En un intento desesperado por llegar a Europa, un niño de seis años llamado Adú se cuela en un avión, desde donde consigue llegar a Senegal, allí conoce a Massar, un adolescente somalí que huye de la violencia en su país. En otro lugar, un activista ambiental quien lucha contra la caza furtiva encuentra un elefante, muerto y sin colmillos. Este sobrecogedor drama nos muestra la realidad de la sociedad humana, la brecha social, la lucha por la supervivencia, pero sobre todo la bondad que increíblemente aun sobrevive en algunas personas a pesar de vivir situaciones inconcebibles.
Un drama que millones de personas soportan a diario en cada rincón del mundo. Aquellos a quienes les han arrebatado todo, hasta el derecho a vivir, y solo encuentran una vía: el instinto básico de supervivencia. Los desplazados en América latina, la explotación en fábricas asiáticas, el abominable saqueo a África, la prostitución, el tráfico de drogas, la desnutrición, el hambre, y todos los componentes del sufrimiento humano tienen dos responsables: la mafia capitalista (la comunista tampoco es mejor), y la elite política.
Los seres humanos nacen libres, segundos después son esclavizados por el sistema, que los reduce a simples números, estadísticas macroeconómicas. La agresión disminuiría considerablemente si no existiera, el hambre, la codicia, la competitividad, el consumismo, la desigualdad. Llamemos a esto el “axioma de la libertad social”. Al desaparecer el miedo promovido por los gobiernos, la invasión a la individualidad, la violencia estatal, el esclavismo de la modernidad, aflora la esencia colectiva de la humanidad, reemplazada hoy por el individualismo.
El pretendido equilibrio del sistema actual es una falacia que no admite variaciones, un modelo absurdo capaz de justificar que pocos tengan mucho, unos cuantos lo suficiente y la mayoría poco o nada. En esto el papel de las políticas de gobierno, en cumplimiento a las directrices de sus amos tiene toda responsabilidad. La marginalidad, da igual sea en países desarrollados o en desarrollo, mientras el modelo continúa sin cubrir las necesidades más básicas de la mayor parte la población y enriqueciendo a una elite privilegiada.
Por supuesto, los gobiernos consideran aceptable este margen, la política financiera internacional y las locales se orientan en dirección de mantener tales privilegios, dentro de reglas dócilmente aceptadas por la sociedad y, claro, mediante la manipulación. Las variables que se relacionan con la miseria, se disfrazan entre conceptos macroeconómicos, cifras y estadísticas que solo soporta el papel. El único objetivo es que haya ganancias suficientemente amplias para esos privilegiados.
Y en medio de la supervivencia, las personas parecen haber dejado de lado un hecho elemental: que la pobreza enferma y mata, que ellos no están obligados a tolerarlo porque nacieron libres; que ninguno gobierno tiene el monopolio de la vida y la libertad y que, sin la existencia de aquel modelo de administración social, no habría de quién protegerse, porque el único generador de violencia y exclusión es él mismo.
Por lo tanto, es necesario desmitificar y desacralizar al gobierno, demostrar que estos subsisten gracias al imperio abusivo sobre la sociedad, y que tal imperio es contrario a las capacidades propias de esta. Demostrar que la existencia misma de un gobierno establece necesariamente una división de clases, una innecesaria relación entre explotadores y subyugados.
Los individuos por sí solos son capaces de convivir respetuosamente, reconociendo los derechos fundamentales del otro, asociándose libremente, teniendo a la educación como única política omnisciente sobre la cual fundamentar su sociedad. El día que esa sociedad lo comprenda surgirá de manera natural la armonía y la libertad, ya no habrá más Adú y Massar luchando por sobrevivir en un mundo hostil donde son poco menos que una estadística. También, la solidaridad, la reciprocidad y la coordinación voluntaria de los pueblos.