Desde el 2019, el mundo entero vive una tragedia que hace un tiempo fue inimaginable para muchos. Un virus desconocido ha acabado con la vida de millones de personas y hoy en día, a pesar de los esfuerzos de los gobiernos y la ciencia, es incierto el fin de este drama que le ha regresado al ser humano la conciencia sobre la fragilidad de su existencia, o al menos debió hacerlo.
Cuando el coronavirus aún no era catalogado como pandemia y en China se empezaban a presentar las primeras muertes, el hermetismo de dicho gobierno y la prudencia de los medios internacionales avizoraban un manejo adecuado de la información frente a la enfermedad, con fuentes bien investigadas y siempre cuidando del pánico al espectador final, quien, a pesar de la distancia, ya temía por las implicaciones que esta enfermedad podría traer al mundo.
Tiempo después al ampliar los horizontes de transmisión del virus ocurrió lo que muchos esperábamos, los medios de comunicación comenzaron su gala del terror instaurando de manera masiva todo aquello que durante una pandemia debía tomarse con absoluta precaución; videos de personas muriendo en las calles, agónicas, desfalleciendo de asfixia, hornos crematorios llenos de cuerpos y esa sensación apocalíptica de que todo va a acabar fue el pan de cada día durante los momentos de mayor complejidad y mortandad.
El momento esperado llegó y los colombianos, infoxicados por las noticias internacionales, nos vimos enfrentados a lo que en ese momento constituía nuestro peor miedo: el virus estaba en el país y todavía resuenan en nuestras mentes las cifras de muertes y la aparición de cada uno de los contagiados, región por región y ciudad por ciudad con las infaltables imágenes de muerte y desespero.
¿Querían informar en verdad? ¿Querían prevenir a la población? ¿Querían transmitir reglas de autocuidado? No, los medios se pusieron sus mejores trajes para realizar maratones del miedo, que sumieran en el pánico a todos los pobladores que, acompañados de las medidas restrictivas necesarias para controlar la pandemia como del encierro, no dieron más.
Podemos afirmar que la salud mental ante el desempleo, la enfermedad, la pobreza y los cambios drásticos de vida que obligó la pandemia puede verse particularmente afectada, pero no podemos evitar señalar e incluso culpabilizar a los medios de comunicación de sumir en un estado de ansiosa intranquilidad, que pronto se convertiría en depresión, a todos aquellos que, como yo, nos vimos rodeados, invadidos y casi obligados a ver escuchar y sentir las desgarradoras cifras constantes de muerte, los devastadores casos de pulmonía, trombosis y más y más imágenes de cadáveres, crematorios y cementerios atestados de fallecidos.
Ahora anuncian con extrañeza las alarmantes cifras de aumento de la enfermedad mental y se preguntan la razón de ello, cuando han tenido una participación tan activa en la carga emocional de todos los pobladores que entre las fake news, la infoxicación y el inevitable miedo a la muerte se vieron incapaces de esconderse un momento y tener la tranquilidad suficiente para que sus mentes tuvieran un momento de esperanza o percibir que, a pesar de todo, las cosas estarían bien.
¿Serán nuestros noticieros verdaderos medios de información o estamos ante un programa más de televisión que busca motivar la emocionalidad del amarillismo para ser vistos, sin importar lo que esto genere en quienes les sintonizan? Cada uno tendrá su propia conclusión…