Santiago, 1 de noviembre de 2013
Querido Horacio,
Cinco aeropuertos en poco menos de veinticuatro horas. ¿Por qué? Da lo mismo. Un viaje imprevisto que no admitía vuelos directos. El caso es que los aeropuertos son lugares especiales porque pasan cosas. O a lo mejor no es que pasen sino que simplemente uno ve cosas y piensa que pasan. Lo que sea, te voy a contar.
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Comodoro Arturo Merino Benítez, de Santiago: por razones con las que no te voy a dar la lata, llegué mucho antes de las tres horas reglamentarias de anticipación para vuelos internacionales. Mientras haya libro para leer, ningún aeropuerto será aburrido. Me senté con How to Make Love to a Negro Without Getting Tired, de Danny Laferrière. No soy muy buena traduciendo pero supongo que el título en español es fácil: Cómo hacer el amor con un negro sin cansarse. Hay libros que me caen en las manos justo cuando la sociedad a mi alrededor los lee con su historia. Me explico: desde hace un par de años ha aumentado considerablemente el número de negros en Chile como consecuencia de la llegada de muchos emigrantes haitianos, colombianos (sobre todo del Pacífico) y dominicanos; por supuesto la mirada del chileno los escruta con curiosidad porque no está habituado a la presencia de ellos; todavía no los acomoda en su paisaje. Dice Laferrière: «If you want to know what nuclear war is all about, put a black man and white woman in the same bed». Cierro el libro para pensar. O para soñar, más bien. Sueño que Danny Laferrière y yo conversamos en un barrio muy bonito de Santiago, el barrio Lastarria. Y que allí, mientras vemos pasar a las negras enormes en compañía de sus blancos chilenos, yo le digo: «If you want to know what nuclear war is all about, put a black woman and white man in the same bed».
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Aeropuerto Cerro Moreno, de Antofagasta: paso Migración y me voy a la fila a un lado para tomar el avión a Lima. Es una salita muy chiquita y atestada. Siempre miro los pasaportes, es inevitable, esos pasaportes no son turistas sino emigrantes y yo quiero imaginar sus vidas, penurias y alegrías acá. En un momento veo a una mujer que se recuesta en el hombro del que parece ser su novio:
―Qué viaje tan largo ―le dice ella sollozando.
―No es que el viaje sea largo, es que nosotros estamos apurados ―le contesta él.
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Aeropuerto Jorge Chávez, de Lima: Es la 1:30 a. m. Mi próximo vuelo sale a las 5:00 a. m. Como no puedo más del cansancio y la sala de espera está prácticamente vacía, me acuesto cual larga soy en la hilera de sillas y pongo mi bolsa de viaje como almohada. Estoy casi durmiéndome cuando una señora se me acerca, me mueve:
―Disculpa, ¿tú eres Elizabeth? Estoy buscando a Elizabeth.
Le niego con la cabeza y la señora inmediatamente se pone triste. En la sala de espera quedan a lo sumo dos mujeres más. Me volví a acomodar y me dormí soñando que tú, Horacio, te olvidabas de mi nombre. Debí dormir un par de horas hasta que me despertó un operario de la aerolínea dándome golpecitos en el hombro.
―Señora Laura… Usted es la señora Laura, ¿cierto?
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Aeropuerto Tocumen, de Ciudad de Panamá: la sala de espera está atestada. Ni modo de acostarse en una hilera de sillas o de hacer algo parecido. Me siento al lado de dos hombres que no se conocen entre ellos ―es evidente por su conversación―. El uno le cuenta al otro su historia de amor. Le cuenta que está yendo a Bogotá por una semana, que viene de Nicaragua, que extraña mucho a su novia, que se conocieron en Managua, que la ama, que lo único que quiere es llegar a Bogotá para vivir la que será la semana más intensa y bella de su vida. Te confieso, Horacio, que siento envidia de la chica.
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Aeropuerto Eldorado, de Bogotá: la señal roaming del celular no logra conectarse a ninguna compañía colombiana. No puedo llamar a mi amiga Nany que me va a buscar al aeropuerto. Intento cambiar infructuosamente 2000 pesos colombianos (1 dólar) en monedas para poder hacer una llamada a celular. En todos los negocios me dicen que «eso de las moneditas va a estar cómo difícil». Le pido ayuda a un policía que lo único que hace es preguntarme que de dónde soy.
―Colombiana ―le respondo secamente.
―Ah, es que como no se le nota…
Arrastro mis pies y la maleta unos metros para allá y otros para acá. La altura geográfica, por razones que aún desconoces, querido Horacio, me pega durísimo. Siento los pulmones tumtumtum en la espalda. Busco donde sentarme, apoyo la frente (medio agachada) sobre la manilla extensible de la maleta y cierro los ojos. En mi fuero interno, en el silencio de mi pecho, con el corazón y los pulmones tumtumtum, haciendo un esfuerzo por mantener la calma y la respiración, mentalmente, me acuerdo, como si la conociera de toda la vida, de la inocente madre de Gonzalo Jiménez de Quesada.
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Nota a pie de página: aunque tal vez se puede hacer en solitario, para bailar el tango se necesitan dos, y para hacer una entrevista es requisito indispensable ―a menos que uno se entreviste a sí mismo―. Hace un año largo, don Juan Gossaín me regaló en Cartagena, en la librería Ábaco, una hora de conversación que es sin duda en una de las más importantes en mi vida. No lo he podido llamar para darle de viva voz las gracias. Sirva este modesto apartado para decirlo. Ojalá me lo pueda encontrar otra vez en la vida, y si no, sé que me quedará siempre el recuerdo… o el sueño, que son la misma cosa.
Muchas gracias a HojaBlanca.net que con su lema «Publique sin palanca» nos ha servido de soporte a los que tenemos mucha vocación pero pocas oportunidades. Y otro agradecimiento especial al equipo de Las2Orillas.co, por el despliegue que hicieron de este trabajo.