Adriana Arango se consagró como presentadora cuando tuvo la oportunidad de reemplazar en el noticiero 24 Horas a Margarita Rosa de Francisco. Venía de Teleantioquia cuando casi que inaugurándose en el set tuvo que dar la noticia del secuestro de Álvaro Gómez Hurtado a la salida de la Universidad Sergio Arboleda. La figura conservadora más reconocida de Colombia había sido secuestrada por el M-19.
Junto a Javier Hernández Bonnet consolidaría su imagen de credibilidad y fue pionera con Darío Restrepo del formato de noticias y entretenimiento en la mañana con “En Vivo Comienza el Día: un Magazín”.
Estaba en la cima cuando la vida le dio la vuelta en 2006. Había dejado la televisión para convertirse en empresaria al lado de su segundo esposo, Javier Coy. Con la incertidumbre del fracaso, la pareja creo una empresa comercializadora de flores en la Sabana de Bogotá. Consiguieron para el proyecto un importante aporte de 300 personas que llegó a los $ 16 mil millones . Todo empezó marchando bien, exportaron flores a Londres, Estados Unidos, Chile y hasta Moscú.
El entusiasmo duró tres años hasta que el negocio se derrumbó como una pirámide, que la gente comparó con DMG de David Murcia dejando la imagen de Adriana Arango por el piso, tildada de estafadora y mentirosa. El escarnio público no bastó, llegaron las denuncias judiciales y la popular presentadora terminó con los delitos de estafa y captación ilegal de dineros encima. Cargos que ella aceptó y reconoció como un error.
En el 2008, con un traje fino de color gris y esposada se le vio atravesar la puerta azul de la Cárcel El Buen Pastor. En sus ojos parecía estar entrando más una fosa de leones que al Patio Ocho y se derrumbó. Inevitablemente para ella, el juicio se desarrolló bajo la sombra de un incómodo show mediático. Su condena fue de siete años.
Ante la adversidad tomó la mejor actitud. Llamó a sus compañeras de prisión ‘ángeles guardianes’, quienes fueron un apoyo incondicional en los momentos más amargos de Adriana Arango. La acogieron, pasaron de ofrecerle sancocho, almohadas, tarjetas para llamadas hasta regalarle una caja de cartón para que la hiciera su mesa de noche. Su esposo vivía la misma situación de condenado en la cárcel de Zipaquirá.
Se reintentó, sin echarse a la pena. Inventó como enredar su tiempo y cómo apoyar a las reclusas con la venta de sus manualidades y accesorias. Privada de su libertad prefirió enterrar su pasado de gloria en la televisión, pero no así su interés por el periodismo. Fue el espacio perfecto para practicar lo que más le gustaba hacer: escribir y editar. Adriana creó y digirió un periódico en el El Buen Pastor que le sirvió incluso para enseñarle a las presas a contar sus historias.
Pasó de cubrir la violencia del narcotráfico, las guerrillas y carros bombas que azotaban al país en los años noventa cuando ella era una curtida reportera a cubrir la realidad carcelaria. Descubrió que las preocupaciones de una mujer presa no eran muy diferentes a las de una mujer en libertad, compartían los mismos anhelos y temores. Adriana le transmitió a las reclusas cómo lograr que la cotidianidad y el encierro se transformará en la voz de un relato, un reportaje o una poderosa crónica.
Llenó nueve cuadernos con notas que le sirvieron de catarsis y además de un diario se convirtió en la autora de muchos textos anónimos. La cárcel le enseñó a Adriana a mantenerse activa desde las cuatro de la mañana.
Pero a pesar de su entereza le ocurrió algo tan triste como tener que haber acompañado a su padre a morir por Skype. Su despedida fue a través de una cámara.
En el 2015 logró su libertad. Era una persona nueva decidida a vivir sin ataduras. Su sacrificio fue perder su buen nombre y a pesar de haber pagado su condena dignamente, haber perdido perdón y sobretodo se perdonó así misma, hay quienes la ven y aun la insultan. Es mucho lo que ha recapacitado y reconoce que se dejó llevar por la ambición.
Vive tranquila, con una vida simple en su casa. Disfruta de las cosas sencillas como ir a la tienda de la esquina, recorrer su barrio, ir a misa o sacar al perro al parque, no le interesa la efímera fama de aparecer en televisión sino acumular momentos de goce en medio de la cotidianidad. Los largos días de presidio le dieron más de lo que le quitaron.
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