en esos 45 minutos. Cambiamos de posición, el artista fue el primero en formular las preguntas, ¿cómo me dijo que es su nombre? ¿Usted qué hace? ¿Qué es lo que quiere? Cuestiones de contestaciones concretas. Era mi turno de indagar en la vida de ese personaje posicionado en las calles de la ciudad de Bogotá, usando la música como ancla para detener el paso del tiempo.
-50 años involucrado con la música, escuchándola, admirándola, repudiándola en algunos casos, y por supuesto creándola; ¿hasta cuándo llevará éste estilo de vida?
-Hasta el final.